Las mejores obras de Clara Peeters, artista clave en el desarrollo de la pintura barroca flamenca y pionera en la pintura de bodegones de la época, que no logró reconocimiento por su condición de mujer, se exponen en la Amberes, su ciudad natal, antes de viajar en octubre a Madrid.
Dos de los cuadros de esta muestra, llamada "Clara Peeters: ¡La cena está servida!", están cedidos por el madrileño Museo del Prado, que tiene en propiedad cuatro de sus obras y acogerá a partir de octubre otra exhibición dedicada a Peeters.
En la muestra de Amberes, abierta hasta el 2 de octubre en el céntrico espacio cultural Rockox House con la colaboración del Museo de Bellas Artes de la ciudad, los organizadores esperan atraer a unas 30 mil personas, explicó el comisario de la exposición, Nico Van Hout.
Poco se sabe con certeza acerca de la vida de Clara. Hay datos que certifican que nació en Amberes en 1594 y que, visto el lujo y la opulencia de los bodegones que solía retratar, "se crió en el seno de una familia adinerada", indicó el organizador de la muestra.
Las mujeres de la época tenían prohibido dedicarse a la pintura, y solo las niñas que se criaban en familias de artistas tenían la oportunidad de aprender el oficio.
Todo hace indicar que este fue el caso de Peeters, todo un prodigio del pincel y el lienzo, que desde una edad muy temprana -trece años- ya firmaba cuadros y que a los 17 años registró su momento de mayor actividad e inspiración.
Peeters, junto a autores como Pedro Pablo Rubens, Anthony van Dyck o Frans Snyders -todos de la Escuela de Amberes-, está considerada como una "figura clave" en la pintura barroca flamenca, pero nunca alcanzó el reconocimiento de estos pintores coetáneos en tanto que mujer, señaló Van Hout.
Fue, de hecho, la principal impulsora y uno de los máximos exponentes de la pintura del bodegón o naturaleza muerta en los Países Bajos, donde a la postre fue de los géneros más cultivados durante el siglo XVII.
El uso continuo de estampados; el retrato de banquetes opulentos con vajillas caras, aves, pescados y mariscos -dos motivos que más tarde se hicieron populares-, y su firma en el canto de cuchillos son las principales señas de identidad de la autora.
"Su trabajo se caracteriza por la elegancia con la que presenta estos objetos contra un fondo oscuro, y la atención que da a las texturas y estampados", según Van Hout.
El hecho de que pusiera su nombre en el canto de cuchillos, junto a varios autorretratos que Peeters escondía en el reflejo de las vajillas, responde a "su confianza como pintora en una profesión dominada por hombres", señala el comisario.
Sus obras llegaron muy pronto a conocidas pinacotecas y colecciones de la Casa Real española, lo que hace indicar que Peeters sí que tuvo cierta reputación en vida, aunque el tiempo fue poco a poco diluyendo su relevancia en la pintura.
"Sin embargo, la historia la olvidó. Hasta la década de 1970 no empezó a estudiarse su obra", lamentó el comisario de la exposición.
Cuatro siglos después, la sociedad comienza a valorar el trabajo de un prodigio de la pintura que fue borrado de la memoria histórica por ser mujer.
sc