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cultura@eluniversal.com.mx
Fue un momento solemne, según el cronista de EL UNIVERSAL. Todos estaban expectantes. Y cómo no, si se trataba de un premio como pocos: “Poetas, periodistas, fotógrafos y simples diletantes” se reunieron para otorgar el primer premio del concurso de Belleza 1920 que organizó El Gran Diario de México.
“Una montaña de fotografías se levantaba a la vista del jurado y cada retrato pasaba lentamente de una mano a otra”. De pronto, se abrió el sobre con el lema “Flor del campo”, que correspondía a la fotógrafa María Santibáñez. Al observar la imagen de la señorita Graciela de Lara, la solemnidad académica del jurado se fracturó. “Como si hubiese hecho un profundo descubrimiento, Fray Xavier levantó el brazo y ondeó a los vientos una enorme fotografía”; segundos más tarde exclamó por todo lo alto: “He aquí la fotografía. Hay una quietud hierática en la figura y un tenue encanto en la pose, de un naturalismo absoluto”. El jurado, formado por Ignacio A. Rosas; F. Urbina; Samuel Tinoco y Xavier Sorondo no dudó en otorgar el primer lugar a la fotografía de Santibáñez.
El misterioso Fray Xavier no se equivocaba. La reproducción en cromografía de esta imagen, que se publicó en la portada del 29 de abril de 1920 de EL UNIVERSAL ILUSTRADO, lo confirma: Graciela de Lara luce una delicada túnica verde que permite apreciar sus hombros, su brazo izquierdo reposa sobre una de sus rodillas mientras que su mano derecha está cruzada sobre el cuello; el cabello está recogido. Graciela luce ensimismada, su mirada se dirige a un punto fijo, no mira de frente a la cámara. En el segundo plano de la foto sobresale una hermosa jarra de barro en la que se resguardaba el vino.
Aquel recipiente estaba depositado en una pequeña columna, regularmente usada por Santibáñez para elaborar sus retratos. El fondo de la imagen es neutro, lo que obliga a concentrar la mirada en esta belleza clásica.
¿Quién lo duda? La belleza redimió a María Santibáñez. A punto de la bancarrota y sin una perspectiva a corto plazo que le permitiera solventar las fuertes deudas adquiridas, la joven fotógrafa tomaría una decisión que iba a transformar por completo su vida: o conseguía dinero o cerraba de manera definitiva su estudio. Al obtener el primer lugar del concurso, cuyo premio consistía en 200 pesos y un diploma, Santibáñez logró sortear sus problemas financieros.
Al poco tiempo de lograr su independencia profesional (1919), tras siete años de aprendizaje con la tutela del notable fotógrafo Martín Ortiz, Santibáñez no lograba que su trabajo trascendiera entre el gusto del público de la Ciudad de México, acostumbrado a estudios aristocráticos de fotógrafos como las hermanas Arriaga, Antonio Garduño y los hermanos Valleto.
La situación socioeconómica en la capital tras la lucha revolucionaria fue otro factor que incidió en las dificultades por las que atravesaba el estudio de Santibáñez, quien se inició en el ámbito de la fotografía con escasos 12 años de edad, en medio de un periodo convulso. Tras todo el aprendizaje adquirido en el estudio de Martín Ortiz, con 19 años de edad, María se independiza y abre su estudio en calle de Bolívar 22.
La investigadora Rebeca Monroy Nars dice que el periodo histórico en el que Santibáñez se inició como retratista fue complicado. “No contó con mucha fortuna para hacerse de una clientela asidua. Contaba con audacia y talento pero muy poco presupuesto”.
Fue en esos momentos de apremio que Santibáñez decidió apostar al todo o nada y así envió la imagen de la Graciela de Lara al concurso de Belleza convocado por EL UNIVERSAL.
El trabajo de Santibáñez y el de su mentor Martín Ortiz fue ampliamente publicado en las páginas de EL UNIVERSAL ILUSTRADO. Desde 1919 es posible encontrar numerosos trabajos firmados por la novel fotógrafa.
El retrato de la señorita María Teresa Lambarri, publicado el 6 de noviembre de 1919, es de una belleza particular y representa gran parte de los intereses plásticos de esta artista de la lente. En este artificio visual apreciamos el uso de un fondo enigmático, un hermoso crepúsculo con una luna llena al fondo, que ilumina el vado de un río cuyo recorrido nos acerca a la modelo del primer plano.
Lambarri luce una túnica delicada y recoge su largo cabello con la mano izquierda, por lo que se puede apreciar su bello rostro, mientras que posa su mano derecha firmemente en una pequeña figura cuadrada. Entre la luna llena, atravesada por una nube, y el rostro de la modelo se escenifica un juego visual que nos lleva de un lado a otro. Aquí se hacen presentes lo nocturnal y el sobrecogimiento de la mujer.
Entre los retratos que Santibáñez publicó en EL UNIVERSAL ILUSTRADO destacan el de la señorita Eleonor Rennow, el 13 de enero de 1920, y la silueta aristrocrática de María Teresa Viesca, del 20 de enero del mismo año. Un año más tarde, Santibáñez elabora un retrato de la señorita Josefina Viesca, con un bello atuendo de gitana, de cuyo faldón cuelgan cartas de azar. En la imagen destaca el uso de una pequeña columna Toscana en la cual la fotógrafa recargó un pandero. Viesca observa un juego de cartas que sostiene con su mano izquierda, mientras que lleva su mano derecha a la altura de su cuello. El fondo de la imagen es neutro, lo que permite concentrar nuestra mirada en la improvisada gitanilla.
Por otra parte, en los retratos de las señoritas Violeta Liebes y Esther Lemus Ugarte, fechados el 27 de noviembre de 1919 en las páginas de EL UNIVERSAL ILUSTRADO, se concentra gran parte de la poética visual de Santibáñez; ambas modelos lucen una corona de flores y una túnica que nos remiten a la cultura clásica. Para enfatizar estos juegos oníricos, estas reminiscencias grecorromanas, la artista utilizó una pequeña reproducción de la mítica Venus de Milo en la fotografía de Violeta Liebes, quien mira de frente a la cámara; esto es una excepción en los retratos femeninos de Santibáñez.
También destaca el retrato de la señorita Graciela Zárate, “una belleza tapatía”, publicado el 29 de enero de 1920. Para elaborar esta fotografía, María Santibáñez no recurrió al fondo pictorialista sino que ubicó a la modelo en un punto en el que convergen dos muros; las cenefas de cada pared se dirigen hacia al rostro de Zárate, quien está recargada en el muro, ladeada ligeramente hacia la derecha, con la mirada en lontananza; con su mano izquierda se recoge delicadamente el cabello, mientras que su mano derecha sostiene unas rosas a la altura de su pecho. Al igual que otras modelos, Graciela Zárate vestía una túnica, cuyos pliegues otorgan volumen a la imagen. Su mirada concentra una sensualidad desmedida y se dirige hacia un punto fuera del encuadre.
Meses después de obtener el primer premio en el concurso de EL UNIVERSAL, el trabajo de María Santibáñez comenzó a ser reconocido. En el artículo titulado “Retratistas mexicanos”, publicado el 2 de diciembre de 1920 en EL UNIVERSAL ILUSTRADO, firmado por el célebre pintor Carlos Mérida, se afirmaba que sin haber salido de México, el trabajo de Santibáñez estaba a la altura de cualquier fotógrafo del mundo. “Conoce a Stieglitz, a Abbé, a Henry Manuel, de París”. Aseguraba que las fotografías de Santibáñez estaban “grandemente influenciadas del arte fotográfico americano”.
De acuerdo con Mérida, los retratos de Santibáñez se inscribían dentro de la fotografía moderna que muestra estados del alma, caracteres y aspectos anímicos, palabras clave para comprender por entonces los aportes de la fotografía.
Gracia y templanza moldearon el trabajo de María Santibáñez; la belleza la redimió, y ésta es capaz de redimir a todo aquel que la convoque.