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Michel Houellebecq, figura francesa de la literatura contemporánea, debuta hoy como artista plástico en el Palais de Tokio de París, donde propone una megainstalación con obra propia y de algunos de sus mejores amigos.
Bajo el título "Rester vivant" ("Seguir vivo"), cargado de nihilismo, poesía y humor, el autor de "Sumisión" (2015) utiliza 2 mil metros cuadrados para mostrar su idea del mundo actual, del deseo y del amor supremo.
En dieciocho salas construidas e iluminadas minuciosamente según sus designios, el también fotógrafo, cineasta, actor y cantante ha creado una instalación visual y sonora total.
La fotografía, que practica desde hace décadas, primero como soporte del universo físico de sus novelas, es solo una pequeña gran parte del conjunto, abierto al público hasta el 11 de septiembre próximo.
Es el hilo conductor del evento y aporta mundos que se bastan a sí mismos, pero también visiones abismales de escenarios de novelas como "Plataforma" (2001), "Las partículas elementales" (1999) o "Ampliación del campo de batalla" (1994).
En 2014, en un pequeño espacio en París, ya expuso muchas de ellas: su premonitoria visión de Europa y de Calais, los bellos y desoladores paisajes de España y de Francia, las naturalezas exóticas destruidas por la mano humana o las promesas turísticas de falsos mundos ideales.
Lo nuevo, además de sus fotos eróticas, a las que dedica una pieza envuelta en piel de pantera, es el minucioso diseño de muros, salas, dimensiones, alturas, contenidos, luces y colores para ordenar en ellos los más variados géneros artísticos.
El comisario capaz de asumir el riesgo es su amigo de décadas y presidente del Palacio de Tokio, Jean de Loisy, quien en una entrevista resumió su sorpresa y su entusiasmo.
"Creía que íbamos a hacer una exposición sobre Michel Houellebecq, luego supe que íbamos a hacer una exposición de Michel Houellebecq y ahora sé que no es una exposición, sino una instalación", dijo.
Como demostró en "El mapa y el territorio" (2010), cuyo protagonista es un artista de éxito, el debutante instalador no es ningún intruso en el mundo del arte, a cuyos actores frecuenta desde principios de los 90, cuando empezó a editar sus poemas en La Différence.
El primero de ellos, recuerda De Loisy, fue precisamente "Rester vivant", serie de recomendaciones a un joven poeta al estilo de Rilke, pero en versión Houellebecq, "es decir, más autoritario y más pesimista, y más divertido, como lo es siempre el humorista".
La primera parte de la instalación está dedicada al mundo actual, mientras que la segunda la conforman el arte y el amor, motivos supremos para "seguir vivo".
Las obras expuestas son suyas y de virtuosos como Renaud Marchand, cuyo "Daniel & Esther. Homenaje a Michel Houellebecq" da cuerpo a la composición química del clonado protagonista de "La posibilidad de una isla" (2005), en un negro recinto donde cuelgan varias fotos de su amigo.
Junto a un coqueto fumadero, los cuadros y esculturas de Robert Combas ocupan una estancia en la que se reconstruye la caótica e impenetrable "leonera" del pintor, fuente máxima de inspiración.
La estrella es también el perro Clément (2000-2011), figura del cartel de la instalación y de sus penúltimas salas, momento culminante de la visita.
En la penumbra de la primera, sobre una moqueta de cuadros escoceses rojos, las paredes de formica beige de un pequeño cuarto alargado albergan acuarelas y fotos del amado can, cuya existencia compartieron unos años el autor y su entonces mujer, Marie-Pierre Gauthier.
En el centro de este lugar tan "kitsch" como ciertos ambientes houellebecquianos, una mesa también rectangular acumula algún documento de identidad veterinario y, sobre todo, los múltiples juguetes de Clément, que el autor y su exmujer se repartieron y conservan con espectacular dedicación.
La pieza contigua da la clave definitiva de la exhibición sobre el amor supremo, el único posible en esta tierra, según Houellebecq: se trata de un diaporama, musicado por el celebérrimo Iggy Pop, en memoria del perro, pura "máquina de amar".
rqm