Inmaculado o desordenado, generalmente amplio y con buena iluminación, el taller es espacio íntimo donde el creador se encierra con sus miedos y sus obsesiones, un lugar privado donde el talento transita de la mente abstracta del artista a la pieza tangible que observará el público.
El Petit Palais, templo parisino de las bellas artes tallado en piedra y situado junto al puente de Alejandro III sobre el Sena, invita al espectador a mirar por el ojo de la cerradura de esos lugares donde solo se permite el paso a las musas.
A través de 400 fotografías, la exposición "En el taller. El artista fotografiado de Ingres a Jeff Koons", que puede visitarse desde hoy y hasta el próximo 17 de julio, propone un recorrido por los espacios donde los grandes creadores "cocinan" las obras que dejarán para la posteridad.
"Cuando un fotógrafo entra en un estudio se produce una historia de creatividad, amistad, lucha y a veces envidia", explica Susana Gállego, una de las tres comisarias de una muestra donde se pueden "allanar" los talleres londinenses de Ron Mueck o Anish Kapoor, las parisinas estancias de Pablo Picasso o Pierre Soulages o los neoyorquinos habitáculos de Helmut Newton o Louise Bourgeois.
El recorrido fotográfico, que se ciñe a un orden temático, arranca con el estudio de Roma donde trabajaba Mariano Fortuny y Marsal en 1870. Esas imágenes de tonos rosáceos y monocromos muestran ciertos puntos en común con los espacios de trabajo de sus sucesores.
A menudo, los grandes creadores agrupados en la exposición parisina trabajan en espacios atiborrados del imaginario del artista, donde se percibe la primacía de un orden íntimo entre pinceles, plumas, animales disecados, armas, plantas, telas, bustos, sofás y obra nueva, vieja o ajena.
De la anárquica atmósfera donde Francis Bacon encontraba los impulsos para volcar modernismo pictórico en sus lienzos a la pulcra concepción de la "oficina" artística de Jeff Koons, pasando por el animalario del que se rodea Miquel Barceló o por los trapos que disfrazaban de desván desordenado el taller de Toulouse-Lautrec.
A las fotografías y negativos, la muestra añade algunos objetos para contextualizar las instantáneas, especialmente diarios y revistas, pues gran parte de la fotografía de artistas en sus estudios servía y sirve para ilustrar los artículos de prensa en los que se da a conocer nueva obra.
Por eso, la relación entre el fotógrafo que irrumpe en el taller y el artista que se refugia dentro no siempre es sencilla, sobre todo si el encuentro es exclusivamente profesional. De ahí que las instantáneas con más matices son aquellas tomadas cuando el retratista proviene del círculo íntimo del creador.
El taller, subrayan los organizadores de la muestra, antes que un lugar de trabajo es un espacio de vida. Y cuando es un amigo el que se adentra en él es mas sencillo que en las imágenes aparezca el universo familiar del artista, como esposas, hijos o animales.
Así, penetrar en la cocina artística de Henri Matisse es más sencillo de la mano de la fotógrafa Hélène Adant, prima de Lydia Delectorskaya, su modelo, asistente y última musa.
Del mismo modo, se aprecia más complicidad cuando existe un vínculo entre el artista y su modelo cuando ambos trabajan ante la cámara, como los casos de Giacometti pintando a su esposa, Annette, o Chagall haciendo lo propio con Bella.
Los hay que se convierten en albañiles del arte, como Marlene Mocquet con su cigarrillo en los labios, sus cubos de pintura y sus vaqueros gastados, y los hay que solo se dejan retratar como auténticos dandis, como Nicolas de Staël con su pantalón negro y camisa blanca remangada o Mondrian, de riguroso traje.
Pero si hay algo compartido entre tanta fotografía de interior -con alguna salvedad como los impresionistas Corot, Claude Monet, Rodin o Renoir, que preferían pintar en exteriores- es que cada artista es un mundo distinto cuando se trata de engendrar el lugar en el que transformará su inspiración en obras de arte.
rqm