Lo experimental en Nacho López no fue algo aislado, sino “un trabajo singular que realizó a lo largo de su vida profesional”, concluyó al hacer su investigación José Antonio Rodríguez, uno de los curadores de Nacho López fotógrafo de México que se presenta en el Museo del Palacio de Bellas Artes.

Es una exposición retrospectiva con 235 fotografías, que es a la vez un homenaje a Ignacio López Bocanegra (Tampico, 1923 -Ciudad de México, 1986), conocido por todos como Nacho López, a 30 años de su muerte.

La exposición, curada por  José Antonio Rodríguez y Alberto Tovalín, presenta las fotografías que muestran las crónicas, personajes y series sobre las vecindades, el mundo indígena y la Ciudad de México en los años 50; al mismo tiempo remarca una faceta menos conocida del fotógrafo e intelectual, la de su obra experimental.

En sus palabras. López era también escritor; sus reflexiones fueron muy críticas no sólo para remarcar las posibilidades de la fotografía, cuestionar la situación del fotoperiodismo o sacudir el pensamiento de muchos protagonista del mundo de la cultura, sino para abrir fronteras y caminos para la fotografía: “Si la fotografía contiene un solo significado, es documento. Si contiene las contradicciones de una realidad sin agregar el propio razonamiento, es narrativa. Si contiene los dos factores anteriores, además de la realidad interpretada por el cerebro y el ojo, es novela, y quizá obra de arte”, escribió López en un ensayo que puede leerse dentro de los Textos Críticos que reproduce el catálogo de la muestra.

El vuelo que López dio a la experimentación se puede rastrear desde los inicios de su carrera, hasta poco antes de su muerte en 1986.

Rodríguez ha seguido el rastro y encontró que en 1948, cuando López fue a dar  un curso de fotoperiodismo a Caracas del que se produjo un catálogo, en este libro aparecen ejercicios de composición, aun cuando su curso sería sobre  fotoperiodismo. “Les estaba enseñando a componer, que no trabajaran el registro por el registro, sino que  trabajaran el proceso de composición; que todo cuenta en el cuadrángulo de la imagen”.

Como maestro siempre fue muy poco ortodoxo. A diferencia de cualquier otro, a sus alumnos en la Universidad Veracruzana y del CUEC no los llevaba a hacer fotografía ni a trabajar en el cuarto oscuro, sino que los hacía leer, escribir y pensar las imágenes.

En México, a inicios de los 60 experimentó en el trabajo con artistas de otras disciplinas, por ejemplo con el escultor Pedro Cervantes. Sobre esas fotos dice el curador: “La familia las tenía conservadas, nos las mostraron y de inmediato Alberto y yo dijimos: ‘¿Qué es esto?’. Eso no se había mostrado”.

Rodríguez da detalles de este trabajo: “Los 60 son años de unas propuestas muy interesantes de otros experimentadores, Kati Horna y Leonora Carrington eran artistas que trabajan en interdisciplina. Nacho López trabajó con Pedro Cervantes; Cervantes dibujaba sobre papel y Nacho fijaba la imagen, o pintaba Nacho sobre la imagen con los dedos para no lastimar la superficie del papel”.

También en 1960 Cervantes y López llevaron a cabo una “acción” —reconocida por Raquel Tibol— que fue el traslado de una escultura del artista, de un gallo, hasta las puertas de Bellas Artes; toda la acción la retrató López y el público atestiguó los hechos.

Dos décadas más tarde, López estaba creando las vasedactigrafías que exhibió el Museo de Arte Moderno en 1982. Al respecto, Rodríguez cuenta: “En 1981, para no seguir haciendo las mismas imágenes de esta gran corriente latinoamericanista, muy marcada desde el 78, en que lo importante era registrar las guerras en Nicaragua y El Salvador y la pobreza, Nacho López, hace las vasedactigrafías, que son arte abstracto. Embarraba el cuerpo de sus amigos y de su esposa con vaselina para el cabello, los metía a un espacio oscuro para que el papel no se velara y pegaba después el papel sobre los cuerpos; lo que salía era la fotografía. A su esposa le puso el papel en el pubis o en el trasero; a los amigos, en la cara”.

Crear otras realidades.  “Nacho López era en esencia un juguetón”, dice Rodríguez como preámbulo a la narración de la historia de sus acciones provocadas. El curador encontró que en una línea totalmente opuesta a la teoría del instante decisivo, de Henri Cartier-Bresson —que para Rodríguez es “teoría corset del instante decisivo”— , López busca provocar acciones que a su vez generarían reacciones que retrataba. Es el caso de la serie “Cuando una mujer guapa parte plaza por Madero”: “Le dijo a una bailarina de teatro (Maty Huitrón): ‘Te vas a vestir de rojo, de vas a poner bellísima y vas a deambular por Madero’. Los caballeros le lanzaban piropos, la miraban. Nacho López la va fotografiando, pero lo que quiere es la reacción de los espectadores”. Una historia similar es la de “La Venus se fue de juerga por los barrios bajos” donde se ve a un hombre llevar un maniquí por la calle, por una pulquería, en el camión. Esas series las publicaba en la revista Siempre! Rodríguez abunda: “Eso no es realidad, es ficción, puesta en escena. Estas acciones provocadas son parte de su trabajo experimental.

Entre los textos de López se encuentra que apuntó: “Mi fotografía responde a mi sensibilidad en medio de influencias que acepto o rechazo, pero no soy dogmático. La libertad de expresión en el arte y en la vida son mis premisas. Lo que cada artista produzca será el reflejo de su íntima y propia realidad”.”

El cine, que fue la otra pasión de López, no fue en todo caso un lugar donde pudiera concretar muchos proyectos, aunque vuelve a ser campo de innovación. “Quiso ingresar al cine en un momento de la gran época del cine mexicano, a finales de los  40, pero en el cine, como en otras artes, hay elites. Había tres jerarcas del cine mexicano: Jorge Negrete, Cantinflas y Gabriel Figueroa. López no pudo acceder”.

Su filme, Los hombres cultos  fue una historia postapocalíptica, donde participaron artistas como Vlady y Rocío Sagaón, hermana de López.

El otro filme de gran importancia fue el de Cuba, En algún lugar del mundo, que contó con el apoyo de El Tigre Azcárraga y de Fidel Castro Ruz. “El documental muestra el triunfo de la Revolución Cubana”. La cinta es conservada por la familia del productor, Héctor Cervera, y se busca que la pieza completa o un fragmento pueda exhibirse en Bellas Artes.

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