Nacido a principios de los 90 en el Instituto Superior de Arte de La Habana, el colectivo de arte Los Carpinteros se formó entre el activismo y la política, condición que los llevó a desarrollar profundamente el “síndrome de la sospecha”. “Cada objeto no es casual, cada objeto tiene una especie de lenguaje oculto que nos fascina y nos interesa explorar siempre”, sostiene uno de sus integrantes, Dagoberto Rodríguez (Caibarién, Cuba, 1969) .

Y así lo han hecho en cada una de sus obras, acuarelas, esculturas, instalaciones o videos. Una serie de clavos torcidos para aludir a la reutilización de los objetos en un contexto de austeridad; una réplica menor del faro de La Habana tirado en el piso para sugerir el desplome del emblema de la bahía. “Todas nuestras piezas son una reflexión política del hecho de vivir en Cuba y es una visión existencial del acto de estar allí”, dice Rodríguez en entrevista.

Una docena de esas piezas creadas por el colectivo integrado por Rodríguez y Marco Antonio Castillo se pueden apreciar en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la UNAM, que acoge esta muestra luego de  su presentación en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey.

Los artistas, que ahora viven entre Madrid y La Habana, presentan por primera vez en México esta selección de obras, en su mayoría piezas monumentales que por muchos años permanecieron como simples proyectos, sin poder construirlos por la falta de dinero y la escasez de materiales. “Trabajar en Cuba es especial, nos brindó una inspiración que no nos ha abandonado.  La vida en Cuba es difícil,  no es un lugar donde de un momento a otro levantas el teléfono y pides que te traigan unos paneles de madera para hacer tu obra. Más bien, la sobrevivencia está por encima de la gestión normal de una persona. Eso ha sido un proceso difícil, pero muy enriquecedor para nosotros como artistas”, relata Rodríguez.

Pero en medio de esas “situaciones limitadas”, dice, La Habana en sí misma ha sido el escenario monumental y perfecto para desarrollar sus obras. “En cualquier esquina te encuentras una especie de instalación o puedes hacer fotografías, es un telón de fondo formidable para hacer cualquier cosa. Tenemos el privilegio de tener una ciudad que ha sido conservada por los siglos y, a la vez, abandonada. Vivir en La Habana es convivir con el pasado”.

Con 25 años en la escena artística cubana, Rodríguez celebra el deshielo de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, pero pone duda que los cambios profundos, a nivel político, se den pronto.  “Es muy temprano para hablar de apertura. El proceso de deshielo entre estos dos países es muy importante para nosotros porque Cuba siempre ha visto la relación con Estados Unidos como una tragedia, no debería tener una relación hostil con un vecino. Por primera vez, hay un poco de realismo en el escenario político entre los dos países, pero creo que la cosa está atorada un poco del lado cubano, desgraciadamente todavía está demasiado ideologizado, adoctrinado, anclado al pasado y no se si esas reformas vayan a suceder”, explica el artista.

Uno de esos cambios urgentes, considera, debería ser la apertura del gobierno para dejar que los jóvenes participen y tomen lugar en la política.  “No podemos hablar de cambios si no se deja participar a la gente joven en la política, no hay sangre nueva en la política. El país está siendo gobernado por un solo partido que apenas sobrepasa el millón de afiliados. Tiene que haber lugar para todas las ideas”.

“Tenemos generaciones de chicos jóvenes y todos se van porque no tienen vida en el país. Si un país no es capaz de proveer a sus ciudadanos crecimiento económico o social, no es nada. Es un país fracasado”, opina.

La exposición, curada por Gonzalo Ortega, se exhibirá del 17 de marzo al 4 de septiembre en las salas 4, 5 y 6 del MUAC, Insurgentes Sur 3000.

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