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ssierra@eluniversal.com.mx
El papel que recorta en la mesa cuando una idea va cobrando forma, la maqueta de madera y la escultura son el camino hacia una obra de arte que Manuel Felguérez muestra en su estudio, en la casa que habita hace más de 30 años. Ahí han nacido cientos de proyectos, grandes esculturas como las cinco que se encuentran entre Paseo de la Reforma y el Centro Histórico de la Ciudad de México. Ahí están los nuevos colores, dorado y plata, que ha vuelto a trabajar buscando siempre la reinvención. Ahí están las obras que este año exhibirá en la Galería López Quiroga. Ahí están proyectos que no se concretaron. Es su “taller básico”.
Esa trayectoria de Felguérez (Zacatecas, 1928) será reconocida este 20 de febrero con la Medalla de Bellas Artes.
¿En qué proyectos trabaja ahora?
Los proyectos grandes son un poco difíciles, porque acostumbran caerse: le encargan a uno grandes proyectos y, de 10, sale uno. Dependen de tiempos, precio, materiales, patrocinios, instituciones. Tenía un mural grande para un nuevo campus de la Universidad de Aguascalientes y una escultura para un posible edificio del arquitecto Teodoro González de León que va a hacer el Infonavit pero, entre otros problemas, al director del Infonavit lo nombraron candidato al gobierno de Oaxaca, y ya sabes que todo depende del dinero, y el dinero cada vez le escasea más al gobierno. Aparte, tengo proyectos de exposición. Una en dos meses, más o menos, en la Galería López Quiroga.
¿Qué expondrá?
Cuadros y esculturas. Uno cada vez que expone, busca encontrar nuevas opciones de cualquier tipo; porque exponer lo mismo no tiene chiste. Uno siempre parte de la voluntad como... —bueno, la palabra creador es muy pretenciosa—, como “hacedor de objetos” de encontrar nuevas posibilidades porque el arte se supone que es creación, invención, entonces se la pasa uno inventando siempre en relación al momento en que se produce. Lo que hacía hace dos o tres años es diferente de lo que hago ahora. Una diferencia muy sutil: cambian el color, la proporción, sin cambiar el estilo característico.
¿Este momento es de un color, un material, una idea?
Cada vez que trabajas una obra quieres que sea —es pura cosa mental— mejor que la anterior. Para que lo sea, entonces vas inventando. El individuo se transforma, cambia su mentalidad. Sería muy raro que uno estuviera en evolución y que los objetos que hiciera se quedaran estáticos.
Yo como escultor o pintor hago objetos, arte objetual. Ahora hay muchos que hacen ideas. Aquí lo importante es el objeto, y el reto es comunicar a la materia, al objeto, un sentimiento espiritual; es transformar el espíritu en materia. Cualquier creador artístico tiene una idea que se convierte en materia y dice lo mismo en piedra, barro, yeso, óleo, acuarela o acrílico. Eso es lo difícil: hacer hablar a la materia.
Al enfrentar el material automáticamente surgen nuevas ideas. Es un juego dialéctico, como la ciencia: apuestas a acierto y error, nunca sabes si le vas a atinar o te va a salir horrible.
¿Quién es su juez?
Yo mismo. En eso consiste la creación artística, que no hay más juez que uno. Lo importante de lo que hago es que me guste a mí y no a otro. Si me gusta, crecen las posibilidades de que le guste a otro; si no, la escondo, la destruyo.
¿Destruye a menudo obras?
Pasa. El “a menudo”, con la cantidad de años que llevo en esto, quién sabe si es cada año o cada diez.
¿Le pasa como al escritor que tira las hojas a la basura?
Es una imagen de película. No veo que mis amigos escritores tiren sus papeles, los guardan como locos, porque son manuscritos que al final tienen un valor extra. Corrigen, corrigen y corrigen; siguen corrigiendo hasta que ya no se puede tocar nada. En el caso de la pintura, es lo mismo: se hace, está bien, pero puede ser mejor. En escritura tachas y pones la palabra junto; aquí quieres tachar pero no es fácil, está muy duro. Hay que volver a empezar.
Como a los escritores ¿le teme a la hoja, lienzo, en blanco?
La tela en blanco es igual que la hoja en blanco. Es el símil más parejo. La tela en blanco es un reto. A veces quedas muy contento del resultado y a veces no. Cuando no funciona, el escritor de película arruga el papel y lo tira, y el pintor de mentira lo rompe. Ninguno hace eso —mentalmente sí—. Si no sirvió, hasta vergüenza da enseñarlo.
¿Qué piensa que pasa con el arte público en la Ciudad de México?
Lo que siempre debe haber más es arte porque no quiere decir que toda la escultura que se hace, pública o privada, sea arte. No todo el que pinta un cuadro hace arte; la mayoría no es. Incluso la pintura es un oficio. Si tienes un maestro de pintura puedes aprender a pintar y ser un buen pintor. Pero no es arte. Arte es otra cosa rara que te implica, además de tener oficio, ser creativo, hacer cosas que nunca se han hecho de una manera o hacer lo mismo de una manera tan diferente que sea nuevo.
Entonces ¿qué pasa? La mayoría de las esculturas que ponen en el DF —ya no es DF sino Ciudad de México— son horrendas. Las cuatro o cinco que yo he hecho me gustan mucho; y las de otros amigos. Pero la mayoría me parecen horrendas. Aunque se llevaran las buenas, qué bueno que no pusieran ninguna porque cualquiera hace un monigote, lo pone en una esquina, y no hay quién lo regule. Es: “Conozco al delegado y quiero poner una figura, pues ahí la pongo”. Tiende a ser horrible.
¿Cómo son sus tiempos de trabajo?
De diez a dos, luego leo, y de seis a nueve vuelvo al estudio, por la luz. Leo, releo, y como releo, veo obras de arte.
¿Qué lee?
Ahora, he vuelto a André Gide.
¿Vuelve a obras y a los autores?
Siempre he sido rata de museo. Viajo mucho. En gran parte porque extraño obras que alguna vez en la vida me importaron. La cosa es que viendo éstos descubres a otros que se te habían ido. Me gustan más los museos conservadores. En Nueva York, por años iba a ver al Museo de Arte Moderno el Guernica, luego lo quitaron. Pero sigue habiendo toda la colección espléndida, mis cubistas o gente que conocí, como una sala especial de (Constantin) Brâncuși…, cuando estuve en París lo visitaba. Son recuerdos, cada uno está ligado a una época, un país, un lugar.
Vuelvo mucho, tanto en el Metropolitan como en el Louvre, a las áreas de los primitivos italianos, pero llego a los flamencos y me vuelvo loco con Lucas Cranach, Brueghel y todos esos. Si voy al Prado voy a ver a El Bosco, no me puedo perder volver a ver El jardín de las Delicias ni tampoco me pierdo al Goya de la época negra…. Creo que mi cultura está basada en la diversidad.
En plan de París, me gustan menos los académicos que los impresionistas. Me gusta el arte primitivo, buscar Babilonia más que Grecia, pero cuando voy al Británico y veo los relieves que se robaron del Partenón dices “¡Qué bruto! Me gustan más los griegos”. Y más que los museos, (me gusta) conocer culturas enteras como en la India, cada tres pasos te quedas embobado con la arquitectura, relieves y escultura, y en Egipto es lo mismo. Las grandes culturas son más que un museo. Y no son individualidades. No es Occidente con sus museos, sino conjuntos de épocas. No sabes quién hizo las cosas, ni te importa. Te hablan tanto.. La única forma de medio rehacer la historia de la humanidad es viéndola. ¿No?