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La Ciudad de México es una urbe que no concibe la pausa, en la cual la naturaleza de desorden y caos parece haber ganado la batalla y donde la desaparición del lago ha conducido al agotamiento de las utopías. Es una ciudad que precisa preguntarse ¿cómo hacer para reconectarnos con el tema del agua en esta cultura contemporánea?

Esas ideas son parte de las conclusiones a que llegaron escritores, arquitectos, urbanistas e historiadores mexicanos y franceses que desde 2014 han formado parte de la iniciativa (D)escribir la ciudad.

En 2014 nació (D)escribir la ciudad, en francés (D)écrire la ville, un programa de intercambio de la Embajada de Francia y la revista Arquine, a partir del cual un escritor y un arquitecto, o a veces un historiador y un urbanista, siempre de las dos nacionalidades, francesa y mexicana, conviven unos días en la capital mexicana, conocen o redescubren la ciudad, tienen un encuentro con el público y escriben su experiencia. El texto de su periplo se publica en Arquine y el programa, hasta ahora, ha arrojado lecturas muy críticas de la ciudad, sus habitantes, su historia, sus problemáticas. El crecimiento del programa llevará este año a la edición de un libro con los textos, a su realización en Tijuana y a desarrollar iniciativas similares en Brasil y Asia.

En los encuentros han participado Jean François Parent y Paco Ignacio Taibo II; Laurent Portejoie y Julián Herbert; Mauricio Rocha y Emmanuel Loi; Tatiana Bilbao y Nicolas de Crécy; Rubén Gallo y Marc Barani; Georges Lomné y Cecilia Martínez; e Ingrid Astier y Javier Sanchez. En una única ocasión, (D)escribir la ciudad tuvo lugar en Guadalajara y, entonces, compartieron el arquitecto Juan Palomar y el poeta y escritor Frédéric Boyer.

(D)escribir la ciudad, dice el agregado cultural de la embajada, Raphaël Meltz, fue propuesto con el anterior agregado de cooperación técnica, Yann Thoreau la Salle (hoy es impulsado también por el actual agregado de cooperación técnica, Luc Blanco): “Era hacer un proyecto que tenía que ver con encontrar personas de mundos muy diferentes. Desde el principio la idea era así, un francés y un mexicano, y luego otro contraste: un arquitecto y un escritor. Como una doble frontera, arte-escritura, Francia-México”.

La experiencia propone un doble conocimiento, de acuerdo con Meltz: “El de la otra persona y el de la ciudad. Es muy importante elegir personas que tienen el deseo de la curiosidad, de enfrentarse a la ciudad de otra manera. Con un arquitecto es más fácil, porque conoce la ciudad; pero con un escritor el reto es diferente, es mirarla y es también escribir de la ciudad”.

Para el arquitecto mexicano Javier Sánchez lo más interesante fue “encontrarse casi como turista en la ciudad. Se trata de dejar a un lado la actividad cotidiana e intentar explicar y explicarse a sí mismo cómo funciona tu ciudad”. Para su experiencia, Sánchez leyó libros de la novelista Ingrid Astier y de inmediato le interesó la importancia del río, el Sena, en este caso, en su obra. Entonces trazó una suerte de contraste con lo que vive la Ciudad de México.

Cuenta Sánchez: “Cuando piensas eso te da mucha tristeza porque México, de haber sido una ciudad lacustre, hoy no tiene casi nada, conserva algunas pistas ocultas que no son evidentes para el turista. Todo el eje de la visita tuvo que ver con tocar el tema de una civilización que llega y se establece en un sitio fantástico, un valle muy alto inundado por lagos y cómo empieza a construirse en ese momento la Conquista, y luego la pelea contra el agua para vaciar el valle y poderlo construir, que es donde estamos ahora. No es que uno viva de la nostalgia, pero sí constatas que ha habido decisiones muy, muy fuertes que han modificado el paisaje natural del valle de México donde vivimos. Y surgen posibilidades utópicas: ¿cómo hacer para realmente volvernos a conectar con el tema del agua en esta cultura contemporánea? Eso me dejó el encuentro; hacer esta reflexión, compartirla con ella, visitar lugares como Xochimilco que están en esta condición frágil entre abandono y especulación inmobiliaria, pero que es Patrimonio de la Humanidad”.

Recuperar saberes. La utopía y la ciudad lacustre marcaron el encuentro entre el historiador francés Georges Lomné y la urbanista Cecilia Martínez, ex directora de la Oficina del Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos. Los dos concibieron un recorrido muy peculiar: de las periferias hacia el centro. Lomné, especializado en la historia de los países andinos, propuso preguntar por el final de las utopías: “Nos decidimos a indagar si la muerte definitiva del lago no firmaría el fin de México como utopía urbana, lo que, a manera de paradoja, permitiría volver a plantear la ciudad a escala humana.”

Martínez habla de la experiencia: “Se nos ocurrió buscar poblados alrededor del antiguo lago, un recorrido que comenzó por la Basílica porque la Guadalupana representa la integración de las culturas; el sur, con los poblados de Coyoacán, fuimos a Xochimilco, y el noreste, cerca de las pirámides”.

El intercambio los llevó a encontrar finalmente, escribe el historiador, que “hoy el caos urbano se debería más bien a la pluralidad de utopías que pretenden remodelar la ciudad”. Lomné afirma que en las orillas del fenecido lago siguen viviendo personas que mantienen vigente la memoria larga de la urbe. Concluye que la Ciudad de México es compleja y diversa y, por ende, poco apta a reconducir utopías abstractas, sin mayor anclaje histórico-cultural, como la del Manifiesto Estridentista de Manuel Maples Arce, de 1921, o el “Desarrollismo” del gobierno de Miguel Alemán. Entonces, Lomné propone: “México debe volver a considerar su singularidad mestiza y considerar su propio ser histórico.”

Repensarnos para dónde va esta ciudad es lo que dejó a Cecilia Martínez este encuentro. En entrevista, la urbanista destaca la importancia de pensar la ciudad desde muy diversas disciplinas. “¿Por qué la ciudad tiene tantos temas y se cree que cambia tanto? En realidad no cambia. Para mí tiene muchas puertas de entrada que al final llevan a lo mismo. Entrar por la puerta de la historia fue fundamental para encontrar que hoy debemos tomar la historia para poder planear qué va a ser de la ciudad y no olvidarnos de esa historia. El ejercicio me sirvió para recordar que a la ciudad no la puedes estudiar desde una sola perspectiva, tiene muchas. Además de las muchas puertas, se mueve en el tiempo”.

En su mirada hacia la historia, Martínez propone recuperar la importancia del espacio público, del espacio para las personas, que había en las ciudades prehispánicas, y valorar la estructura de las ciudades planeadas en América a partir de las Leyes de Indias: “El espacio público hoy es ocupado por el centro comercial que es estrictamente privado, que depende de un guardia si te deja entrar o no, depende de unas horas, de tu estatus social… El centro comercial ha generado nuevas estructuras económicas internas pero no es para toda la sociedad, y si algo tenemos que romper en América Latina, más que la pobreza, es la desigualdad. Lo único que generamos con los centros comerciales es exacerbar esa desigualdad”.

Otros cuestionamientos. Entre el diverso grupo de lecturas sobre la ciudad resalta la crítica que construyeron el arquitecto francés Marc Barani y el escritor mexicano Rubén Gallo en Tras los pasos de Mario Pani. Los dos coinciden en que Pani construyó para poder ver el mundo desde arriba.

Rubén Gallo apunta que Pani ideó en Tlatelolco “un conjunto marcado por el orden y la armonía”, pero que la Ciudad de México se “vengó” de él: “A fin de cuentas, la naturaleza de la ciudad, marcada por el desorden y el caos, ganó la batalla y terminó por imponerse”. Marc Barani también es muy crítico de Pani: “Tlatelolco no tiene nada de original: parece la obra de un estudiante de arquitectura que copió, sin mucha reflexión, los planes del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna de 1930. Y lo hizo años después, para 1960 muchos arquitectos —empezando por el mismo Le Corbusier— habían evolucionado en su manera de pensar. En Tlatelolco, Pani construyó un proyecto que ya era anacrónico”.

En su artículo “Diario a la orilla del mundo”, Emmanuel Loi, que compartió con el arquitecto Mauricio Rocha, hace una crónica comparando el presente con una visita que hizo a México con los años 70. Ahí describe con literatura los contrastes de esta capital: “La metamorfosis de la ciudad en su gigantismo trepan a la mayoría de las representaciones urbanas; un trabajo se traza en una zona de obras; excavación, congestionamiento, carrera incesante de sonidos. La ciudad se teje y se desteje: ninguna dilación o tregua, la monstruosidad del movimiento viene de su visibilidad. En medio de esta descampación perpetua hay siempre algo que se emprende y se deshace simultáneamente: obstrucción, construcción, destrucción. La metamorfosis es una mutación, un enmascaramiento o el lifting de una herida que quiere sonreír con fórceps”.

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