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“Carlos Monsiváis anteponía sobre cualquier relación amistosa su voracidad de coleccionista de fotografías. Ibas con él al baratillo y, si algo te había interesado primero, podía ser suyo, no estaba a discusión. El vendedor decía: ‘Discúlpeme, tenga su dinero; es para el señor Monsiváis’. Y le decías: ‘Pero si yo lo descubrí, es mío’. ‘No, pues lo siento muchísimo’”.
Alfonso Morales cuenta anécdotas como ésta al recorrer la exposición Pasado Venidero. Revisiones de la colección fotográfica de Carlos Monsiváis, de la cual es curador, y que se exhibe en el Museo del Estanquillo.
Una exposición que acaba siendo un autorretrato del escritor y periodista mexicano, quien tuvo en la fotografía una de sus mayores colecciones: más de 20 mil documentos entre negativos, impresos, diapositivas, tarjetas de visita, álbumes enteros, polaroids, postales y fotografías. Un autorretrato de sus filias y fobias, de su pasión por la imagen que incidió en su escritura, que iba paralela a sus intereses periodísticos y sociales, y en la cual fueron determinantes dos amigos y artistas: Francisco Toledo y Vicente Rojo. “El interés por coleccionar fotografías le viene más de Toledo, y el entendimiento del valor editorial, de que la fotografía establece un relato autónomo, de Rojo”, explica el curador.
Morales, investigador de la fotografía y director de Luna Córnea, amigo de Monsiváis y cómplice en esa pasión lo recuerda como un coleccionista “omnívoro, celoso, soberbio, presumido”, al tiempo que generoso y con una curiosidad infinita: “No todos los coleccionistas tienen un conocimiento tan amplio; Carlos todo lo reparaba, de todo quería saber. Sabía que esas fotografías apoyaban la documentación de relatos históricos marginados. Fue un intelectual que muy tempranamente le dio valor memorioso, histórico, artístico a la fotografía como ningún otro intelectual de su nivel en esos años. No sólo colectó imágenes para tener tesoros y presumírselos a otros coleccionistas, sino que colectó para usar como editor y escritor”, afirma.
Obsesivo, Monsiváis coleccionó fotografías de los siglos XIX y XX; retratos de muertes históricas (de Zapata, Villa, Obregón); hasta series de prostitutas y travestis señalados en las páginas del Magazín de la Policía. Esas fotos, tomadas por Adrián Devars Jr. tienen al reverso la historia de cada uno de estos personajes; de uno de ellos, con fecha de junio de 1968, se relata con letra manuscrita: “Alberto del Valle Galindo ‘Maribel’ paseaba por la Zona Rosa cuando un agente de la policía judicial, a quien dicen ‘Alma Grande’, creyendo haber hecho una buena conquista la invitó a subir a su auto cosa que aceptó ‘ella’, pero al darse cuenta de que no era mujer, sino hombre, se la llevó a los separos de la policía judicial acusándola de ejercer la prostitución”.
Y como esa, muchas otras historias que la exposición ha logrado narrar con las imágenes, sus soportes, sus reiteraciones, sus manchas causadas por el paso del tiempo y quizá por las pisadas de uno de sus gatos. Aparecen álbumes con la historia amorosa de una pareja, desde el cortejo hasta la formación de la familia; trabajos de grandes fotorreporteros como Nacho López, Héctor García y Agustín Jiménez, a menudo junto a las publicaciones donde habían aparecido sus imágenes; trabajos sobre los que Monsiváis escribió o que editó. Pero también muchas fotos de autores anónimos, de las que él entendió su importancia como testimonio; pequeñas colecciones de ídolos populares, de divas, de Angelitos, de movimientos sociales, de toda la otra historia, esa que interesaba a Monsiváis porque tomaba distancia del discurso oficial nacionalista y estereotipado construido por el Estado y la televisión.
Pensar la fotografía. En la exposición se encuentran unos versos de Carlos Pellicer, que a menudo y a su manera Monsiváis repetía, versos que, explica Morales, recogen su pensamiento sobre el poder que tiene la fotografía para interpelar: “Mudo espío, mientras alguien inmóvil y voraz me observa”.
“Carlos encontraba en esas líneas del poema de Pellicer la poética del retrato que no sólo permite ver, sino que también el retratado te ve a ti; la posibilidad de que aún muertos nos ven o de que no sólo vemos el pasado, desde una posición de poder, sino que nos sigue interpelando desde una dimensión que es el pasado venidero”.
Como el pensamiento de Monsiváis, la colección es muy ecléctica en términos de autores, fechas, temas, formatos, técnicas. Para Morales, la fotografía y el cine fueron tan determinantes para Monsiváis que acabaron por influenciar su escritura. “En muchos textos están recursos de la imagen: la instantánea, el juego de edición y de corte directo, recursos narrativos de cine y la fotografía los hizo escritura. Eso fue parte de su imaginario, un recurso escritural. Esta colección se usó, no sólo se guardó para presumir”.
La colección lo deja ver en otros sentidos: “Un coleccionista tradicional hubiera coleccionado sólo esas obras firmadas (de Diego Rivera y Frida Kahlo), uno más abierto se permite repeticiones que no hablan sólo del retratado, sino de la fotografía, del tiempo”.
La exposición expresa que la colección no sólo fue un acopio de tesoros: “Carlos, que era desordenado, tenía muy claro en su mente lo que tenía.
Dejó hilos sueltos, tramas, muchas pistas. Hizo una confabulación a través de la imagen. Había en él una parte díscola, quería presumir, pero luego era la parte generosa, era compartir: ‘Mira lo que conseguí’. Y si te desmayabas era el placer mayor. Pero luego descargaba la fotografía y, al instante, ¡pasaba un gato por encima de esa pieza!”.