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"Lo que hay que sacar a la luz es el ser humano, la vida. No la naturaleza muerta". Así lo escribe Edvard Munch, el gran pintor noruego, el precursor del expresionismo, y quien más allá de sus famosos cuadros, como El grito, también plasmó sus pensamientos en unos textos reunidos ahora en un libro.
Aforismos y reflexiones que se publican por primera vez en español en el volumen El friso de la vida (Nórdica libros), con ilustraciones del propio pintor y cuya edición coincide estos días con la gran exposición sobre Munch que repasa toda su obra en el Museo Thyssen, con 80 de sus pinturas y grabados.
Edvard Munch (Loten, 1863-1944) escribió toda su vida y todo lo guardaba, cuadernos, anotaciones, cartas, diarios, poemas en prosa, cartas de viaje, listas de tareas, hasta las declaraciones de la renta, todo un material que el pintor entregó junto a su obra pictórica al ayuntamiento de Oslo.
Y es el Munchmuseet, en Oslo, quien alberga todo este tesoro pictórico y todos sus miles de textos, de los cuales ahora llega esta selección en español, traducidos por Cristina Gómez-Baggethun y Kristi Baggethun.
"Ha sido un trabajo muy difícil, una traducción dura- explica Cristina Gómez-Baggethun-, porque eran unos cuadernos en bruto del original, lleno de tachones, sin puntuación y con muchas versiones, como hacía Munch con sus cuadros, con algunas faltas; y tras dar muchas vueltas, al final, decidimos dejarlo como era el original", subraya.
"No hemos incorporado tachones ni faltas de ortografía -aclara-, pero sí hemos dejado su gramática rota y su estilo", añade la traductora, que recuerda el espíritu atormentado y obsesivo de Munch.
"Escribía una y otra vez y volvía a los mismos temas como en sus cuadros. No estaba preocupado por la sintaxis, ni por el estilo, ni por la forma, creo que estaba más dedicado a mostrar sus emociones, sus sentimientos abiertos como en sus cuadros, que el texto dijera algo", añade Gómez-Baggethun.
"No se pinta/copiando la naturaleza -Se toma de ella/o se sirve uno de su rica fuente", escribe. O también: "Estos cuadros son estados de ánimo, impresiones de la vida espiritual que en conjunto constituyen un desarrollo/de esa lucha entre hombre/ y la mujer denominada amor".
"La palabra escrita fue el medio por el que Munch mantuvo el contacto con el mundo, ya fuera con su familia, amigos u otros artistas y también fue como administró autónomo y se comunicó con asistentes, mecenas, coleccionistas de arte...", escribe Hilde Boe, del Munchmuseet, en el prólogo del libro.
Desde niño Munch convivió con la enfermedad y la muerte. Su madre murió de tuberculosis, al igual que su abuelo, su hermano y la tía que vivía con su familia. Él vomitó sangre desde niño y sufría constantes catarros, como recuerda en el libro.
"Llegué enfermo al mundo, me bautizaron en casa y mi padre creyó que no iba a vivir -Apenas asistí al colegio...". Unas circunstancias que le llevan a decir también que, a pesar de todo eso y de haber heredado el nerviosismo y la vehemencia nerviosa que padecía su padre, su arte no estaba enfermo.
"No quiero decir con esto que mi/ arte esté enfermo- como creen Scharfenber y muchos otros. Esa gente no comprende la esencia del arte y tampoco la historia del arte", escribe.
Tuvo un atormentado carácter y su propia vida fue escabrosa, para él la bohemia era muy importante, pero a la vez la rechazaba. Fue un moderno, a contracorriente, no solo en la pintura, sino en su manera de vivir, con una familia muy religiosa. Estuvo en un proceso de contradicción grande y de liberación personal", sostiene la traductora.
Munch pasó por París, Amberes o Berlín y a principios del siglo XX ya era un pintor de gran éxito. Padeció varias crisis nerviosas y estuvo hospitalizado en varias ocasiones, que compaginó con grandes exposiciones por toda Europa.
Estuvo internado y aislado en un sanatorio de Copenhague en 1909, después volvió a Noruega, donde vivió hasta su muerte, en 1944.
Al morir legó más de mil cuadros y 15 mil 400 grabados, además de miles de dibujos y acuarelas.
sc