Fue una cárcel de disidentes políticos en la ciudad iraquí de Aqrah, al norte del país, durante el régimen de Sadam Husein; un sitio de cuyas faltas a los derechos humanos, actos de injusticia y privación de la libertad, se sabe poco. Hoy es un refugio para víctimas de la guerra en Siria. Ahí los niños se tomaron la libertad de pintar los muros, de dejar un testimonio de su éxodo, del destierro obligado por las armas, de los sueños de paz y la inocencia que aún persiste en las mentes infantes de Medio Oriente.

En la antigua prisión de Aqrah, enclavada al pie de las montañas del norte iraquí, en la región de Kurdistán, encontraron hogar temporal unas 14 mil personas que huyeron de la ciudad de Qamishli, al noreste de Siria, a causa de la guerra civil en su país.

Todos los viernes, al menos una docena de niños que viven en el campo de refugiados se reúne el mediodía para mostrar sus propuestas pictóricas con las que redecorarán los grises muros de la antigua cárcel que resguarda a unas 240 familias desplazadas.

Este ejercicio pictórico se originó por iniciativa de la neozelandesa Lucy Tyndell, directora de la iniciativa Castle Art, una ONG destinada a fomentar el arte en los jóvenes del campamento desde 2014.

Tyndell relata al medio árabe que en un principio "los estudiantes trajeron dibujos que ya habían hecho. Dos tercios de sus cuadros eran sobre muerte, destrucción y gente disparándose; sólo escenas horrendas". Pero se motivó a los pequeños artistas para que pinten ideas positivas y se les animó para que presenten un diseño por semana, que luego es plasmado en algún muro del refugio.

Los diseños plasmados en las paredes del campo son un testimonio de sus vivencias en ese hogar pasajero y sus recuerdos sobre Siria.

En el sitio un mural exalta a la mítica ciudad de Palmira --, con sus columnas majestuosas plasmadas a través de los ojos de los jóvenes sirios. Cuenta Tyndell que para este fresco se le sugirió a los niños pensar en profundidad y perspectiva, "la creación de distancia en la pintura, la sombra y la luz".

"Lo que está pasando aquí es una reminiscencia de lo que pasó con el Muro de Berlín", cuenta la neozelandesa. "En Alemania del Este había una población que quería pasar al otro de la barda, y eso también es Aqrah: existe un grupo de gente que pretende una vida mejor, que quiere irse, volver a casa".

A los aprendices del proyecto se les ha hablado sobre arte urbano, sobre artistas como , Thierry Noir y Stick, que han usado su técnica para "ridiculizar las figuras de opresión", como lo han sido Bashar al-Asad en Siria y el propio Sadam Husein en Irak.

Voluntarios de Castle Art solicitaron a los noveles artistas plasmar sus sueños y esperanzas hacia el futuro en los rincones de la prisión. Un niño plasmó un mapa de Siria.

Este ejercicio provoca alivio en los niños. "Cuando pintan se olvidan de sus problemas", comenta a Al Jazeera un adulto del campamento. Además, la iniciativa ha servido como un ejercicio de integración entre los refugiados.

Valeria Bembry, voluntaria del programa, comenta  que "cuando todo el mundo vuelva a su casa, esta instalación se mantendrá como un testimonio de la historia oscura. Puedo ver cómo este sitio se convertirá en un museo con gente que vendrá a conocer cómo vivieron aquí y cómo se las arreglaron para transformar el espacio".

rqm

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