Bajo la ocupación nazi, el director del zoológico de Varsovia y su mujer siempre tenían cianuro para, si los pillaban, poder llevarse el secreto a la tumba: los cientos de judíos y resistentes escondidos en su casa. Una historia que llega al cine.
Durante la guerra, Jan Zabinski, enrolado en la resistencia polaca, y su mujer Antonina escondieron a casi 300 judíos y resistentes en el terreno del zoo.
El guión de la película de Hollywood The Zookeeper's Wife (traducida al español como La casa de la buena estrella) se estrena esta semana en Polonia y luego en otros países. Está basada en hechos reales.
El chalé del director del zoo, con una bodega sin ventana conectada por un túnel secreto al terreno del zoológico, sirvió de refugio clandestino para muchos judíos que se escaparon del gueto de Varsovia, de 1940 a 1944, hasta la insurrección organizada por la resistencia polaca contra los nazis.
Los huéspedes se quedaban horas, días, meses y en algunos casos años. "A veces había una treintena de personas viviendo allí", afirma Olga Zbonikowska, empleada de la Panda Foundation que administra la casa en la actualidad.
Por aquel entonces Moshe Tirosh tenía cinco años. "Recuerdo cómo me quedaba de cuclillas debajo de un banco de hormigón en la bodega y ponía la mano en la boca de mi hermana para impedirle gritar", recuerda el octogenario, residente desde 1957 en Israel.
"Porque gritaba sin parar, noche y día. Cuando alguien daba un portazo en la planta baja, me estremecía de miedo. ¿Y si nos encontraban?", declara por teléfono.
A este antiguo hombre de negocios, con siete nietos, todavía le cuesta creer que haya sobrevivido. "Vi cuerpos de niños en la calle. Cosas espantosas... Recuerdo que me preguntaba por qué todo el mundo quería matarnos. No lograba entenderlo..."
Los nazis nunca encontraron el escondite y todos los huéspedes clandestinos sobrevivieron salvo dos, detenidos fuera del perímetro del zoo.
El matrimonio Zabinski pensaba que el mejor escondite siempre es un lugar a la vista, como el zoológico. Decía que "bajo una farola siempre es donde hace más oscuro", cuenta su hija Teresa citando un proverbio polaco.
"Mi padre estaba convencido de que a los alemanes nunca se les ocurriría que pudiese haber tanta gente escondida en un lugar semejante, con ventanas abiertas y sin cortinas", explica a la AFP esta mujer de 73 años.
El riesgo era enorme. Ayudar a los judíos, incluso darles un vaso de agua se castigaba con la muerte.
Cuando los alemanes se acercaban a la casa, Antonina daba la voz de alarma tocando al piano un aire de opereta.
Sus invitados clandestinos se escapaban entonces por el túnel que llevaba a un terreno del zoo o, por ejemplo, se metían en un armario de doble fondo en la planta de arriba.
Algunos se escondieron en los recintos de animales vacíos. Otros sobrevivieron en el sótano de la mansión.
Se escondían también de la empleada de hogar, a la que consideraban una informadora potencial de los nazis. Cuando un día encontró a Antonina en compañía de un abogado judío, éste se hizo pasar por médico.
"Lo más difícil era explicarle la enorme cantidad de comida que se consumía", cuenta Antonina en sus memoria publicadas en 1968 en Polonia.
La familia simulaba un apetito feroz. "¡Me cuesta creer que puedan comer todo eso! ¡Nunca he visto nada igual", murmuraba la empleada cuando recibía los pedidos de alimentos...
Felicidad oculta
Esta abundancia de comida hizo feliz a la familia Tirosh después de dos años de miseria en el gueto, corroído por el hambre y el tifus. A punto estuvo de ser deportada al campo de concentración de Treblinka.
Para huir del gueto, la familia compró el silencio de los guardias. A Tirosh y a su hermana las metieron en sacos y las lanzaron por encima del muro; sus padres lo escalaron.
Cuando llegaron al zoo era noche cerrada. La calma y la simpatía de Antonina los tranquilizó. "Era extraordinaria", cuenta Moshe Tirosh.
Antes de que la familia huyera a otro escondite, Antonina les tiñó el cabello para que "parecieran menos judíos". "Se encerró en el cuarto de baño con nosotros y nos tiñó el pelo. Frotó y frotó y cuando, finalmente, salimos su hijo Rysiek gritó: '¡Mamá qué hiciste! Es el color de las ardillas'".
Así se ganó la familia el sobrenombre de "las ardillas". Las otras también tenían apodos de animales: el estornino, los hámsteres, los faisanes...
Y la casa pasó a llamarse el Arca de Noé de los tiempos modernos.
Las memorias de Antonina se titulan "La gente y los animales". La escritora estadounidense Diane Ackerman se inspiró en ellas para escribir "La mujer del guardia del zoo", en el que se basa la película de Niki Caro, interpretada por la estadounidense Jessica Chastain y el alemán Daniel Brühl.
La casa se convirtió en museo, donde se puede visitar el sótano y el túnel secreto que ha salvado tantas vidas.
El Instituto Yad Vashem de Jerusalén concedió a los Zabinski el título de Justos entre las naciones, que otorga a quienes han salvado judíos durante el Holocausto.
El zoo todavía existe y alberga a unos 5.500 animales.
En 1944, Jan recibió un disparo en el cuello durante la insurrección de Varsovia y estuvo encarcelado en Alemania. Su mujer Antonina, después de la guerra, se las arregló para recaudar fondos con los que reconstruir el zoo, con la ayuda de muchos habitantes de la ciudad. Reabrió en 1949.
Antonina murió en 1971 y Jan en 1974.
sc