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Estoy convencida de que el 1 de julio celebraremos no una elección más, sino la elección más trascendente. Cuantitativa y cualitativamente, no hemos tenido otra igual. Vamos a elegir el mayor número de cargos de elección popular de nuestra historia -Presidente, 128 senadores y 500 diputados , ocho gobernadores y un Jefe de Gobierno ; presidentes municipales, síndicos y regidores en 25 estados, y diputados locales en 27 estados-, no sólo decidiremos quién será Presidente de México sino quiénes detentarán las oficinas de gobierno en todos los niveles y el poder de hacer leyes que nos vinculen e impacten a todos los mexicanos, no importa dónde vivamos o qué creencias tengamos. Será una elección histórica porque nunca habremos participado tantas mujeres como candidatas poniendo nuestra perspectiva de lo que es importante y de cómo resolver pendientes y rezagos ante el electorado, porque el entorno internacional es más incierto que nunca, porque hay hartazgo justificado con las carencias y los agravios, porque nuestra sociedad está cuestionando de fondo el estado de cosas y buscando definir nuevos paradigmas para el futuro. Por estas razones y más, la trascendencia de la decisión que habremos de tomar el próximo domingo nos obliga a reflexionar.
Yo voy a ejercer un voto informado, con total franqueza me he planteado interrogantes respecto de lo que quiero para mi país y para mi familia, sobre lo que sé que debe cambiar o mejorar y sobre quién es la mejor persona para ser Presidente de México. Sé que votar es un privilegio que también entraña una gran responsabilidad, porque cuando los ciudadanos concurrimos a las urnas ejercemos nuestro derecho a decidir, y por tanto a optar. Las campañas electorales son el espacio para que la cosa púbica se debata; para que se pongan sobre la mesa las expectativas ciudadanas y los aspirantes a los distintos cargos de elección popular planteen su visión de cómo responder a ellas. Los mexicanos de todas las regiones hemos sido contundentes al perfilar los temas que nos son prioritarios: la tranquilidad de las familias, la atención a la indignante desigualdad, la urgencia de consolidar un estado de Derecho que se sienta en todos los ámbitos de la vida social, la exigencia de tener gobiernos, políticos y partidos que rindan cuentas y sean transparentes. Los mexicanos hemos confirmado nuestra convicción democrática, en tanto que vemos el proceso electoral como el cauce para expresar nuestros puntos de vista y nuestro voto como la herramienta para pronunciarnos sobre el estado de las cosas y decidir el futuro. Al ser el nuestro un sistema presidencial, es natural que lo que haya acaparado más la atención del público sea, precisamente, la contienda entre los aspirantes a la Presidencia de la República. Durante estos meses de campaña, los 89 millones de mexicanos que podremos votar el próximo domingo, tuvimos la oportunidad de contrastar perfiles, experiencia, trayectoria y propuestas. Ha quedado claro que la disyuntiva es elegir entre dos proyectos de país que buscan enfrentar los retos que tiene México desde ópticas y presupuestos distintos, que difieren en las causas mismas de los pendientes que tenemos y que también difieren respecto de las medidas y políticas que deben instrumentarse para resolverlos. Dos proyectos que son encabezados por dos hombres también muy diferentes; desde mi óptica no hay duda que quien por experiencia, trayectoria y visión mejor puede conducir a México para hacerle frente a los problemas que nos duelen pero hacerlo desde el conocimiento y la responsabilidad, es José Antonio Meade . Es el único que no sólo entiende de manera integral las causas y dimensiones de la pobreza y la desigualdad, y quien mejor puede formular soluciones para ello, y enfrentar la impunidad y fallas de nuestro sistema de gobierno; es quien mejor comprende a cabalidad el entorno internacional que, nos guste o no, es un factor que incide en nuestro desarrollo, bienestar, seguridad y en la capacidad para responder mejor a los fenómenos globales o regionales que nos impactan; es además, el único que tiene una perspectiva clara de la importancia real de que México fortalezca un liderazgo internacional y lo ejerza con responsabilidad. Es quien mejor puede enfrentar nuestros retos y construir escenarios para solventar nuestras debilidades, y puede también detonar nuestras potencialidades y fortalezas. Tiene el temple para mantener el curso correcto ante presiones internas y externas, el talante para conminar al trabajo en equipo y salvar divisiones ideológicas o de grupo, y tiene la honestidad –personal, patrimonial y política- para hablar con la verdad respecto de lo que es viable, de los tiempos y de las expectativas reales de las cosas. Por eso genera confianza, porque convoca desde la razón y el conocimiento, desde la emoción profunda que genera el amor por México que se curte en el hombre de Estado con la reflexión y la convicción de que nuestro país necesita la entrega de todos para superar brechas y obstáculos que sólo se vencen cuando hay trabajo arduo, disciplina y solvencia técnica y moral. No es hombre que inflama pasiones ni ahonda diferencias, por el contrario es el que ejerce paciencia, el que busca coincidencias, el que construye consensos, el que se sabe situar en el lugar del otro, y el que identifica cualidades y fortalezas para sumarlas en torno a un objetivo común. Sabe que para construir futuro hay que consolidar los buenos cimientos, no derrumbar la totalidad de lo existente, y sabe que para construir país se necesita de la pluralidad que enriquece y democratiza, no del sectarismo que al excluir debilita y construye espejismos desde el dogmatismo. Como a todos, a mí me preocupa el futuro de mis hijos y quiero que vivan en un país de mayores oportunidades y menos desigualdad, que disfruten de un entorno de legalidad, institucionalidad y de paz y puedan pasear por la calle sin temer por su integridad o su vida, que tengan las herramientas para salir adelante y realizar sus sueños, y que vivan en un México que los llene de orgullo.
Porque tengo convicciones, milito en un partido político. Porque me considero una ciudadana responsable, a conciencia he seguido las campañas y evaluado con objetividad personas y propuestas. Porque soy madre de familia, pienso en el futuro de mis hijos. Porque amo a mi país, pienso en lo que más le conviene. Por todo eso, voy a votar por José Antonio Meade.