María de los Ángeles Moreno es un referente. Poseía las cualidades de los cuadros políticos completos: talento nato y preparación sólida, vocación por los acuerdos, visión de Estado y principios innegociables, capacidad para el debate y el argumento que lo mismo destacaba en la tribuna que en la palabra escrita. Su sensibilidad y firmeza le permitieron brillar lo mismo como dirigente de partido en los momentos más difíciles, que como legisladora eficaz y de vanguardia, como funcionaria pública disciplinada y eficiente, y como promotora de las causas que trascienden.

Mujer destacada en todo lo que emprendió, fue la primera mujer en encabezar el Comité Ejecutivo Nacional del PRI, presidió la Cámara de Diputados, el Senado y la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Formadora de cuadros, militante comprometida, Secretaria de Estado.

Incansable en la lucha por la igualdad, nunca dejó de pelear por el empoderamiento de las mujeres como un tema de justicia y de derechos humanos, como una condición para que la democracia sea efectiva e integral, como una cuestión imprescindible para que México se desarrolle plenamente. María brilló como política y en la política, no por su género sino por su tamaño, calidad e integridad.

Extrañaremos su talla como política conciliadora que, pese al profundo amor por sus colores, siempre puso los intereses del país por delante. Frente a la retórica vacía y la descalificación, —hoy tan frecuente en nuestra vida pública—, antepuso el poder de la razón: “la batalla es con las ideas”, afirmó. Presente con agudeza y tino en la arena de la reflexión, su último libro se titula El riesgo de la democracia. Harán falta su compromiso con su partido en estos momentos de renovación, su lucidez en el análisis sobre el rumbo del país, su solidaridad con la lucha de todas, su comentario fino y ponderado en las conversaciones políticas públicas y privadas.

Pero el hueco más grande lo deja en sus amigos y conocidos, que podemos atestiguar que de entre sus muchas virtudes y fortalezas, la mayor era su calidad humana y su generosidad con su persona.

En lo personal, siempre la recordaré como una amiga cercana y cariñosa, con mi padre, con mi familia y conmigo. En los momentos complicados de mi carrera, en las horas decisivas, fue siempre un apoyo saber que contaba con su consejo y experiencia.

Nos dejó María, pero queda la huella profunda de su sensibilidad, carácter e inteligencia en todos aquéllos quienes tuvimos la fortuna de conocerla. Nos dejó María, pero se queda de la forma más honrosa que puede hacerlo una servidora pública: con un legado de leyes, instituciones y acciones, y el reconocimiento tanto de sus compañeros de partido como de sus adversarios.

Amiga, compañera, líder: te echaremos de menos.

Presidenta del CEN del PRI

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