Después de septiembre de 1985, México cambió. Nuestra fragilidad se hizo evidente y desde entonces se impulsó la utilización de instrumentos científicos que sirven para alertar a la población; pero también se fortaleció el uso de otras herramientas que ayudan a los sismólogos a estudiar con detalle fenómenos precursores de un terremoto.

Nuestra historia geológica nos condena: México está situado en el Cinturón Circumpacífico, una de las regiones sísmicas más activas del mundo. La incidencia de sismos se debe a la interacción entre las placas de Norteamérica, Cocos, Pacífico, Rivera y Caribe. Aunque muchos de ellos son imperceptibles, los movimientos no cesan: en 2015 el Servicio Sismológico Nacional detectó un total de 10 717 sismos en territorio nacional.

Para el doctor Víctor Manuel Cruz Atienza, del Departamento de Sismología del Instituto de Geofísica de la UNAM, la herramienta más importante para el estudio de los movimientos de la Tierra sigue siendo el sismómetro. Explica que en los ochenta ya existían en México instrumentos digitales con ciertos rangos de frecuencia y oscilación, que es como se clasifica a los sismómetros, pero desde entonces ha habido una revolución. “Se han desarrollado lo que se conoce como sismómetros de banda ancha, aparatos ultrasensibles que permiten registrar movimientos que pueden tardar dos minutos en completarse hasta otros muy rápidos, por ejemplo, de cien oscilaciones por segundo”.

El experto explica que estos instrumentos permiten observar las diferentes características que posee el campo de ondas generado por un terremoto. “A raíz de 1985 en México ha habido un esfuerzo muy grande por instrumentar, por instalar redes de observación, como la Red de Banda Ancha del Servicio Sismológico Nacional (SSN). Esto nos ha permitido entender mejor la sismicidad en México”. Actualmente operan 59 estaciones de este tipo en el país.

Cruz también explica que otra herramienta básica ha sido la utilización del GPS. “Desde hace dos décadas empezó a utilizarse mucho en la geodesia, en la medición precisa de puntos específicos sobre la corteza continental. “Estos aparatos nos permiten observar de qué forma las capas tectónicas, los continentes, se deforman como consecuencia de la interacción entre las placas. Este tipo de instrumentos no se saturan, es decir, no importa la sacudida del sismo, el GPS registrará con fidelidad el movimiento del suelo”.

El entrevistado explica que en México cada vez hay más GPS´s diferenciales que además han permitido analizar un tipo de sismo muy peculiar: el llamado sismo lento. Este es un fenómeno muy peculiar porque no emite ondas sísmicas y aunque es imperceptible, puede durar meses.

Japón-México

Cruz señala que en los últimos años, la comunidad científica internacional ha entendido que los llamados sismos lentos que ocurren en las partes profundas de las zonas de subducción (donde las placas tectónicas chocan y se consumen entre si), parecen tener una relación con terremotos potencialmente devastadores. Debido a la importancia que ha cobrado el estudio de este tipo de sismos en todo el mundo, se ha buscado instrumentar los fondos de los océanos frente a las costas de países sísmicamente activos, como el caso de Japón.

Precisamente el país referido y México acaban de presentar un proyecto de colaboración mediante el que se instalarán estaciones submarinas, equipos que van anclados en el fondo del mar, frente a la famosa brecha sísmica de Guerrero. Entre los aparatos que se instalarán están sensores de presión hidrostática, que son equipos que pueden detectar con mucha precisión si el fondo del mar se eleva o se hunde, producto de un terremoto o un sismo lento. También se instalarán GPS’s acústicos que ayudarán a los científicos a conocer cómo se deforman y acoplan las placas tectónicas, y cuánta energía realmente se está acumulando en la placa de Cocos bajo la de Norteamérica.

Cruz explica que al término del proyecto esta infraestructura permitirá, si hay voluntad política, un mejoramiento significativo del sistema de alerta temprana por tsunamis. “Este puede ser uno de los frutos posteriores de este proyecto, pero algo de lo que vamos a hacer con esta instrumentación es trabajar con simulaciones computacionales de tsunamis; es decir, vamos a simular el embate de estos fenómenos en la costa del Pacífico para cuantificar peligros asociados, como cuantificar zonas de inundación para establecer mapas de peligro considerando la topografía”.

El futuro de la sismología

No sólo el fondo marino ofrece información sobre la actividad sísmica del planeta, una mirada desde el espacio también puede proveer de datos importantes a los científicos. La interferometría radar por satélite es otra herramienta muy poderosa para conocer las deformaciones que sufre la corteza terrestre. Esta técnica cobró mucha importancia en los años noventa y hoy se ha vuelto indispensable para las investigaciones generales de sismotectónica.

El sismólogo explica que entre las tomas de los satélites que orbitan la Tierra, se captan imágenes constantes de nuestro territorio y entre estas imágenes se pudo producir un sismo con una consecuente deformación de la corteza. Esto puede ser observado por los expertos al comparar fotografías. “Mediante el procesamiento de dos imágenes, que es lo que se llama interferometría, se puede cuantificar cuántos centímetros o metros se desplazó la superficie de la tierra en la dirección en la que se encuentra el satélite”.

Es así que esas imágenes, grandes y continuas, de la superficie de la Tierra, van a permitir conocer el tipo de evento que dio origen a una posible deformación. Por otra parte, para Cruz es muy importante dejar claro que todas estas herramientas que ayudan a la predicción de un sismo o un tsunami son diferentes a los llamados sistemas de alerta temprana, pues estos últimos operan una vez ocurrido un sismo, mediante un centro de registro sísmico. “Una vez que ocurre un sismo potencialmente peligroso, el sistema lo detecta y emite una señal de radio que viaja mucho más rápido que las ondas sísmicas que van propagándose hacia las ciudades potencialmente vulnerables. La alerta llega antes de que arriben las ondas sísmicas. En el caso de los tsunamis es igual, si ocurre un sismo que produce una gran ola, da tiempo para tomar las medidas precautorias. Esto no es predicción, simplemente es una detección temprana”, señala.

En la predicción sísmica confluyen una serie de fenómenos que vuelven al proceso más complejo. “Al día de hoy, la predicción sísmica es imposible. Nadie puede saber cuándo va a ocurrir un gran sismo, sin embargo sabemos dónde van a ocurrir terremotos en el futuro porque conocemos esas regiones”, señala.

Con el conocimiento generado en los últimos años, se busca que en un futuro se puedan detectar cada vez de mejor forma estos sútiles movimientos sísmicos, registrados mediante herramientas de observación muy sofisticadas. Un registro preciso de su ocurrencia sistemática, convertiría la información de los sismos lentos, en señales precursoras de un terremoto. “Ya se ha demostrado en algunos casos, pero no se puede demostrar con certeza que siempre ocurran terremotos después de estos fenómenos. Todavía no es posible hacer la predicción, pero todos estos descubrimientos apuntan a que tal vez en un futuro no tan lejano, podamos hacerlo”.

Para Cruz, los grandes terremotos seguirán ocurriendo en territorio mexicano, pero han cambiado los paradigmas en los últimos años en cuanto a lo que los científicos piensan o pensaron sobre el ciclo sísmico, que no es más que el tiempo que transcurre entre un terremoto y el siguiente, y lo que ocurre durante todo ese lapso.

“El descubrimiento de fenómenos, como los sismos lentos, revelan que los terremotos son procesos mucho más complejos de lo que pensábamos. Deben ser comprendidos cabalmente para entender su naturaleza y en donde radica su poder de devastación”.

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