Con la moda de las selfies, tomarse una foto y postearla en las redes sociales expone a las personas a una exigente retroalimentación medida en términos de "me gusta" y retuits. Y el afán por verse mejor ha llevado a muchos a obsesionarse por corregir defectos faciales echando mano de los famosos retoques y hasta cirugías plásticas.

Por lo menos, esa es la tesis del presidente de la Sociedad Estadounidense de Cirujanos Plásticos, David Song, al revelar que en 2015 hubo más de 27 mil 400 aumentos de implantes de labios en su país, lo que significa un récord, pues se incrementaron en un 48% estos procedimientos desde el 2000.

“Vivimos en la época de la selfie y dado que vemos imágenes de nosotros mismos casi constantemente en los medios sociales, somos mucho más conscientes de la apariencia de nuestros labios”, asegura el médico.

Justamente los labios son un foco muy importante para lograr la famosa "duck face", que es como quien manda un beso; o la boca de apertura de pez, que se logra aspirando ligeramente las mejillas y separando los labios; dos de las poses favoritas de las redes sociales.

Cada vez más jóvenes

Lina Triana, presidenta de la Sociedad Colombiana de Cirugía, sostiene que las selfies tienen un impacto importante, sobre todo en la población más joven.

“Vemos cómo mujeres cada vez más jóvenes desean procedimientos no quirúrgicos (ácido hialurónico y bótox), algo que antes estaba reservado para corregir arrugas en las mayores y que ahora se usa en edades menores para modificar la apariencia”, cuenta.

Eso sí, la especialista reconoce que todo exceso es malo, pero resalta que la tendencia por buscar procedimientos más naturales es cada vez mayor: “La gente ya no busca labios muy grandes, por ejemplo, sino perfilados para hacerlos armoniosos y sutiles”.

Por su parte, el dermatólogo Campo Elías Páez dice que lo que más se está retocando la gente son las líneas de expresión con bótox y se rellenan especialmente los “surcos nasogenianos”, que son las arrugas que se producen desde el final de la nariz y que descienden por ambos extremos de la boca.

“Estas intervenciones no son incapacitantes; generalmente, una semana después se hace un retoque para que el cambio no sea tan evidente. El procedimiento debe durar dos años”, advierte.
Sólo con expertos

Triana insiste en que procedimientos "sencillos" como la aplicación de bótox deben ser practicados bajo estrictos estándares de calidad, con base en la premisa de no hacer moldes sino esculturas, porque cada paciente es única.

Hay que saber también que no todas las intervenciones en la cara requieren quirófano, pues se pueden hacer en consultorios, pero lo importante es buscar manos expertas.

“Con los inyectables hay muchos peligros, porque existe gente que irresponsablemente inyecta biopolímeros, parafina, silicona líquida, vaselina y hasta vitamina E, con altos riesgos de infecciones y deformidades faciales”, resalta Barbosa.

Para él, el problema es que hay expertos en vender publicidad engañosa convenciendo a la gente de resultados mágicos, imposibles de lograr.

“Es vital buscar a especialistas reconocidos, avalados y en centros habilitados, y evitar creerse que hay soluciones eternas. La vejez es una realidad y los tejidos cambian”.

Cuestión de autoimagen

Sandra Herrera, máster en psicología de la Universidad de Salamanca, considera que esta conducta de intentar buscar la perfección por la presión de quedar bien en una foto viene de un patrón generacional que posiblemente ve afectado su concepto de autoestima.

“Hay personas a las que siempre les pusieron muchos ‘peros’ y a medida que crecen experimentan la presión de grupo, quieren ser populares y llamar la atención”, dice Herrera.

La psicóloga reconoce que si hoy una persona no tiene una cara bonita pero hay algo en ella que se pueda destacar, decide mostrar solo esa parte; por ejemplo, la boca o los ojos. A veces, estas poses tienen un componente sexual, son moda o solo obedecen a un impulso por expresarse.

“Cuando uno empieza a hacerle muchos cambios físicos al cuerpo, de fondo puede haber un rechazo inconsciente a la imagen. El peligro es que se abra la puerta hacia la obsesión por operarse cada vez más, hasta el punto de alejarse de lo que se era en un principio y caer en la dismorfofobia, que es la insatisfacción permanente con todo procedimiento”, agrega.

Herrera aconseja a los padres ser cuidadosos con los deseos de sus hijas, casi siempre fieles usuarias de las redes sociales, pues no pocas veces, con tal de complacerlas, terminan haciéndoles regalos estéticos cuando cumplen 15 años.

“Las decisiones que tomemos deben satisfacernos a nosotros mismos y no deben estar enfocadas en la búsqueda de aceptación. Está el riesgo de que una cosa es lo que queremos y otra, muy distinta, el resultado que consigamos con una cirugía”, concluye.

Una vanidad convertida en pesadilla

“Hace unos seis años me inyecté los labios. Reconozco que fue más por la presión de una amiga que lo hizo y me pareció lindo ponerme un poquito.

“Con lo que yo no contaba era con que los polímeros crecen, y lo que al principio me pareció bonito, después se convirtió en pesadilla, que no cuadraba para nada en la cara de una niña de 24 años: no me podía poner brillo ni labiales de colores. No me veía nada decente, y no era para menos: me habían intervenido en una camilla de garaje. Empecé a consultar cómo quitarme los polímeros, pero nadie se atrevía a intervenir porque la cara es muy delicada. Por fortuna, di con un muy buen médico, miembro de la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica y Estética, que me ayudó. Me dijo que no podíamos hacer una sola intervención, sino que debíamos actuar gradualmente para evitar que la boca quedara con depresiones.

“El tratamiento empezó con la extracción del 30% de esta sustancia, pero yo seguía inconforme, y por eso se hicieron dos intervenciones más. Al fin quedé satisfecha. Hoy, la cicatriz ni se nota, no quedaron fibrosis ni depresiones, pese a que todavía tengo el 20% de esta sustancia en mis labios.

“Cada vez que alguien cuenta que se quiere modificar algo de la cara, les pido que tengan en cuenta lo que me pasó. Hay cosas que es mejor dejarlas como son”: Paola Posada, empresaria de 30 años.

kal

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