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Parte de los acuerdos, implícitos o explícitos, que se dan al interior de la relación a lo largo de toda su historia, están dados alrededor del ejercicio de la autoridad, el uso del poder y la capacidad de influencia sobre los proyectos de la pareja.
Es un hecho normal que cada miembro asuma roles diferentes, lo que en la realidad implica que uno tome más la iniciativa que el otro, asuma una mayor cantidad de responsabilidades o decida sobre ciertos asuntos. En este contexto resulta de utilidad a los propósitos comunes y se asocia a sentimientos positivos como la confianza, la seguridad, la estabilidad o la protección por el otro.
Sin embargo, esto no siempre sucede de esta manera y en muchos casos el que uno o ambos miembros de la pareja actúe de manera dominante puede ser un factor de conflicto que lleva incluso a rupturas definitivas. Como se dice coloquialmente“como yo digo” se vuelve un tema de discusión y confrontación permanente por muchas razones, entre ellas porque con frecuencia se traduce en que quien domina tiene una actitud autoritaria que supone tener siempre la razón, querer controlar al otro, descalificarlo o no tener en cuenta sus opiniones, sentimientos y necesidades.
Por su parte quien se siente dominado puede llegar a experimentar de manera importante sentimientos de miedo, minusvalía y falta de confianza en sí mismo. Con frecuencia, las personas muy dominantes tienen estándares muy altos que la pareja no logra alcanzar por más esfuerzos que haga, generando una sensación de “no dar la talla”.
Esta dinámica negativa lleva a acumular rencor y resentimiento afectando muchas áreas de la vida de la pareja como la comunicación, el afecto, e incluso la sexualidad.
Cuestión de acuerdos
La dominación por parte de uno de los miembros de la pareja puede ser signo de que hay poca comunicación efectiva y que no se acude al diálogo para establecer acuerdos de manera conjunta que permitan una mejor convivencia.
Hoy las relaciones se plantean en términos más equitativos, por lo que decidir sin consultar al otro, querer mandar sin pedir su opinión, determinar qué, cómo y cuándo se hacen las cosas, genera tensión, inconformidad y malestar. Tener como único criterio su propio punto de referencia puede desvalorizar al otro, ignorando sus aportes y, en últimas, vulnerando sus derechos.
Tener el dominio en algunas áreas de la relación tiene ventajas cuando se da en el marco del respeto por el otro. Es decir, a través de un consenso y acuerdos, y no de la imposición. Muchas parejas resuelven de manera concertada que cada uno tenga unos roles en los que tendrá mayor campo de decisión. Igualmente, si se trata de avanzar como pareja, resulta más productivo trabajar en equipo.
Actuar habitualmente de manera dominante puede ser un rasgo de personalidad, que en muchos casos se asocia a irascibilidad, intolerancia y dificultad para controlar las reacciones. Las personas autoritarias tienden a ver las situaciones en términos absolutos, lo que deja poco espacio a la concertación o la negociación, herramientas muy útiles a la hora de responder a las exigencias propias de la convivencia.
También responde a una manera de educar que ha relacionado esta actitud con virtudes como la valentía, la fortaleza y el liderazgo. Aunque tradicionalmente está asociado especialmente a lo masculino, va más allá del género. El hecho es que imponer puede generar desequilibrio y ser evaluado por la otra persona como un acto que afecta su libertad, dignidad o autoestima.
Muchas veces el dominio sobre la vida del otro se ve como algo normal, incluso por ambos miembros de la pareja. Expresiones como “es que si no le digo como hacerlo se equivoca”, “si hace lo que yo digo se va a ahorrar un sufrimiento” dan cuenta de esto.
Pero esto es precisamente lo que lo hace peligroso, porque con las mejores intenciones se termina haciendo daño al otro. Además, con frecuencia la imposición se expresa a través de un lenguaje de confrontación, desacreditación, humillación o maltrato. También a través de formas más sutiles, pero igualmente agresivas, como la indiferencia o la falta de comunicación o de afecto.
Recomendaciones
Como en todas las dimensiones de la relación de pareja, el objetivo es tener equilibrio. No se trata de abstenerse de tomar la iniciativa, defender las opiniones propias o dejar de asumir decisiones y responsabilidades por no herir a la otra persona. Es más bien no imponer con la fuerza, tener un trato despótico o ser intransigente.
* Uno de los grandes retos que tiene la persona autoritaria es identificar las distintas formas de ser dominante. Algunas veces se da de manera abierta, fácilmente reconocible, pero otras son más sutiles. A veces es importante solicitar ayuda psicológica.
* Dar espacio para conversar sobre las quejas de la pareja acerca de sentirse sometida, no tenida en cuenta o desvalorizada.
* Entender el desacuerdo como parte de la pareja y no como algo personal.
* Permitir que la otra persona tome decisiones, asuma responsabilidades, pero que también se equivoque, cometa errores o no tenga todas las respuestas. Esto valida al otro como persona y enriquece la relación.
* Expresar el desacuerdo con amabilidad y respeto. Para ser firme no hay que recurrir a gritos, insultos, amenazas físicas o verbales, burlas o comentarios hirientes.
* Para cambiar una actitud dominante hay que comenzar por vencer la tendencia a querer tener siempre la razón, y sigue con reconocer la valía de la pareja, sus derechos a pensar diferente, y a actuar con autonomía y libertad.
kal