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La idea era mandar un mensaje sobre la existencia de la vida en nuestro planeta. La selección no fue sencilla, ¿qué imágenes y sonidos pueden definir la esencia de los terrícolas? El trabajo fue asignado a un comité encabezado por Carl Sagan, quien en su momento definió la experiencia como simplemente intentar de lanzar un mensaje de esperanza dentro de una botella al vasto oceáno espacial. Mediante la Voyager 1, este mensaje flota actualmente en el espacio interestelar, donde no hay riesgo de que pueda ser golpeado por objetos grandes, pero el ambiente está lleno de nubes de material diluido de estrellas que explotaron como supernovas hace millones de años.
Debajo de esas nubes, viaja el Voyager 1 con un disco de cobre chapado en oro de 30 centímetros de diámetro, protegido por una cubierta de uranio-238 que le da una vida promedio de 4 468 millones de años. Contiene, además de la música de Bach, el canto de Louis Armstrong, los cantos nocturnos de los indios navajos e incluso el compás de El cascabel acompañado de mariachi. También alberga diversos sonidos de la vida cotidiana como el ladrido de un perro, el pulsar de los signos vitales y el motor de un auto. Dentro del centenar de imágenes, se pueden descifrar la radiografía de una mano, una red de pesca, una partitura musical y una mujer amamantando a su hijo. La información seguirá viajando en el espacio y puesto que su recorrido podría durar miles de millones de años, estas cápsulas de tiempo que viajan en cada nave, podrían ser los únicos rastros de cómo fue la civilización humana algún día.
Viaje todo incluido para dos
La velocidad actual de las misiones Voyager es de más de 48 mil kilómetros por hora. Hay un contador en la página del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA que mide kilómetro por kilómetro la distancia a la que se va desplazando tanto desde la Tierra como del Sol. En un solo segundo se acumulan 14 kilómetros en el marcador de las naves que se han convertido en minas de conocimiento sobre el espacio.
Voyager 1 fue lanzada el cinco de septiembre de 1977. Fue la primera en ver los volcanes de la luna Io, el satélite galiliano más cercano a Júpiter. Gracias a la previsión de los diseñadores de la misión hace cuatro décadas, esta nave tuvo su primera gran prueba al soportar sin problema la radiación de este planeta. Este artefacto también es el responsable de captar la famosa imagen “Retrato de familia”, que plasmó al Sistema Solar mostrando a la Tierra como un punto azul pálido. Probablemente su más grande hazaña es que se convirtió en la primera nave en penetrar el espacio interestelar, barrera atravesada en el 2012, sin embargo deducir esto no fue sencillo. La tecnología de esta nave no incluye un sensor de plasma, de modo que los científicos necesitaron otras formas de medir el ambiente para hacer una determinación definitiva de su ubicación.
Una explosión masiva de viento solar y campos magnéticos fue la que ayudó a proporcionar los datos necesarios. La pendiente de las oscilaciones en la nave ayudó a los científicos a determinar un plasma 40 veces más denso que lo que habían registrado en la capa externa de la heliósfera y que sólo es posible encontrar en el espacio interestelar. Los cambios y densidad en las partículas energéticas que se detectaron por primera vez el 25 de agosto de 2012, hicieron que se aceptara esa fecha como el día en que se alcanzó esta región desconocida del espacio.
Por otra parte, Voyager 2, lanzada el 20 de agosto del mismo año actualmente está en la llamada heliopausa, la capa más externa de la heliosfera, donde el viento solar es frenado por la presión del gas interestelar. Durante su largo trayecto, la Voyager 2 ha enviado numerosas imágenes de los planetas exteriores y uno de sus principales logros científicos es el estudio de los vientos solares. Para las postales del recuerdo están: los géiseres de la luna Tritón, la mancha obscura de Neptuno y el patrón nuboso persistente en forma de hexágono localizado en el polo norte de Saturno.
Hace cuatro décadas, las misiones fueron lanzadas desde el Centro Espacial Kennedy con la finalidad de sobrevolar algunos planetas aprovechando una alineación que ocurre cada 176 años y que ayudó a impulsar gravitacionalmente a las gemelas. Con 16 días de diferencia en sus fechas de lanzamiento, ambas sondas sobrevolaron Júpiter y Saturno, pero Voyager 2 además trajo datos de Urano y Neptuno. Las diferentes ubicaciones de las gemelas han permitido comparar simultáneamente dos regiones del espacio.
Historia sin fin
Es así que descubriendo volcanes activos, océanos, rayos cósmicos, núcleos atómicos y demás secretos del Universo, las misiones Voyager han transmitido durante 40 años información que las han colocado en los anales de la historia de la ciencia espacial y su trabajo aún no acaba. Los diferentes impulsos gravitacionales de los planetas que visitaron les dieron un “empujón” necesario para emprender su misión, pero también lo han logrado gracias fuentes de alimentación energética de larga duración. Cada una tiene tres generadores termoeléctricos que utilizan la energía de calor generada por plutonio. Para los especialistas de la NASA, algo que ha sido fundamental en las misiones Voyager es que se pudieron realizar naves duraderas y cuyos datos se han podido administrar gradualmente para extraer de ellos la mayor cantidad de información posible
Los controladores de la misión en la Tierra reciben diariamente datos y aunque las señales emitidas en la actualidad son muy débiles (aproximadamente la potencia de la luz de un refrigerador), la información es captada puntualmente por estaciones de la Red del Espacio Profundo de la NASA. Según datos de esta instancia, una señal desde la sonda Voyager 1 tarda alrededor de 17 horas en llegar a la Tierra. Suzanne Dodd, gerente de proyecto de la misión Voyager, en el Laboratorio de Propulsión a Chorro en Pasadena ha señalado que se contempla que la recepción de datos continúe por algunos años más. “Esperamos que los instrumentos científicos de campo y partículas continúen enviando datos al menos hasta el año 2025”. Sin embargo, se espera que su viaje se prolongue por muchos años más.
Con un peso de apenas poco más de 700 kilos cada una, estas naves han logrado algunos de los avances más significativos en la historia de la ciencia. Especialistas de la NASA ligados a este proyecto han señalado que más allá de pensar en otras formas de vida inteligente, quizá los futuros exploradores del espacio profundo salgan de la Tierra y podrían encontrarse con estas naves y sus cápsulas de tiempo para darse cuenta de la enorme ayuda que significó esta intrépida misión espacial para que ellos pudieran llevar a cabo ese salto en la conquista del espacio.