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Por encima, piñas coladas y lentes de sol; por debajo, botellas de plástico que tardan 450 años en degradarse y desechos orgánicos que asfixian los ecosistemas. En las costas mexicanas, la vida y la muerte se retratan con diversos rostros. La industria turística es una de las responsables de la acelerada, y caótica, urbanización de estas zonas que aceleran la contaminación de los ecosistemas marinos. Sobre todo en México, el problema no es menor. Nuestro país tiene una extensión de 11 mil 122 kilómetros de litorales en su parte continental (sin incluir litorales insulares), sólo superado por Canadá en el continente americano.
“Finalmente todo va a parar al mar. Gran parte de la contaminación de los mares se origina por el exceso de población flotante que representa el turismo y que termina con una gran cantidad de desechos, como el caso de los aparentemente inocuos residuos orgánicos”, afirma el especialista y apunta que aunque los desagües hacia el mar han sido una práctica común durante mucho tiempo, esto no quiere decir que el impacto de estas sustancias no sea perjudicial.
La materia orgánica que se arroja por los desagües al mar, formada por heces y otros materiales, puede ser descompuesta por bacterias aeróbicas en procesos de mucho consumo de oxígeno que agota este componente en el agua. De esta forma, se transforman los ecosistemas marinos, y los organismos que solían habitarla simplemente migran o mueren. Pero esto también provoca que proliferen algunos microorganismos y tipos de alga que empiezan a competir con los organismos asociados a los corales en luchas desventajosas para las barreras coralinas.
En los desagües viajan nutrientes vegetales inorgánicos, como nitratos y fosfatos, que inducen al crecimiento desmesurado de las algas que provocan la llamada eutrofización de las aguas, un proceso que también agota el oxígeno e imposibilita la vida en el mar. Es por esto que uno de los índices para medir la contaminación por desechos orgánicos es el OD, la cantidad de oxígeno disuelto en el agua.
Rivas explica que en el caso del tratamiento de aguas en el país existen tres categorías. La primera sólo separa sólidos, la segunda sólidos y algunos contaminantes orgánicos, y la tercera es inocua para el ambiente, pero generalmente en las playas mexicanas sólo se llega al número dos, así que las aguas siguen contaminándose y dañando los ecosistemas marinos. En México sólo se trata el 40 % de las aguas residuales y cada segundo se vierten a las cuencas 124 mil litros de aguas sin tratar.“Es una regulación que urge. En las costas, la cantidad de bacterias asociadas a la materia fecal supera a lo que hay en otras playas del mundo”.
Lágrimas de sirenas y Holbox
El plástico es el elemento más común encontrado en los océanos, de hecho una estimación del PNUMA señala que para 2050 habrá más plásticos que peces en los mares, pues cada año ingresan a las aguas oceánicas alrededor de 10 millones de toneladas de diversos productos hechos con este tipo de material.
Un grave ejemplo de este impacto son las llamadas “lágrimas de sirenas”, esferas de plástico menores a cinco milímetros de materiales no biodegradables que producto de la erosión se convierten en minúsculas partículas. Estos microplásticos incluso se han integrado a las cadenas alimenticias de peces y crustáceos.
Los riesgos de que materiales no biodegradables perduren en los océanos se incrementan cuando las poblaciones aledañas exceden su capacidad de carga. Para Rivas, esto es muy claro en los principales focos turísticos del país, como puede ser tanto el caso de la península de Yucatán como de la península de California. “Hay gran cantidad de descargas y gente que emite más contaminantes”, advierte. En las islas el efecto es más claro. Lugares como Cozumel han sido afectados por el tránsito constante de cruceros. Según datos de Sectur, en el 2016 llegaron más de dos mil cruceros a puertos mexicanos y precisamente esta isla es la que más arribos registra. En Cozumel, uno de los efectos de las embarcaciones es que ocasionan que suba la temperatura del mar, dañando los corales.
Sin embargo, Rivas subraya el caso de isla Holbox como uno de los casos más críticos en la actualidad de turismo depredador. “Es una pequeña isla donde se ven todos los efectos juntos de la industria turística. Se trata de un microcosmos que muestra un sistema de alcantarillado saturado, basura que concentra plásticos de un solo uso y en general muchos materiales que se consumen y abandonan. Todo termina dañando un una población núcleo muy pequeña”.
Isla Holbox se ubica en el extremo norte del estado de Quintana Roo. Tiene una extensión de 40 kilómetros de largo por dos de ancho. Su impacto en la industria turística es relativamente proporcional a la cantidad de basura que genera. Se calcula que los turistas producen alrededor de 360 toneladas de basura al mes, cifra que ha aumentado más del 500% en la última década.
Para Rivas, el crecimiento sin orden y la poca importancia que se le da a los riesgos ambientales es un asunto común en el desarrollo de la industria turística del país, pero en Holbox se vuelve más evidente porque es una isla muy chica. “Su capacidad de carga es muy pequeña y aún así planean construir 400 palafitos en el lugar (aunque buscaban que fueran 800), sin reconocer a cuántas personas en realidad puede soportar este ambiente. Esto sucede en las áreas protegidas del país, pues Holbox está dentro de la Reserva de la Biósfera y Área de Protección de Flora y Fauna Yum Balam. Esto también nos sirve para imaginar qué pasa en otras partes que no están protegidas”, cuestiona el ambientalista.
¿Turismo sostenible?
El año 2017 ha sido declarado por las Naciones Unidas como Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo, pues el organismo internacional considera que con más de mil millones de turistas internacionales viajando por el mundo todos los años, el turismo se ha convertido en una poderosa fuerza que puede apoyar el crecimiento económico haciendo un uso efectivo de los recursos naturales.
“El turismo sustentable siempre ha sido y será una posibilidad. Muchas veces nos han hecho creer que no es así, pero en realidad sí funciona, el problema es que no es masivo”, señala Rivas y enfatiza que un turismo de baja escala, tiene pocas ganancias, pero si son manejadas por comunidades o ejidos, siempre van a resultar lucrativos para esos grupos. “El problema es que en realidad los centros turísticos son un gran motor de inversión extranjera. Tienden a ser inversiones que pretenden obtener ganancias lo antes posible. Estamos hablando de inversiones millonarias y este turismo masivo del que se alimentan siempre tendrá la complicación de que difícilmente podrá ser sutentable”.
Rivas pone como ejemplos a estados como Chiapas y Oaxaca donde se han impulsado numerosos ejemplos de turismo sustentable, muchos de ellos asociados a las llamadas Unidades de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre (UMA). “Lo que hace poco discutíamos en el senado respecto a Ley de Biodiversidad es que muchas comunidades pueden vivir del turismo sin que tengan que extraer sus recursos, como las que ya viven del ecoturismo. En estos estados esto ha sido muy éxitoso”.
Para el especialista se pueden tener proyectos de mayores dimensiones, pero deben ser planeados por estudios confiables sobre cuánta gente es capaz de visitar un lugar sin alterar negativamente el entorno. La dinámica es hacerlo al revés: primero se empiezan a construir los grandes edificios, grandes complejos y luego se piensa cómo esto podría afectar al ecosistema. Nuevamente la penísula de Yucatán salta a la luz.
“Cancún ya sobrepasó su capacidad de carga y aunque Tajamar afortunadamente ganó el amparo, es una zona donde se planea seguir con más infraestructura hotelera y los ecosistemas que lo rodean no lo soportan. También está el caso de Playa del Carmen que de pronto se convirtió en una gran urbe turística y por lo mismo dejo de ser atractiva. Entonces siguió Tulum, donde también la infraestructura de hoteles y casas está devastando la selva. Después de las las afectaciones, el turismo se desplaza más al sur hasta llegar a Chetumal. Es una comunidad depredadora que explota los recursos del lugar, lo extermina y va por el siguiente”, asegura y agrega que un lugar jamás podrá ser sustentable si alberga el doble o triple de turistas que realmente puede soportar.