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Cuando esperaba que la luz del semáforo cambiara de color para poder cruzar una transitada avenida, Leo Szilárd imaginó una reacción nuclear en cadena. A principios de los años treinta, el físico húngaro, se había obsesionado con los descubrimientos de Ernest Rutherford sobre la posibilidad de dividir el átomo bombardeándolo con protones. En 1939 se dio cuenta que el uranio sería el elemento ideal para estimular una poderosa fuente de energía controlada que posteriormente se convertiría en la tristemente célebre Little Boy, la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima en 1945.
Esta bomba y la siguiente (Fat Man) lanzada en Nagasaki sólo tres días después, le costaron la vida a 200 mil personas, más otras 400 mil que murieron posteriormente tras los efectos de la radiación. Szilárd participó en el Proyecto Manhattan que hizo realidad las bombas, pero se dice que no pensó que pudiera ser lanzado sobre blancos civiles, esperaba que su sola presencia y las pruebas de su poder disuadieran al enemigo. La idea luce inocente, sin embargo este discurso se repite entre los científicos que participan actualmente en el desarrollo de armas.
El antropólogo estadounidense Hugh Gusterson, experto en historia nuclear y autor de varios libros sobre el tema, como People of the Bomb (2004) y Remote Control Warfare (2016), señalaba en la charla ¿Quiénes son los científicos de las armas nucleares?, producida por TEDx, la red de conocimiento en línea, que la mayoría de los científicos entrevistados por él ligados al desarrollo armamentista, piensan que “las armas nucleares mantienen la paz y salvan vidas”.
Gusterson incluso ha escuchado varios testimonios que coinciden en que es mucho más ético trabajar en el desarrollo de armas nucleares que en armas convencionales, pues estos científicos consideran que las segundas sí matan personas, mientras que las nucleares son diseñadas para prevenir una Tercera Guerra Mundial sólo mediante su intimidatoria presencia. Cada cabeza es un mundo. De 1945 a 1996 EU realizó más de mil pruebas nucleares y desde entonces las prohibió; sin embargo, realizan sofisticadísimas simulaciones en donde incluso se puede ver en tercera dimensión el interior de una explosión nuclear.
En “La Cueva”, un espacio virtual al interior del Laboratorio Nacional de Los Álamos, uno de los dos laboratorios de EU en los que se lleva a cabo investigación clasificada sobre el diseño de armas nucleares, los científicos recrean imágenes que simulan un poderoso estallido entre el que literalmente pueden caminar para buscar facetas particulares de una explosión nuclear. En el otro epicentro del diseño de este tipo de armas, el Lawrence Livermore Lab., una nueva generación de científicos trabaja con el láser más poderoso de la Tierra (su costo supera los 4.5 billones de dólares), un aparato que hace converger 192 rayos sobre porciones de tritio y deuterio que generan temperaturas más altas que las del sol.
Para Gusterson, las simulaciones proyectadas en bellas imágenes psicodélicas y cifras que emergen de incansables supercomputadoras representan también el gran riesgo de olvidar el daño que estas armas en realidad pueden causar; la idea de que sólo se fabrican para nunca se utilizadas es un pensamiento poco realista. Para Benjamín Ruiz Loyola, profesor de la Facultad de Química y especialista en armas de destrucción masiva, en el mundo real es mucho mayor el número de científicos vinculado con programas armamentistas que los enfocados al desarme. Para él, la razón es simple: los recursos económicos destinados a quienes se dedican al diseño y desarrollo de esta industria son capaces de acomodar las premisas éticas a conveniencia.
La evolución de las armas
“Desde los eventos de Hiroshima y Nagasaki las armas nucleares han cambiado muchísimo”, señala Ruiz Loyola y explica que la bomba que estalló en Hiroshima tenía un poder de aproximadamente 12 kilotones, el equivalente a doce mil toneladas de dinámita. “Los ingenios actuales que son termonucleares y que utilizan uranio y plutonio como combustible nuclear, también emplean materiales como el tritio para concebir bombas que tienen una capacidad de entre 25 y 30 megatones, es decir alrededor dos mil veces más que las mencionadas. El concepto de cómo destruirnos unos a otros es más elaborado”.
Según cifras de la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN) tan sólo nueve países poseen más de 17 mil armas nucleares, 16 200 pertenecen a EU y Rusia, casi en una proporción de 50 y 50%. Las bombas nucleares se dividen en fusión y fisión. Estas últimas son como las que estallaron en Hiroshima y Nagasaki, mientras que las de fusión son mixtas. “En ellas hay un estallido triple: el primero por un explosivo común, que puede ser dinámita o RDX. Esto comprime al combustible nuclear, el uranio o plutonio, que es el que produce la fisión. El calor liberado por esta explosión hace que los átomos de hidrógeno y tritio, o deuterio y tritio, se fusionen provocando la tercera explosión”.
El experto señala que aunque las armas nucleares de Corea del Norte probablemente no sean de muy alta capacidad, seguramente son mucho más potentes que las que estallaron en Japón. “Sus misiles no alcanzarían ni de lejos a EU en su parte continental, ni siquiera Hawai, pero este país sería capaz de atacar a Corea del Sur y otros lugares cercanos, involucrando a EU y a sus aliados con reacciones impredecibles”, señala sobre un panorama hipótetico donde lo nuclear pintaría el más negro escenario.
Otras de las armas de destrucción masiva que han sido noticia estos últimos días, son las armas químicas. Ruiz Loyola, quien también pertenece al Comité de la Organización Para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ), señala que a mediados de los treinta se desarrollaron los agentes neurotóxicos, compuestos que no se conocían en la Primera Guerra Mundial y que afectan directamente al sistema nervioso. El entrevistado comenta que estas sustancias son mucho más poderosas que el gas mostaza, pues éste es letal sólo en 5% de los casos, mientras que los agentes neurotóxicos son mortales en más de un 50%.
Se piensa que el reciente ataque en Siria con armas químicas puede haber sido resultado del gas sarín, precisamente un agente neurotóxico que lleva a la muerte por asfixia debido a que paraliza los músculos implicados en la respiración. La producción y almacenamiento de este compuesto organofosforado fue declarada ilegal en la Convención sobre Armas Químicas de 1993.
Sin embargo, este tipo de eventos que parecen sorpresivos no son en realidad tan inesperados. “Durante todo el año pasado hemos visto con cierta regularidad ataques con cloro en Siria e Irak. Si bien el cloro no está dentro del catálogo de armas químicas y no es una sustancia prohibida, sí es utilizada como un arma química, de hecho fue la primera empleada de forma masiva en 1915. El problema es que no se puede prohibir porque tiene un amplia gama de aplicaciones industriales e insustituible para la potabilización del agua”.
La OPAQ cumple veinte años y algunos resultados de sus esfuerzos ha sido que hasta el momento ha logrado destruir 90% de los arsenales recabados, pero siguen trabajando en la no proliferación. Las armas químicas muestran sus síntomas en segundos después de ser dispersadas, las nucleares son evidentes, pero un arma biológica es más difícil de controlar pues involucran microorganismos que requieren de un periodo de incubación de entre 2 y 5 días y son genéticamente modificadas para resistir los tratamientos médicos y ser más letales.
Para Ruiz Loyola es muy difícil apelar a la razón cuando en el mundo existen personajes como Trump, Kim Jong-un, Bashar al-Assad y Putin. “Yo creo que acabar con las armas es un esfuerzo que debe ser mundial y donde todas las sociedades deben estar involucradas para liberar al planeta no sólo de armas químicas, biológicas o nucleares, sino de todo tipo de armas”.