De acuerdo con José López García, investigador del Departamento de Geografía Física del Instituto de Geografía (IG) de la UNAM, no es conveniente que las áreas naturales protegidas se vean privadas de un manejo forestal.

“Lo requieren, así como una limpieza constante, pues de lo contrario pueden acumular materiales combustibles, y éstos propiciar un problema serio, como ocurrió en el Bosque de la Primavera, Jalisco, que fue arrasado por un incendio en 2016. Además, los resultados hablan por sí solos: las áreas naturales que se hallan bajo manejo forestal tienen una mejor recuperación que las protegidas”, comentó.

Desde hace 15 años, López García se ha dedicado a evaluar los cambios de cobertura forestal en bosques templados en el centro de México. Al principio lo hizo a partir de fotografías aéreas digitales; actualmente lo hace a partir de ortofotos e imágenes de los satélites SPOT (siglas de Satellite Pour l’Observation de la Terre).

A la par de esto, él y sus colaboradores han llevado a cabo estudios dendrocronológicos para determinar la edad de los diferentes arbolados de los muestreos que hacen.

“Y lo que hemos encontrado es que estos arbolados se están haciendo viejos, por lo que necesitan una recuperación, y más aun en las áreas naturales protegidas”, dijo en el IG.

En uno de los casos que han estudiado, López García y sus colaboradores distinguieron en imágenes de una cuenca ubicada dentro de un área natural protegida que se tomaron entre 1971 y 1994, recuperaciones de 2 hectáreas de bosque, pero pérdidas de casi 17 hectáreas.

En el siguiente periodo analizado, de 1994 a 2003, los cambios fueron mayores: 143 hectáreas de bosque cerrado se transformaron en bosque semicerrado. Y si se habla de un área natural protegida, esta cantidad de hectáreas jamás debió haber sufrido dicha alteración, en opinión del investigador. Asimismo, 95 hectáreas de bosque semicerrado se transformaron en bosque semiabierto, mientras las recuperaciones fueron de tan sólo 3 hectáreas.

“Gran parte de estos cambios puede ser atribuible a plagas y enfermedades. Pero si a un bosque no se le da un buen manejo y tiene problemas de sequía, se vuelve más susceptible a las plagas, precisamente”, refirió.

Por último, en el tercer periodo, de 2003 a 2010, los procesos de degradación disminuyeron, lo cual se podría atribuir a ciertas acciones que se tomaron en esa área natural protegida.

“Lo que sucede con las áreas naturales que están bajo manejo forestal es que sus dueños quieren que produzcan para tener más ingresos. Por eso las conservan y, de esta manera, esas áreas naturales aportan más carbono que las protegidas. Esto es una pena. No debiera pasar.”

La metodología utilizada por López García y sus colaboradores les permite determinar los diferentes procesos de degradación o recuperación de los bosques.

“Si la aplicáramos a la biomasa y viéramos cuál es el volumen de madera que se pierde y cuál el que se recupera, sabríamos cuánto carbono se fija y cuánto se volatiliza”, indicó.

Su siguiente objetivo —más complejo y tardado— es analizar los suelos. Cabe apuntar que desde hace muchos años, éstos no se estudian a nivel institucional, como lo hacía el INEGI. A la fecha, únicamente una tercera parte de los suelos del país ha sido analizada; de las otras dos terceras partes no se sabe gran cosa.

“Entonces, cuando relacionemos los suelos con la cobertura forestal, podremos conocer qué cambios están ocurriendo y cómo se está acumulando el carbono en ellos”, concluyó López G arcía.

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