Qué es ciencia y qué no lo es. Estas han sido preguntas de álgidas discusiones desde tiempo remotos hasta nuestros días. El límite que demarca las actividades netamente científicas de aquellas que no lo son se torna difuso cuando se desconoce la esencia de ambas, lo cual trae consigo serias confusiones. Prácticas pseudocientíficas como la astrología, el reiki, la homeopatía, la telepatía y la telequinesis, entre otras, se han popularizado cada vez más en nuestra sociedad, convirtiéndose en algo con lo que tenemos que lidiar a diario.
¿Qué son las pseudociencias? El prefijo 'pseudo' viene del griego y significa falso. Cuando se hace referencia a las pseudociencias, en realidad se está hablando de algo que se “disfraza” de ciencia, pero que realmente no lo es. Las pseudociencias se caracterizan por manejar un lenguaje confuso, en el que ni siquiera los mismos personajes que las practican entienden a qué hacen referencia. El uso de palabras rimbombantes lo único que pretende es enmascarar la falsedad de sus enunciados, con el fin de proporcionarles cierta credibilidad. Al no seguir una metodología basada en el rigor de la experimentación, la comprobación, la reproducibilidad de los resultados y la formulación de múltiples hipótesis, estas prácticas carecen de total credibilidad.
La gran diferencia entre ciencia y pseudociencia radica en la metodología que se emplea a la hora de estudiar determinado fenómeno o de afrontar un problema. De manera muy sencilla y resumida, el espíritu del método científico consiste en evitar que nos autoengañemos; que caigamos en las tinieblas de la autocomplaciencia o la simple vanidad al validar postulados hechos por nosotros mismos sin una evaluación apropiada, verificable o reproducible. Es, a través de un proceso iterativo y autocrítico, que la ciencia avanza de manera lenta pero segura.
Por su lado, las pseudociencias tienen una metodología totalmente opuesta a la explicada anteriormente. Sus postulados no son más que trasnochados rencauches de fenómenos sin un ápice de evidencia. Las palabras escepticismo, autocrítica y racionalidad brillan por su ausencia. A estas prácticas se les puede comparar con un virus que aunque en un principio puedan pasar por desapercibido, sus efectos se hacen notorios con el tiempo provocando terribles síntomas al mismo tiempo que va destruyendo el organismo que lo alberga.
Un buen ejemplo de la aceptación que han ganado las pseudociencias lo representa la homeopatía. Vendida como una medicina alternativa, sus principios no podrían estar más lejos del sentido común: su fundamento indica que la cura de una enfermedad está en los mismos componentes que la causan; así, para curar a una persona del insomnio, se le debería dar un estimulante, como la cafeína, pero en cantidades diluidas en tal proporción que, al final, no queda ninguna cantidad de cafeína. En otras palabras, un placebo.
Algo similar ocurre con esas ‘disciplinas’ de la adivinación que se basan en la supuesta injerencia de los astros en las vidas de las personas, como la astrología. De acuerdo con sus defensores, los acontecimientos de nuestras vidas pueden ser predichos por la posición de los astros en el momento de nuestro nacimiento o, incluso, por la posición de los mismos en un momento determinado en el mes, algo que la ciencia ha probado como falso. En este caso, al igual que sucede con la homeopatía, el principal interés –si no el único- de quienes dicen poder tener la habilidad de leer los astros, es la manipulación con fines meramente económicos de quienes creen en ellos.
Lamentablemente, este virus se ha tomado a la sociedad por sorpresa y vaya que se ha sabido esconder bastante bien. Tal ha sido la permeabilidad de nuestra sociedad en este tipo de temas que en varios Gobiernos en vez de existir comités científicos asesorando a altos funcionarios hay chamanes, astrólogos o quirománticos, escogiendo cuál es la mejor fecha para inaugurar un evento deportivo o asesorando en políticas de educación o salud.
Los creyentes en lo paranormal son como patos de hule; no importa qué tanto uno se esfuerce en hundirlos, siempre salen a flote. No importa qué tipo de argumentos y evidencia se proporcione, al final siempre hay algo que los alienta a salir campantes, así sea una vana esperanza en eventos que estadísticamente muestran ser muy poco frecuentes.
Los virus pueden ser contrarrestados por vacunas y las pseudociencias no son una excepción. Por lo tanto la pregunta que surge es: ¿cuál sería la vacuna más efectiva? Pues bien, las vacunas se llaman escepticismo y autocrítica. Esto brindaría las herramientas apropiadas para empezar a analizar y escrudiñar sobre la información que se recibe a diario para no dejarse engañar tan fácilmente. Si bien no es una solución definitiva, sí es un avance significativo.
La razón no solo constituye una gran parte de nuestra esencia como especie humana: es nuestra salvación en un mundo en el que prevalece, como una ineludible consecuencia, el vicioso y precipitoso accionar de la emoción y el “análisis visceral” de la naturaleza. El escepticismo es el agente de la razón en contra del irracionalismo organizado y por lo tanto una de las claves del humanismo social y la decencia cívica. Tal como lo dijo Albert Einstein: "Toda nuestra ciencia, contrastada con la realidad, es primitiva y pueril; y, sin embargo, es lo más valioso que tenemos”.
jpe