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Un ánsar nival (Anser caerulescens) migró hasta México. Este ganso blanco que se cría en áreas pantanosas de Groenlandia, Alaska y Canadá no llegó a territorio nacional huyendo del invierno en América del Norte, cuando menos no en esta ocasión; esta vez aterrizó sobre una de las mesas de trabajo del Instituto de Biología de la UNAM para formar parte de la Colección Nacional de Aves.
Alguien donó al ejemplar ya disecado. Todavía conserva la pose que le impuso a su anatomía un taxidermista que lo condenó a convertirse en adorno de pared. Ahora su destino ha cambiado: forma parte de una de las colecciones biológicas más importantes de Latinoamérica y que mantiene representadas al 92% de las especies de aves del territorio nacional. En México, el número total de especies de aves que habitan nuestro país es de mil 96, según registros de la CONABIO. Considerando que a nivel global hay alrededor de diez mil especies, eso significa, que también representa alrededor del 11% de las aves del mundo.
Las colecciones biológicas documentan la biodiversidad de una región. Mediante la recolección y preservación de especímenes de flora y fauna, estos acervos científicos se convierten en una rica fuente de información sistematizada; útil en la investigación, enseñanza y difusión de la historia biótica de un país. Las variaciones en el tiempo y espacio quedan documentadas mediante estos ejemplares disecados y conservados según las características de la propia colección y el lugar que la alberga.
Este tipo de acervos tiene su origen en los llamados gabinetes de curiosidades, los lugares en donde se exhibían una serie de objetos traídos de las grandes exploraciones durante los siglos XVI y XVII. Los reinos de la naturaleza, según las versiones de la época: animalia, vegetalia y mineralia, eran representados en exóticas composiciones que podían combinar con total libertad un cocodrilo disecado, un cráneo, la osamenta de un ave o un collar de perlas.
Los también llamados cuartos de maravillas son los precursores de los museos y las colecciones. Actualmente se considera que existen más de tres mil millones de ejemplares de historia natural preservados en 6 mil 500 museos e instituciones de investigación de todo el mundo. El Instituto Smithsoniano, en Washington, conserva las colecciones biológicas más importantes del mundo.
En México, el primer gabinete de historia natural se inauguró a finales del siglo XVIII en lo que hoy es la calle de Madero en el Centro Histórico. Después de un incendio, la incipiente colección de animales y plantas fue resguardada por La Universidad Nacional en su edificio del Colegio de San Ildefonso. Las colecciones fueron aumentando y cambiando de recinto. Las colecciones de historia natural finalmente se integraron al Palacio de Cristal (actualmente el Museo del Chopo) hasta la década de los sesenta.
Estos son algunos de los antecedentes de las colecciones biológicas en el país. El estudio de la biología fue creciendo y más allá de la exhibición, la ciencia necesitó cada vez de más herramientas para sus investigaciones. En 1929, tras un decreto presidencial de Emilio Portes Gil, se les confiere el nivel de Colecciones Nacionales a los acervos del Instituto de Biología. Actualmente concentran los más importantes acervos zoológicos del país de especies como: crustáceos, peces, anfibios, reptiles, mamíferos y aves, entre otros.
Colección de altos vuelos
Precisamente la Colección Nacional de Aves es una de las más antiguas y tan sólo en sus llamados especímenes en piel, reúne 33 mil ejemplares. El encargado de la colección, el maestro en ciencias Marco Antonio Gurrola, cuenta que en sus inicios la idea era conseguir ejemplares representativos de todo el país, así que se organizaban largas expediciones encabezadas por especialistas por las diferentes zonas geográficas de la República
La manera estándar de atrapar a las aves es mediante las llamadas redes de niebla, parecidas a las de pesca, pero hechas de hilo de seda muy delgado. Se colocan sobre tubos de aluminio de hasta 18 metros de longitud por tres o cuatro de altura. Así se recolectó la mayor parte de la colección y en el pasado los trabajos de taxidermia se hacían in situ, cuando aún no se contaba con las ventajas de las refrigeración.
Actualmente el sacrificio de estos animales se realiza mediante asfixia, pues antes se pensaba que dormirlos con cloroformo facilitaba el proceso, pero se descubrió que en organismos muy delicados, les provocaba explosión en los pulmones. Su muerte no es en vano, Gurrola explica que la Colección Nacional de Aves tiene como principal objetivo tener la completa representatividad biológica de este grupo en el país. La idea es tener por estado un determinado grupo de machos, hembras y especímenes jóvenes”.
Aunque los llamados ejemplares en piel (la dermis de las aves se rellena de algodón con la forma anatómica de la especie) son el plato fuerte de la colección, también alberga otro tipo de organismos, como: nidos, huevos, osamentas, especímenes anatómicos (conservados en alcohol) y tejidos congelados. Sobre estas dos últimas categorías, el especialista explica: “Los ejemplares conservados en alcohol se resguardan como acervo histórico, pero ese proceso de conservación se dejo de hacer hace 25 años. Antes se mantenían los ejemplares completos para poder hacer estudios histológicos, pero con el desarrollo de la biología molecular sólo fue necesario recolectar los tejidos de determinados órganos en pequeños tubos. Así se selecciona el músculo, hígado, riñón y corazón por su gran cantidad de mitocondrias”.
Las gavetas empiezan a abrirse y la variedad de aves parecen salir de su sueño forzado, aunque no hay ojos de vidrio, pues sólo un poco de algodón sobresale por los orificios oculares. Allí está una charola repleta de Amazilia candida, una de las 55 especies de colibríes de la colección. Las pequeñas aves parecen contener el último aliento sostenidos por palos de madera que ayudan a manipularlos sin lastimar su fino plumaje. “Toda la experiencia de un taxidermista se traduce en su habilidad para trabajar con un pequeño colibrí y hacerlo bien”, señala Gurrola, quien explica cómo el científico tiene que aplicar la técnica de la taxidermia para poder conservar a las especies y aunque no tiene el nivel de arte de la taxidermia museológica, donde el animal debe estar en pose para mantener la apariencia de vida necesaria en las exhibiciones, también tiene como finalidad mantener bien al ejemplar para que pueda ser un documento útil a través del tiempo.
En el caso de los mamíferos, las pieles se curten para su conservación, pero con las aves este proceso no se puede realizar por su fragilidad. Gurrola explica que antes las pieles solían ser tratadas con algunas sustancias como bórax, alumbre e incluso arsénico, pero en la actualidad no se emplea ningún tipo de químico. El secreto está en deshidratarla adecuadamente por lo que en ocasiones se utiliza aserrín, pero solamente para poder eliminar perfectamente la grasa contenida en el animal antes de rellenarlo con algodón.
Gavetas de curiosidades
Gurrola explica que gracias a la altura de la Ciudad de México, la colección no tiene que batallar con el problema de la humedad a diferencia de otras colecciones del Instituto, por ejemplo en los Tuxtlas, Veracruz, donde se necesitan secadoras especiales para evitar que aparezcan hongos en las pieles. “A la altura de la CDMX sólo se necesitan adecuados flujos para la circulación del aire”, señala y apunta que se hacen dos fumigaciones al año con insecticidas biodegradables de manera preventiva para evitar plagas. En el caso de las aves, las más problemáticas son las palomillas y las larvas de escarabajo.
Las gavetas se siguen abriendo y los colores de los plumajes contrastan con el gris rotundo del cuarto que los alberga. También los extranjeros son bienvenidos. La colección cuenta con alrededor de 300 especímenes de otras partes del mundo que han llegado por medio de decomisos o donaciones. En esta última categoría, el especialista menciona la granja del ornitólogo Jesús Estudillo López. El lugar, hoy conocido como El Nido, ha sido un importante donador de todo tipo de especies. Otros ejemplares también llegan mediante diferentes particulares, que trabajando, por ejemplo, cerca de cables de alta tensión, suelen encontrar cadáveres de diversas especies.
Marco Antonio Gurrola dice que actualmente se siguen recolectando ejemplares, pero ya no con la misma intensidad que cuando se formaba la colección. “Ahora todo lo que llega es por proyecto. Se hacen investigaciones específicas por especie, grupo y poblaciones, y a la par se va completando el acervo. En el siglo pasado se recolectaba todo, pero actualmente hay limitaciones pues hay especies en situación crítica”.
De las mil 200 con las que cuenta el país, aproximadamente 300 están en alguna categoría de riesgo, por lo que ahora toda colecta científica está regulada. “Se presenta el proyecto ante SEMARNAT con la justificación correspondiente para obtener la autorización del número permitido de recolecta, sin embargo en especies en riesgo,
también se puede conservar el ejemplar si se demuestra la necesidad urgente de preservarlas de esta forma”.
Existen algunos ejemplos de aves ya extintas en el país que se conservan en la colección, como el caso del zanate de Lerma (Quiscalus mexicanus) y el carpintero imperial (Campephilus imperialis). Los ejemplares están a disposición de todo tipo de investigadores. Un biólogo puede hacer un estudio taxonómico sobre una población, pero también un parasitólogo puede encontrar los organismos necesarios para su estudio en los restos de plumas conservados en una bolsa de plástico. Nada se desperdicia. La muerte sólo es un paso, la vida de nuevas especies se preserva a través de la última molécula de estos organismos.