Algo que hace único a nuestro planeta en la inmensidad del vecindario cósmico es la existencia de grandes cantidades de agua líquida en su superficie y la presencia de algo sobre lo que muy poco sabemos: la vida.

Existen varios lugares en la Tierra donde las condiciones físicas y químicas son atípicas para que la mayoría de organismos puedan sobrevivir, pero la exhaustiva exploración científica de estos ambientes extremos ha mostrado que los límites de la vida se extienden más allá de lo que siempre habíamos pensado.

Se ha documentado la presencia de microorganismos resistentes a condiciones tan hostiles como las de las minas abandonadas de uranio en Alemania; Río Tinto, en España, cuya acidez es igual a la del jugo de limón (pH = 2,0), e incluso en Chernobyl (Ucrania), donde los niveles de radiación llegan hasta los 500 mil rads (mil rads son suficientes para producir la muerte de un ser humano).

Otro ejemplo muy reconocido y visualmente atractivo es la Gran Fuente Prismática en el Parque Nacional Yellowstone (Estados Unidos), la tercera mayor de aguas termales del mundo. Se estima que el agua en el centro de la fuente puede alcanzar temperaturas de 87 grados Celsius, por lo que las pocas formas de vida que existen allí deben alimentarse de químicos inorgánicos, como el gas de hidrógeno.

A estos organismos se les conoce como ‘extremófilos’, debido a que les encanta vivir bajo estas condiciones extremas.

Y la lista es bastante amplia. Están los que prefieren ambientes muy fríos (psicrófilos o criófilos), muy salados (halófilos), muy ácidos (acidófilos), muy alcalinos (alcalófilos), con muy poco o con ausencia total de oxígeno (extremófilos anaeróbicos), con altísimas presiones (piezófilos), en altas temperaturas (termófilos) o con muy poca agua (xerófilos).

Recientemente, un equipo de geocientíficos liderados por Gretchen Früh-Green, del Instituto Federal de Tecnología (ETH), en Zúrich (Suiza), y Beth Orcutt, del Laboratorio Bigelow de Ciencias Oceánicas, en Estados Unidos, analizaron muestras de roca proveniente del suelo oceánico en medio del Atlántico para determinar cómo las rocas del manto fueron traídas desde la profundidad hasta la superficie y la interacción de estas con el agua marina.

Este es un proceso crucial para los ciclos químicos de la vida, particularmente el de serpentinización.

Las rocas recolectadas por esta expedición proveen registros únicos de los procesos geológicos que ocurren a grandes profundidades en las proximidades de la dorsal del océano Atlántico –una cadena montañosa de origen volcánico– y su estrecha relación con procesos biológicos bajo condiciones extremas.

Al provenir del manto superior de la Tierra (a una profundidad entre los 70 y los 650 kilómetros), donde las presiones y temperaturas sobrepasan las condiciones normales de las rocas de superficie, y por presentar anómalas concentraciones de hidrógeno y metano, estas rocas podrían albergar microorganismos que literalmente se las comen.

Sondas espaciales, orbitadores y rovers han hallado rocas y gases similares en otros planetas, por lo que estudiar cómo la vida existe bajo condiciones tan poco comunes, permite ampliar los límites para la búsqueda de la misma en otros lugares del Universo.

En Colombia, el Grupo de Ciencias Planetarias y Astrobiología (Gcpa), con financiación de la Universidad Nacional de Colombia, lleva a cabo estudios de caracterización geológica y biológica de lugares ubicados en el territorio nacional que podrían servir como escenarios análogos para la búsqueda de vida en planetas como Marte.

Investigaciones de este tipo ya se realizan en países vecinos como Perú, donde la Sociedad Científica de Astrobiología del Perú prueba el cultivo de papas en desiertos bajo condiciones similares a las del planeta rojo.

kal

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