Mucho antes de que nuestra especie pisara este mundo y comenzara a registrar incontables eventos relacionados con la naturaleza y el universo que nos rodea, los árboles ya eran testigos de los cambios propios del planeta y sus procesos biológicos e, incluso, de acontecimientos que provenían del espacio exterior.
A finales del siglo XVII la comunidad científica reconoció el hecho de que los árboles registran su historia evolutiva mediante anillos de crecimiento en su tronco, algo que ya había planteado Teofrasto, discípulo de Platón, en el año 322 a. C., pero que por varios siglos no tuvo mucho apoyo entre los botánicos.
El gran Leonardo Da Vinci fue más allá y relacionó el espesor de los anillos con la humedad y precipitaciones a las cuales estaban expuestos los árboles. Una vez las evidencias no podían ocultar el hecho, los más importantes botánicos del siglo XVIII, incluido el naturalista sueco y padre de la ecología Carl Linneus, comenzaron a estudiar cómo los árboles contaban la historia de los cambios climatológicos del planeta y se inició el perfeccionamiento del área, que hoy se conoce como dendrocronología.
En realidad, la dendrocronología se establece como una ciencia moderna gracias al trabajo de un astrónomo norteamericano. Con tan solo 27 años, Andrew Douglass había sido contratado por Percival Lowell para hacer observaciones de Marte. Lowell estaba obsesionado con demostrar la existencia de una civilización en el planeta rojo y veía sobre su superficie canales supuestamente desarrollados por vida inteligente, cosa que Douglass no compartía y que terminaría por forzar su despido.
Cinco años más tarde, se vinculó a la Universidad de Arizona, donde comenzó a interesarse por la datación de anillos de crecimiento en árboles, siendo su verdadero interés el analizar la influencia del ciclo de actividad solar sobre el clima en la Tierra. Establece así, en 1937, el Laboratorio de Investigación en Anillos de Árboles.
Douglass murió a los 94 años sin poder encontrar vestigios de la influencia de variación de manchas en el Sol sobre los anillos de árboles, algo que todavía sigue siendo materia de estudio. Recientemente se han encontrado rastros de eventos explosivos que han tenido lugar en el universo, posiblemente explosiones de supernovas y tormentas solares, escondidos en los anillos de cedros japoneses.
Cuando las radiaciones de alta energía impactan la atmósfera terrestre interactúan con las moléculas y pueden producir isótopos de carbono 14 que terminan en los árboles. Seguramente nuestros compañeros milenarios aún tienen guardadas más historias asombrosas del cosmos.
kal