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Aunque la gente se disfraza a lo largo de todo el año para asistir a fiestas temáticas, cumpleaños, eventos musicales, actuaciones escolares y obras de teatro, Halloween es, junto con las Navidades y el Carnaval, una de las épocas en las que más personas coinciden en vestirse con máscaras y atuendos estrafalarios.
“Los compradores más habituales son los jóvenes, aunque los niños y los adultos no se quedan atrás. Podríamos decir que se disfrazan, desde los bebés, hasta los mayores de 60 años, tanto hombres como mujeres y de muy diversas profesiones”, explica Bruno Carrillo, director ejecutivo de la tienda online de disfraces y complementos Impulsivos.
“Mientras los jóvenes de edad entre los 15 y los 30 años eligen habitualmente disfraces iguales para toda la pandilla, los niños los prefieren particulares y, a partir de los 30 es más común comprarlos en pareja o grupos pequeños”, señala.
Por otra parte, “las mujeres optan por trajes que les favorezcan y puedan lucirse, mientras que ellos piensan más en que el disfraz sea divertido sin importarles tanto la estética”, añade.
Brujas, vampiros, diablitos, demonios, esqueletos, la ‘novia cadáver’, el fantasma 'Beetlejuice', el arlequín siniestro, Morticia Addams, el Ángel caído, y el señor Addams, son algunos de los modelos más demandados en Halloween, para niños, jóvenes y adultos, de acuerdo a Carrillo, pero ¿por qué se disfraza la gente, qué le impulsa a hacerlo?.
“Disfrazarse es para muchos la excusa perfecta para perder la vergüenza y, sobretodo, para pasar un buen rato en compañía. Es saludable y muy positivo. En una fiesta de disfraces se crea un ambiente generalizado de desinhibición”, responde la orientadora psicológica Clara Gallardo.
Para Gallardo, “el hecho de colocarse un disfraz y participar de la fiesta adquiere tintes de terapia, tanto individual como colectiva: es la gran oportunidad de poder ser otro y de liberarse de las tensiones laborales y sociales”.
“Con la permisividad que nos da el disfraz nos deshacemos de los pensamientos negativos, del miedo al rechazo, al ‘qué pensarán de nosotros’ o al ‘qué pensaré de mí mismo’. Al disfrazarnos sacamos a la luz una parte nuestra en la que afloran sentimientos ocultos o reprimidos que tenemos guardados en nuestro subconsciente”, prosigue.
“Con el disfraz tenemos la posibilidad de convertirnos en otra persona, de adoptar otra personalidad y de actuar de forma diferente a la habitual. Nos ocultamos, pero también nos presentamos de manera diferente ante los otros. Vemos sin ser vistos, y solo descubrimos nuestra verdadera identidad cuando nos apetece”, destaca.
Clara Gallardo proporciona, un breve esbozo de la personalidad que quienes eligen cada uno de los cuatro tipos de disfraces más habituales y aventura qué puede haber detrás de dicha elección en términos psicológicos.
HOMBRES DISFRAZADOS DE MUJERES
Algunos hombres, sobre todo entre los 20 y 45 años de edad, visten disfraces de mujer, ‘drag queen’, ama de casa o de abuela, según Gallardo.
“En esta modalidad encontramos hombres que quieren compensar el peso de mantener una personalidad varonil muy marcada con un disfraz efímero de mujer”, añade.
Para esta experta, “no se trata, o no tiene por qué, de un aspecto de orientación sexual. En nuestra sociedad, ser hombre es algo que se gana, que hay que estar demostrando continuamente. Se supone que los hombres no lloran, actúan ‘como un hombre’, expresan menos el afecto y la emoción”.
“En este sentido, disfrazarse de mujer supone una vía de escape de la tensión a la que ve sometida su masculinidad”, enfatiza.
NIÑAS QUE SE DISFRAZAN DE PRINCESAS
“Las pequeñas tienden a reproducir los estereotipos de las princesas, personajes tiernos y delicados, asociados a una vida de fantasía y felicidad. Quieren ser guapas como las princesas, saber cantar y bailar y esperar a que les llegue su príncipe azul”, de acuerdo a Gallardo.
NIÑOS DISFRAZADOS DE SUPERHÉROES
"A los pequeños les encanta disfrazarse de Batman, Superman, el “Zorro”... Se ponen la capa y “vuelan” por el salón. Se trata de un juego universal. Se sienten poderosos, compensando su impotencia y dependencia en su vida diaria”, señala esta.
Para Gallardo, “con el disfraz los pequeños dominan su agresividad. La lucha entre el héroe bueno y los malos es la batalla interna entre su impulso de ser travieso u obedecer las reglas”.
“Cuando el niño como superhéroe, en el juego, vence a los malos, se libera de sus impulsos negativos y ganan sus buenas intenciones, va adquiriendo control sobre sí mismo y desfoga sus energías y su agresividad de forma creativa y positiva, sin que los adultos se enfaden con él”, precisa.
PEQUEÑOS DISFRAZADOS DE PROFESIONALES
A los pequeños les resulta placentero disfrazarse de médicos o bomberos, imitando a los adultos. Adoptan el papel de los mayores por unos instantes y les entusiasma sentirse partícipes de su mundo. Les gusta imitar los roles que ven en su entorno preparándose para su vida futura.
Esta forma de divertirse les ayuda a comprender el mundo y a favorecer su identificación sexual, según la orientadora Clara Gallardo.
“Los niños reproducen sus emociones a través de su imaginación mientras juegan asumiendo otra personalidad. El mundo que los rodea, entonces, es absorbido y copiado hasta en el mínimo detalle”, asegura.
Según Gallardo, los modelos de hombre y mujer que tienen los niños en sus casas son la fuente de inspiración para la imitación que se produce en el espacio del juego.
kal