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De intenso trabajo para las autoridades electorales que deben cuidar el cumplimiento de las reglas de cada fase de las campañas y de la jornada electoral, una vez que los partidos políticos terminaron sus procesos internos de selección de candidatos, se ha abierto por primera ocasión en un proceso de elección federal, el llamado periodo de intercampaña, en el que la sociedad política duda qué puede hacer y desconcertada, la sociedad civil descubre un descanso parcial del bombardeo propagandístico de los candidatos, aunque continuará el de los partidos.
Es un periodo que también puede ser propicio para que políticos y ciudadanos volteemos a vernos, y sobre todo los primeros, hagamos un esfuerzo por entender a los segundos, a los que pretendemos representar y servir.
Enorme, diversa y profundamente desigual, la sociedad mexicana es un grupo social que, si bien tiene muy añejas raíces, hondamente ancladas en un pasado remoto, que emergen a cada instante por medio de innumerables expresiones estéticas de larga tradición, ha vivido, en décadas muy recientes, una acelerada, definitiva e inacabada transformación cultural, tan evidente, tan “a flor de piel”, que por momentos parece pasar inadvertida para los análisis sociales y para los discursos políticos.
Sin renegar de él, el mexicano contemporáneo, ya no es el mismo de apenas los últimos años del siglo pasado.
El resentimiento, la soledad y la pasividad, como los más destacables rasgos de comportamiento social que grandes pensadores como Samuel Ramos y Octavio Paz atribuyeron a los mexicanos del siglo anterior, como consecuencia de un pasado glorioso que fue violado; el aislamiento como una forma de evasión de los problemas y la risa como mascarada para ocultarlos; además de la pasividad como forma de defensa en contra de un orden de cosas insatisfactorio pero inevitable, no existen más. O al menos, no explican ya a la sociedad mexicana actual; no a la inmensa mayoría que sí participa políticamente en nuestro país.
Pareciera que algunos políticos no se han percatado que ahora los mexicanos han decidido asumir la responsabilidad de su propio bienestar y el de sus familias, y que están resolviendo sus asuntos, sin detenerse a preguntar si cuentan con la ayuda del gobierno; al cual le exigen, pero no se detienen a esperarlo. Y esto cambia profundamente la manera en la que los electores ven a sus representantes populares, pues saben que el destino personal ya no depende exclusivamente del gobierno.
El mexicano del siglo XXI no espera demasiado de aquél, aunque, con razón, cada día le exige más. Asume su responsabilidad, aprecia y pondera a quienes tienen el valor de hacer lo propio y se asocia con quien se requiera que pueda contribuir a mejorar el estado de cosas. Sin perder la alegría, ahora la usa para expresar con franqueza lo que le aqueja, y valora cuando encuentra una respuesta que no sólo sea empática, sino genuina.
México ha perdido el miedo, sin cuestionárselo siquiera, ha asumido la responsabilidad de hacer más lo que funciona bien y mejor lo que se puede perfeccionar. Una nación así, no busca quién la dirija, sino quien pueda seguir el acelerado ritmo de trabajo, crecimiento y desarrollo que la sociedad ya trae consigo. Por eso podemos afirmar que la elección 2018 será la de la sociedad mexicana madura, responsable y decidida; la que tiene en José Antonio Meade, a la mejor opción. Ésa es mi convicción.
@ CCQ_PRI