Por: Juan Roberto Reyes Solís

La innovación, como actividad humana, viene siempre a ser una dinámica disruptiva. Revoluciona los procesos productivos, las formas de hacer las cosas y cuando se aplica en las actividades cotidianas, crea nuevos hábitos, usos y costumbres. En el Diccionario de la Real Academia Española, innovar se refiere a alterar algo introduciendo novedades.

Cuando la innovación se aplica en la estructura económica, en los procesos del gobierno y en los diferentes grupos de la sociedad civil, modifica radicalmente todas las acciones y coadyuva a fortalecer la competitividad de las naciones, particularmente en aquéllos espacios en donde se origina.

Hoy en día, la IV etapa de la Revolución Industrial caracterizada por la supresión de las barreras físicas, digitales y biológicas en las diversas facetas de la vida diaria, presenta grandes innovaciones ante nosotros a través de la inteligencia artificial, la nanotecnología, la impresión 3D y los vehículos autónomos, entre otras pautas que marcan tendencia. Este proceso transformará completamente nuestras rutinas durante el próximo decenio.

Mientras más personas mantengan firmes y constantes sus habilidades digitales y se vinculen hacia los sectores de mayor correlación innovadora habrá muchos ganadores. Por otro lado, también habrá perdedores. Precisamente, estudios de 2017 del Fondo Monetario Internacional relacionados con los grandes cambios de nuestros tiempos, destacan que, derivado de la robotización y hacia 2020, se habrán suprimido cerca de siete millones de empleos en 17 de las economías más importantes del mundo.

Esto implica retos de gran alcance entre los gobiernos, las industrias y las organizaciones sociales, pues será imperativo centrarse en iniciativas que impulsen valor agregado a los procesos que realizan, así como aspectos como la fabricación y la capacidad de investigación, la inversión en tecnologías estratégicas, el perfeccionamiento acelerado de energías alternativas, la comunicación digital y la formación de una base de industrias estratégicas, entre otros.

A nivel mundial, la innovación es medida a través de diversos índices, en donde se consideran variables encaminadas a crear ambientes propicios para ello como la inversión, políticas gubernamentales, investigación y desarrollo, así como las estrategias empresariales, entre otras.

Por ejemplo, el Bloomberg Innovation Index 2019 destaca que de entre 60 países, los que cuentan con las posiciones más sobresalientes en la materia son: Corea del sur (1), Alemania (2) y Finlandia (3); mientras que en América Latina figuran Brasil (45), Chile (58) y México (59).

En otro índice, el que elabora el Organismo Mundial de la Propiedad Intelectual, donde se analizan las inversiones destinadas a la innovación y sus resultados, destaca que en 2018 México ocupó el lugar 56 entre 126 economías, en donde Suiza, Holanda y Suecia dominan en las primeras posiciones.

Nuestro país requiere realizar integralmente un mayor esfuerzo para capitalizar todas las oportunidades que esto implica. La previsión de estas tendencias en las esferas de gobierno, empresarial y social, requiere crear nuevos parámetros de competitividad y también paradigmas ante la velocidad que dichos cambios imprimen en todos los ámbitos de la vida nacional. Debe generarse un liderazgo -idealmente entre los sectores público, social y privado- que permita, en el corto plazo, diseminar la innovación con una perspectiva de cobertura integral a través de una política y estrategia ad hoc para todos.

Mientras tanto, en el próximo decenio -y aunque ya no será parte de un cuento de ciencia ficción- nuestra realidad cotidiana nos permitirá interactuar entre robots, trasladarnos en vehículos autónomos, realizar nuestra educación y actualización profesional internacionalmente y a través de datos ubicados en las nubes, usar energías limpias, ser localizados mediante un chip y controlar dispositivos con nuestras mentes.

Desde luego, en el sector de empresas y negocios la convergencia de equipos y aplicaciones permitirá nuevas formas de comercialización, promoción, distribución, etc. que revolucionarán el mercado, tanto doméstico como el internacional. Así, las habilidades blandas de las personas deberán ser enfocadas hacia nuevos paradigmas de competitividad que con toda seguridad se sustentarán en perspectivas diferentes a las que tenemos en nuestros tiempos. Para el sector público el reto será desplegar un gobierno totalmente digital y así en lo sucesivo para las ONG que deberán hacer algo similar. Será esencial innovar y mantenernos en esta oleada de transformación global mejorando nuestra posición en los índices correspondientes.

*Académico de la Universidad del Valle de México, Campus Querétaro

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