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Bonn, Alemania.— Tal como la liberalización del comercio, el multilateralismo parece hoy completamente fuera de lugar. Cualquier sugerencia de que mediante la ONU o la OMC pueden lograrse progresos significativos se choca con oídos cada vez más incrédulos.
En tiempos en que el nacionalismo parece estar en alza, vale la pena recordar que hace apenas unas décadas eran sobre todo los países en desarrollo los que resistían la apertura comercial, al tiempo que buscaban la salvación en soluciones económicas nacionales.
Pero no se necesitó de mucho tiempo para que muchos de ellos reconocieran que se habían metido en un callejón sin salida y cambiaran de rumbo.
Ahora que los papeles parecen haberse invertido y la tentación de optar por soluciones nacionales ha ganado peso entre los países de la OCDE, todos debemos recordar la lección más profunda del siglo XX: el nacionalismo no es el camino a la salvación.
No hay dudas de que la globalización ha avanzado rápidamente, lo que hace comprensible el nerviosismo consecuente. Pero la globalización también ha proporcionado a mucha gente, sobre todo a la que vive en los países en desarrollo, mayores oportunidades de tener una vida mejor y de participar en la economía mundial. Como resultado, el pastel económico global no se ha reducido, sino que se expande.
Para seguir avanzando necesitamos confiar en la voluntad de las naciones de instrumentar reformas internas y continuar por el camino de la integración global, con lo que simultáneamente promoverán el bienestar humano.
Sin embargo, dada la inquietud reinante, prácticamente puede esperarse que nadie se dé cuenta cuando se produzcan progresos significativos en la escena mundial —que es propiamente lo que ocurre hoy—.
Recordemos la enorme atención que, con toda razón, se dio al Acuerdo de París contra el Cambio Climático: hubo una cuenta regresiva global hasta que el número de países que ratificaron el acuerdo fue el requerido para su aprobación, y ese día, 5 de octubre de 2016, llegó a las primeras planas de todo el mundo.
Sin embargo, no vemos hoy celebraciones anticipadas de la próxima ratificación del Acuerdo sobre Facilitación del Comercio (Trade Facilitation Agreement, TFA).
Según se acordó en 2013, el TFA entrará en vigor tan pronto como lo hayan ratificado dos tercios de los países miembro de la OMC (es decir, 110 naciones o más), piso al que se está por llegar.
Tal vez por su nombre tecnocrático, el TFA no despierta grandes entusiasmos. Incluso analistas interesados en el comercio mundial muchas veces ignoran lo que significa la sigla. Pero no por eso deja de ser un asunto fundamental, especialmente para muchos países en desarrollo.
Entendido correctamente, el TFA resulta esencial para crear reglas de juego equitativas para las pequeñas y medianas empresas que operan en ellos; en pocas palabras, apunta a promover la inclusión global, pues pone coto a gran parte de la ineficiencia y a la búsqueda de ganancia propias de las fronteras de muchos países.
Es que incluso en la actual economía globalizada, muchos empresarios de países en desarrollo no pueden aprovechar plenamente el potencial de sus fronteras a causa de la burocracia y los complejos procedimientos que han de cumplirse en ellas.
Miremos el mundo desde la perspectiva de uno de estos muchos millones de comerciantes: por un lado, el mundo del comercio electrónico y el poder de internet les prometen acceso directo al mercado global —y por lo tanto a un número de clientes potenciales mucho mayor de lo que pueden encontrar en sus mercados de origen—. Por otro lado, continúan enfrentándose a un auténtico “muro” de obstáculos que se interpone en su camino. Eliminar ese muro es el objetivo principal del TFA.
La falta de reglas transparentes y la exigencia de operar con documentación en papel resultan simplemente intolerables en la era de la digitalización y los teléfonos inteligentes, en un mundo que va hacia la entrega en el mismo día.
Otro paso fundamental hacia la democratización del comercio son las ventas electrónicas, de particular importancia para los llamados “microempresarios”, por permitirles llegar a productos y mercados lejanos a los que en el pasado no tenían acceso.
El Acuerdo sobre Facilitación del Comercio apunta justamente a la superación de estos obstáculos para el comercio mundial mediante medidas como la conversión digital de los procedimientos de frontera.
Por supuesto, no son medidas que vayan a cambiar la faz de la tierra. Pero de hecho, ya no hay medidas que puedan cambiar la faz de la tierra.
Vivimos en una época en la que hay que dar muchos pasos pequeños para lograr algún avance —a muchos esto podrá parecerles insatisfactorio, si bien en última instancia es un reflejo apropiado de la condición humana—.
Si todo lo que se lograra con la adopción del Acuerdo sobre Facilitación de Comercio fuera que algunos países, de Rwanda y Sri Lanka a Kirguistán y Jamaica, al adoptar reglas transparentes y sencillas, tuvieran buenas oportunidades de convertirse en parte integral de la economía global, deberíamos estar orgullosos. De eso se trata en última instancia la democratización del comercio global.
Y no debería sorprender entonces que por sus mayores niveles de transparencia y eficiencia estos países atrajeran más inversiones extranjeras directas y se convirtieran en núcleos regionales.
A partir de ahí sólo podría esperarse que sus vecinos vieran en ello un incentivo para hacer lo mismo.
Esto es lo que desencadena el fortalecimiento de la economía regional.
Si es cierto que gracias a la automatización que la tecnología de la información posibilita y a la regulación transparente el TFA va a reducir los costos de transacción que todavía hoy dañan considerablemente los bolsillos de los empresarios (especialmente de quienes están a cargo de las micro, pequeñas y medianas empresas, las Mipymes), todos deberían estar ansiosos por concretarlo.
De hecho, los países que adopten reglas transparentes —y que por lo tanto alcancen mayores niveles de eficiencia— tendrán necesariamente mayores ingresos públicos debido al creciente volumen de relaciones comerciales regionales (y mundiales).
Y si finalmente el TFA hace que las fronteras y las grandes distancias -todavía el impedimento más grande a las oportunidades de crecimiento de muchos países en vías de desarrollo- tengan menor peso en el comercio global, deberíamos darle la bienvenida también por eso.
Director General del Deutsche Post Group, DHL