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La mayoría de las empresas familiares se conservan de esta forma con la idea de perdurar en el tiempo, pero los conflictos del día a día crean enfrentamientos que debilitan los vínculos. Tal vez por ello dos terceras partes de las empresas familiares mexicanas no pasan a la segunda generación, porque no hay un hijo que las lidere. Los herederos se pelean y se reparten el negocio, sólo un tercio logra superar el primer paso generacional y 50% más fallece al dar paso a la tercera generación. El resultado final es que sólo una de cada seis empresas llega a la tercera generación.
Si bien hay claras ventajas cuando una empresa es familiar por tener un solo dueño, también puede caer en abusos o dinámicas perniciosas por la posibilidad de mandar y controlar sin restricciones.
Uno de los aspectos más comunes que inquieta a la empresa familiar es el abuso de los recursos, principalmente del dinero que se genera. En términos generales esto se presenta de la segunda generación en adelante; normalmente, quien funda un negocio, es una persona austera que vive bien, pero sin derrochar, y prácticamente todo lo que gana lo reinvierte en el negocio.
El problema se presenta cuando el fundador ya no está presente y su descendencia, que ha crecido en número y nivel de gasto, se rehúsa a adoptar un modo de vida acorde con las necesidades de la organización.
Vivir bien no tendría que verse como algo malo, siempre que esté dentro de unos límites razonables. Un ritmo de vida “relajado” donde existen muchos viajes de placer, se juega al golf, hay constantes compromisos sociales con un nivel de gasto personal excesivo hace que, quien funge como responsable de la empresa, esté demasiado distraído para dirigir la empresa.
Esa ausencia de liderazgo eleva el riesgo de que no se tomen buenas decisiones y si añadimos el gran riesgo de no permitir el nivel de reinversión requerido, tenemos la receta ideal para ver un negocio quebrado en pocos años.
Es muy común que el proceso para la sucesión no se realice de manera adecuada y por desgracia ocurre más de lo deseado en México y en el mundo. Aprender a ser un buen dueño es fundamental y esto se adquiere en el hogar y desde que los hijos son pequeños.
Un aspecto vital para el éxito y continuidad de la empresa familiar es tener “buenos” dueños. Quizá en la segunda generación no hay quien pueda estar al frente de los negocios familiares, por vocación o por capacidad, pero serán propietarios y deben cuidar su patrimonio.
El proceso de la sucesión puede ser de dos tipos: por decisión o por defunción, de la respuesta depende la generación de conflictos o la ausencia de ellos. Cuando se opta por la sucesión se debe formar de manera conjunta al sucesor, a la empresa, al propietario y a la familia. Si alguno falla, el proceso es inconcluso.
Aprender a resolver los conflictos es fundamental, las relaciones en las empresas familiares son muy emocionales, no podemos dejar de sentir, mas el punto crucial es resolverlos en el momento adecuado.
Para ello, es importante recurrir a mecanismos que sirvan como mediadores. Los Consejos de Familia y un Consejo de Administración son los organismos que pueden ayudar a realizar esta tarea, donde al lograr la institucionalización la empresa tendrá más probabilidades de sobrevivir y mantener a la familia unida.
*El autor es director y profesor del Centro de Investigación para Familias de Empresarios (CIFEM) de IPADE Business School.