En 1968, me habla Fernando Benítez y me dice que Carlos Fuentes quiere que lo entreviste. Hojeo a prisa las novelas y cuentos de Fuentes que conozco. Vamos, mi hermana Magdalena y yo, a su casa de la privada de Galeana, en San Ángel. Nos recibe en su biblioteca. Cuando trato de preguntarle, me ataja y nos dice: “Las llamé porque Fernando dice que saben mucho del movimiento estudiantil y quiero saber si ustedes creen que me vayan a aprehender”. Le contesto, con una sorna de la que ahora me arrepiento.
—No, señor Fuentes, los que están en riesgo son los muchachos del Consejo Nacional de Huelga. Usted acaba de llegar a México, porque estaba en Europa ¿no? Para mis adentros, me digo, pero qué hombre tan egocéntrico.
Pasan, qué quiere usted, alrededor de 10 años. Estamos en la revista Punto Crítico, de ex presos del 68 y militantes. Raúl Álvarez Garín, que aparece (por el peligro de represión) como el único responsable de la publicación, le entrega a mi hermana Magdalena, un librote con título Los procesos del 68. El volumen va directo al librero, porque alego, ”me voy a deprimir”. Pasan otros años más y Raúl nos entrega una selección del libro anterior, esta vez sólo con las palabras de José Revueltas, creo que de Eduardo Valle, el Búho, y del propio Raúl Álvarez Garín. Ahora sí lo leo y me entero que, aunque usted no lo crea, se afirma judicialmente que el folleto de Fuentes París, la revolución de mayo es el plan maestro para ¡tirar al gobierno mexicano! “Qué barbaridad le digo a mi hermana, no sabíamos nada de política”. Mi hermana, más tranquila, sonríe y me contesta: “sí sabíamos, nunca lo aprehendieron”.
Leí el texto de Fuentes por agosto o septiembre, en pleno movimiento estudiantil mexicano y me sirvió, dada la censura, para hablar, en la nota que publiqué en el diario Novedades, del movimiento de acá. Los ejemplares no tienen fecha, pero estoy segura que ya se había iniciado el movimiento mexicano cuando apareció el texto. No sobra decir que la Revolución de Mayo cumple, en este mes, 50 años.
Fuentes ha escrito sobre Carlos Monsiváis, que funde en uno los géneros de la crónica y el ensayo, pues eso es lo que hace el propio Fuentes en este texto excepcional. Se trata de un testimonio polifónico o coral con uno o varios estudiantes, tal como sería La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska. Fuentes capta, además, diálogos en la calle o conversaciones con el escritor al que llaman “camarada”. En ocasiones, no es la polifonía de las voces anónimas y el cronista personaliza, describe a grandes rasgos la plática de Sartre con los estudiantes o la llegada, y rechazo, que sufre el gran novelista Louis Aragon. Registra el alud de adhesiones de los intelectuales. La unión, organizada, de estudiantes, obreros y profesionistas.
Las distintas voces, en la síntesis de Fuentes, consideran que en Francia no importa tomar el poder, lo que hay que hacer es tomar las fábricas e ir a la autogestión: “tomar el poder es tomar el poder en las fábricas”. Y precisa. La izquierda tradicional se queda corta o da largas al asunto, el Partido Comunista espera condiciones favorables, la Confederación del Trabajo propone aumentos salariales, la Federación de Izquierda insiste en la toma del poder. Se requiere, dicen los testimonios citados por Fuentes, un partido revolucionario. La revolución de mayo-junio es la primera etapa, se equipara, por eso, al asalto al cuartel Moncada. Entre las luchas precursoras, Fuentes menciona la Revolución Cubana, el movimiento en contra de la guerra de Vietnam en EU y, por supuesto, la batalla de Argel. En la portada, como cuenta en Personas, la bella muchacha que Fuentes cree vislumbrar en la toma de posesión de Miterrand, pero ésa es otra historia.
Profesora de la Facultad de Filosofía y Letras
de la UNAM, integrante del CACEPS–FE