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La última etapa de las campañas se concentró en la descalificación del contrincante. Esperable por la polarización que vive el país, pero peligroso si la actitud de los contendientes es revanchista. La derrota es dolorosa para el vencido. Afortunadamente, las actitudes del candidato ganador han sido de reconciliación y apertura.
La democracia tuvo su máxima expresión en las urnas con más del sesenta por ciento de participación. Ahora corresponde a los mecanismos institucionales evitar que, en un mediano o largo plazo, la mayoría no afecte los derechos de las minorías y se abra una expectativa incierta que afecte el comportamiento político-social y los mercados, especialmente, el financiero que es el más volátil.
Durante el último cuarto de siglo, hubo una constante: limitar el poder del ejecutivo para no regresar al pasado autoritario de un partido dominante. Ese fue uno de los propósitos esenciales en la estrategia de transformación del Estado que otorgó más facultades y recursos a los poderes judicial y legislativo y creó órganos constitucionales autónomos. El llamado Estado de las autonomías.
Este fenómeno constitucional, desde una perspectiva académica, puede catalogarse como constitucionalismo – la construcción de instituciones oponibles al poder que representa a la voluntad popular democrática para evitar lo que Toqueville denominó la tiranía de las mayorías. El poder corrompe, diría Montesquieu, y el poder absoluto corrompe totalmente.
En ese sentido, la descentralización de las decisiones políticas en numerosos actores políticos – que es a lo que se denomina gobernanza- teóricamente debiera tener menos propensión a la desviación de los principios fundamentales que inspiran a una organización social o de recursos públicos y la concentración en un individuo, partido o grupo mejor ambiente para el florecimiento de la corrupción.
Paradójicamente, el modelo democrático-pluralista propio del Estado constitucional de derecho ha sido acusado por sus adversarios de haber creado más desigualdad social y condiciones propicias para la consolidación de una clase política-empresarial más orientada a buscar su propio beneficio y conservar sus prebendas que su compromiso con la sociedad que les otorga el poder y la oportunidad de acumular su riqueza.
En el otro extremo, está el modelo autoritario que cancela oportunidades de desarrollo e iguala a las personas en condiciones de pobreza, pero es concebido por las mayorías como regímenes más cercanos al pueblo y menos corruptos. Lo que no es necesariamente cierto si se revisa desde el exterior a países como Corea del Norte, China, Cuba o Venezuela. Un grupo dirigente que excluye a cualquier opositor, concentra las decisiones económicas y limita la libertad de expresión. Los mensajes de quienes integrarán el próximo gobierno y sus conversaciones con empresarios y la integración del equipo de transición hacen pensar que ese no es el camino de nuestro país.
Sin embargo, no hay que olvidar que la eliminación de las autonomías públicas distintas al gobierno central, expresada en la desconfianza en los políticos, jueces y organizaciones de la sociedad civil que representan intereses económicos o altruistas, es el primer paso para reconstituir los Estados nacionales autoritarios con mercados cerrados y sectores de la población permanentemente movilizados con la intención de legitimar cualquier decisión del líder.
Esa es en esencia el origen del “conflicto” de las instituciones contra Donald Trump, que condujo al uso de niños hijos de migrantes como moneda de cambio en el forcejeo pre-electoral para obtener la mayoría legislativa que le permita al empresario convertido en político imponer su proyecto que cada día es más claro: nacionalismo proteccionista que le permita aislarse del mundo que, en la tradición más pura de la política exterior norteamericana, le debe mucho y del que nada recibe.
En una explicación cíclica de la historia, la cual suele ser equivocada, alguien concluiría que un siglo después se va a reproducir en una escala mayor, la cerrazón bélica que destruyó a Europa. Ese fue el resultado de los movimientos ultranacionalistas. Hago votos porque el ambiente de crispación vivido durante las elecciones quede atrás, no se reproduzcan los errores de la intolerancia política del siglo pasado, ni se imiten los proyectos megalómanos que sólo condujeron a la destrucción y a la miseria.
Un día después hay la oportunidad de continuar construyendo, tratando de incluir en el desarrollo al mayor número de mexicanos, o destruir lo alcanzado con la excusa de que todo avance logrado sólo conduce a una mayor desigualdad social y que hay la necesidad de empezar nuevamente el arduo trabajo de edificar sobre ruinas una casa común. ¿Cuál de estos será el camino que seguirá la nueva mayoría en el poder?
Los primeros actos del candidato ganador son mensajes de distensión e invitación a la reconciliación. La actitud de los candidatos perdedores y el gobierno saliente van a ayudar a generar una transición del poder ordenada y pacífica. La batalla política por las posiciones en el gobierno y en las cámaras se empezará a manifestar en septiembre cuando se instale el próximo Congreso. Ese es un momento clave para visualizar con mayor claridad la ruta del gobierno electo con una mayoría absoluta.
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