La década perdida, los años ochenta del siglo pasado, dejó secuelas negativas que todavía afectan el comportamiento económico mexicano 30 años después. La “resaca” de la borrachera de los gobiernos populistas de Echeverría Álvarez y López Portillo tiene efectos en el presente y fue el origen de la ola migratoria de mayor proporción en la historia de Norte América. Millones de connacionales tuvieron que ir a buscar trabajo en los Estados Unidos ante la imposibilidad de crear más de un millón de empleos anuales que se necesitaban para cubrir la creciente oferta laboral por el aumento de 3.5 % anual de la Población Económicamente Activa (PEA).

El gasto público desordenado (empresas públicas ineficientes y transferencias presupuestales a fondo perdido a grupos clientelares), endeudamiento excesivo y una economía basada en el petróleo, cualquier semejanza con la Venezuela de Chávez y Maduro no es una coincidencia casual, provocaron un deterioro significativo de los salarios y la productividad laboral de la que nos empezamos a recuperar hace una década. El INEGI publicó las cifras del empleo formal e informal y desde 2010, con mayor fuerza en 2012, hay una tendencia cada vez más fuerte de reducción con respecto al PEA del desempleo (3.3%), la subocupación (7.2 %) y la informalidad (27%). Cifras a julio del 2017.(Excélsior 15-08-17)

La “purga financiera” que nos recetaron cambió estructuralmente al país. Una ruta del desarrollo importante fue transformar la economía mexicana en exportadora y abrir los mercados internos ineficientes protegidos por los discursos nacionalistas revolucionarios. El resultado inicial, doloroso, fue la quiebra de muchas empresas y el deterioro de algunos sectores, pero 25 años después de la firma del TLCAN, ariete de esta estrategia, el balance es positivo. Incluso el flujo migratorio hacia Estados Unidos disminuyó en la última década antes de la era trumpiana.

La década perdida tuvo efectos de largo plazo. La tasa de desocupación real de 2000-2010 aumentó a pesar de que parte de la PEA migró y tuvo un efecto más negativo alrededor del 2008 con la crisis financiera mundial, de la que México salió relativamente bien librado. En 2009 el desempleo abierto afectaba a más de 2.5 millones de personas y la prospectiva era negativa en ese momento. Sin embargo, si revisamos las cifras de América Latina y el Caribe, México es el país con mejor comportamiento económico en materia de empleo y el que más rápido superó los efectos de la década perdida.

La tendencia del desempleo es a la baja en los últimos años, lo preocupante es que todavía las tasas de ocupación parcial, subocupación e informalidad doblan y triplican el desempleo. El grupo poblacional más afectado por esta circunstancia ha sido y es “menores de 35 años”, los jóvenes, quienes llegan a un mercado laboral cuando terminan de estudiar (si pueden hacerlo) sin oportunidades, con bajos salarios, sin prestaciones de seguridad social y sin sus expectativas satisfechas.

Las cifras publicadas por el INEGI marcan una tendencia a la reducción de la informalidad (27 al 23 % de 2003 al 2015 en su participación en el PIB) y los reiterados anuncios del IMSS sobre el decrecimiento sostenido de la informalidad son halagüeñas, pero no suficientes. Hay que reconocer el trabajo en materia de empleo de los últimos gobiernos y del empresariado en general para acrecentar la productividad, atraer inversiones extranjeras directas, aumentar las exportaciones, modernizar la infraestructura y arriesgar el capital en nuevos proyectos, sin embargo, la informalidad se nutre de dos fenómenos, al parecer incontenibles, que afectan el crecimiento económico sano: el clientelismo político y la delincuencia organizada.

Ahí está la tentación para el electorado en el 2018, con el peligro de caer en las políticas populistas que nos condujeron a la década perdida -ya olvidada por el grupo poblacional más afectado por la falta de empleo- y se obtenga el voto de los jóvenes con las falacias de que, con la desaparición de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, la elevación del salario mínimo por decreto o el aumento de los subsidios a programas asistenciales se aumentará ipso facto el bienestar de los mexicanos. Lo anterior sólo lleva -tal y como sucedió con la demagogia de los aumentos salariales de emergencia de los años setenta y ochenta- a una espiral de inflación y desabasto de bienes así como mala prestación de servicios que sólo profundiza la pobreza.

Hay un regimiento de jóvenes que ven en la informalidad o la delincuencia la única opción de vida. Ambos son caminos falsos. No bastan las políticas fiscales que promuevan el empleo con éxito, hay que romper el círculo vicioso que alimenta el clientelismo político en las ciudades en beneficio de líderes corruptos disfrazados de activistas sociales y la complicidad entre mafiosos y autoridades en un intercambio de tolerancia por apoyo económico en las campañas.

Mientras el empleo informal no se ataque de raíz, los esfuerzos por aumentar la afiliación al IMSS serán plausibles, pero insuficientes para detener a quienes hacen fortunas inmensas y acumulan capital político en el lado obscuro de la economía o en las cañerías de las campañas electorales. Nadie quiere otra década perdida. El camino hacia ella es el populismo y la economía informal que lo nutre.

Profesor de Posgrado de la Facultad de Derecho de la Universidad Anáhuac del Norte
cmatutegonzalez@yahoo.com.mx

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