El debate de la semana es ineludible. Las cartas secretas (no se conocen en su totalidad, aunque son documentos públicos) que el Presidente López Obrador envió al Reino Español y al Estado de la Ciudad del Vaticano solicitando una disculpa pública por las atrocidades cometidas con la espada y la cruz durante la conquista y el virreinato. Los demonios se desataron en ambos lados del Atlántico y la explicación guasona es que algo hay en el subsuelo del espíritu Iberoamericano que nos hace reaccionar.
El escudo de la UNAM incluye un mapa de Iberoamérica y el lema vasconceliano “Por mi raza hablará el espíritu”. ¿Qué raza? ¿Qué espíritu? La discusión es amplia y conduce por los laberintos del colectivo mexicano donde hay numerosos rincones oscuros, insospechados e inexplorados que requieren ser reflexionados. ¿La reconciliación se obtiene provocando?
La mayoría de los comentócratas apoyan sus conclusiones en la medición del momento de la opinión pública mediante las encuestas que levantan frecuentemente las empresas especializadas. ¿Se puede medir el inconsciente colectivo demoscópicamente? ¿Por qué el gobierno remueve el pasado de esa manera? ¿Cuál es la racionalidad de esta búsqueda de los orígenes?
En la teoría política, la distinción entre autoridad y poder es sutil. La mayoría de las personas no encuentra mucha diferencia hasta que la realidad de una sociedad compleja, como la nuestra, los alcanza y los obliga a modificar su comportamiento radicalmente. Estas cartas confunden ambos conceptos.
La autoridad es una posición de mando que se obtiene sin requerir necesariamente de una jerarquía formal y proviene de la ascendencia que un individuo posee sobre una comunidad determinada por su compaginación de valores, solidaridad, tradición o carisma. Este fenómeno se presenta en las comunidades indígenas, las asociaciones religiosas, los gremios o colegios de profesionistas, la academia, las profesiones u oficios, entre otros.
El poder es una posibilidad de obtener la obediencia de las personas en razón a un puesto o función que se desempeña en el seno de una organización vinculada directa o indirectamente con el gobierno. Esta es la forma de mando de un Estado y en nuestro modelo constitucional debe ejercerse sometido a la ley.
La autoridad es un atributo de un líder social o comunitario y el poder de un gobernante, legislador, juez o administrador púbico. Extraordinariamente, esta situación puede presentarse en una misma persona en un momento determinado. El Presidente López Obrador construyó su campaña con base en su autoridad como líder opositor a lo malo de una clase política en decadencia.
Todo ejercicio de poder legítimo debe respetar la Constitución, pero además requiere basarse en autoridad propia o en el apoyo de personas con autoridad. No basta que se diga que se cumpla con la ley, aunque éste sea el requisito mínimo que debe respetar el poderoso para no violentar derechos humanos, ni transitar a la autocracia.
Esta dualidad en el papel directivo, autoridad-poder, es un dilema que pocos líderes saben resolver, cuando reúnen la autoridad y el poder. Unos recurren a la movilización permanente como estrategia para mantenerse vigentes cuando asumen el poder, pero corren el riesgo de que las expectativas sobre el éxito de su gobierno disminuyan rápidamente si no hay resultados tangibles. Esto es lo que registran las encuestas.
Otros abandonan el gobierno a sus cercanos, quienes son los que se equivocan a los ojos de los seguidores y son los sacrificables. Algunos más ejercen el poder y sufren ver la disminución de su autoridad, que, en las sociedades posmodernas, se refleja en los índices de popularidad.
En ese sentido, el análisis de las encuestas es engañoso si quiere interpretar la legitimidad de un régimen o sondear el inconsciente colectivo. La eficacia momentánea –subir puntos en el opinómetro- mediante el ocultamiento del no ejercicio del poder con el uso de distractores ideológicos o históricos- se verá reflejada en el mediano plazo en la falta de resultados. Entonces, los niveles de aceptación caerán o se sostendrán con menor apertura democrática.
Las cartas secretas buscan vincular al líder con el inconsciente colectivo forjado por la historia oficial, aumentar su autoridad previendo la disminución de su poder para confrontarla a sus adversarios que identificará como conservadores, fifís, neoliberales y, ahora, criollos. El líder social (autoritas) no quiere convertirse en gobernante (potestas).
Sin embargo, en una sociedad compleja y con vínculos globales amplísimos, el poder debe rendir frutos o se deslegitima: mayor bienestar social real y crecimiento económico. La autoridad moviliza a los aliados, justifica los rezagos o debilita a los opositores, pero no elimina la exigencia ciudadana de menor corrupción y más seguridad pública. Esta semana fue la exigencia del perdón a España, la entrante ¿cuál será el distractor? ¿Cuándo comienza el sexenio? ¿Cuándo habrá un gobierno con proyecto claro y racional? Hay que esperar al Plan Nacional de Desarrollo, las mañaneras poco ayudan para saberlo.
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