Durante muchos años, los opinadores profesionales han competido por ganar el premio a la ocurrencia más original. La nota publicada se convierte en pasto para sus comentarios incendiarios y al público siempre le gusta escuchar lo malo que hacen los gobiernos. La exageración de los errores ajenos y la explotación de la mala fama que puedan atribuirle a una institución o persona son el principal combustible de su frenética carrera por la fama efímera y la presencia en medios.

Si la policía actúa, la acusan de represora. Si observa prudentemente y sólo contiene y disuade el conflicto, la culpan de indolente y pasiva. Si utiliza la fuerza pública, es violadora de derechos humanos; si decide tolerar al rijoso es débil y poco eficiente. Si el ejército o la marina salen a las calles a ayudar a un gobierno local los tachan de actuar inconstitucionalmente, si se quedan en sus cuarteles los acusan de indiferencia social y complicidad con los delincuentes. Si hubieran respondido al ataque de una turba incitada por un conocido grupo delictivo hubiera sido casi un genocidio, si actúan sólo protegiéndose mientras esperan refuerzos, tal y como sucedió en Ciudad Guzmán, Jalisco, hay desgobierno.

Si las marchas de protesta se disuelven o se confrontan con la policía antimotines, se rasgan las vestiduras y claman por la libertad de expresión. Si estas se toleran, entonces, exigen que la policía evite las afectaciones a la circulación. En síntesis, los comentócratas sostienen el punto de vista contrario de la autoridad, aunque se contradigan con lo que defendieron antes. Apuestan a la memoria flaca de la opinión pública.

Ese juego les conviene, aumentan el aurea de críticos de los gobiernos y se convierten en los semidioses que siempre tienen una propuesta fácil -derivada de un sentido común que soslaya cuestiones técnicas, jurídicas o financieras- para resolver el problema social más complejo. Para ellos, todas las acciones de gobierno están equivocadas o son insuficientes. El micrófono, la pantalla o el twitter son los instrumentos de difusión de sus ocurrencias. “Todo está mal, todos son iguales y nada funciona” son sus frases favoritas. Su responsabilidad se reduce a crecer su audiencia o sus seguidores.

Sin embargo, el día que sufren las consecuencias del desgobierno que han contribuido a crear en el país, entonces levantan el dedo flamígero contra todas las autoridades -no importa el partido político al que pertenezcan- porque no han sabido ordenar al caos que se ha ido tejiendo en el país al amparo de la irresponsabilidad de algunos líderes de opinión.

En ese momento, la anarquía en la que sólo la libertad del individuo importa, que se promueve bajo la filosofía del “Let it be”, cada quien es dueño de su vida y de su cuerpo sin que deba existir ningún compromiso social, la típica actitud beattlemaniaca, se revierte en su contra, en el origen de su desgracia y, entonces, sólo entonces los opinadores, que sufren en carne propia lo que padecen los cientos de miles de víctimas- que han sido afectadas por una delincuencia o activismo social violento tolerado, exigen más orden social, que ellos han contribuido a erosionar, aunque, obviamente, no reconocen su corresponsabilidad.

Quien tiene compromiso ante un micrófono o una pantalla debe ser consciente que las palabras expresadas en un medio masivo de comunicación sí tienen consecuencias. Afectan al ánimo colectivo y su uso irresponsable puede ser factor de impunidad y descomposición social. Da coraje, miedo e impotencia quedar atrapado en una turba en la que los individuos anónimos dañan o lesionan al amparo de una atmósfera de permisión fomentada por aquellos que exculpan cualquier ridiculez con el fin de obtener más presencia en los medios. La lucha contra el desorden social y el desgobierno también se sostiene forjando una opinión pública favorable al ejercicio de la autoridad en las situaciones que se exija su intervención.

Cada espacio de comunicación abierto a la delincuencia o al anarquismo es un paso a la ingobernabilidad. Si los comentócratas no usan su poder de influencia para atajar las actitudes y acciones antisociales, más temprano que tarde, serán víctimas del caos que han contribuido a generar. No son simples víctimas de un mal gobierno, sino que son corresponsables de éste, aunque aparentemente se le opongan con sus ocurrencias críticas. Hacen el ridículo cuando culpan a los demás de los males sociales sin reconocer su contribución activa o pasiva. El desgobierno es responsabilidad de todos.

Profesor de El Colegio de México
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