Doce meses después de que Donald Trump ganó la elección del 8 de noviembre de 2016, constatamos que al presidente de Estados Unidos no le gusta ser nuestro vecino.

No nos quiere. Trump desearía que la ubicación geográfica de México fuese en otro continente.

Sus planes para deportar mexicanos masivamente, erigir el muro fronterizo y excluir a México del pacto comercial de América del Norte pueden no haber prosperado como él quisiera, pero ello no quiere decir que los ha abandonado.

El representante comercial de Trump, Robert Lighthizer, se ha dedicado a confrontar a México en cada párrafo y a aventar bolas de fuego a cada paso de la renegociación.

¿Y entonces qué sentido tiene seguir hablando y negociando con quien nos desprecia y rechaza?

Las expectativas del gobierno de EPN se han ajustado claramente a la baja. Se abandonó el triunfalismo inicial en la renegociación del TLCAN y desde Los Pinos, la Cancillería y la Secretaría de Economía empezaron a decir que hay un Plan B en caso de que el TLCAN se desfonde.

En ningún momento de la renegociación se planteó la agenda integral que EPN prometió, para incluir a migrantes, garantizar derechos laborales más allá de tenues propósitos de enmienda y reivindicar la defensa de los derechos humanos.

Canadienses y estadounidenses progresistas se muestran perplejos: los gobernantes mexicanos dedicados a la rapiña y la depredación ni siquiera piensan que los salarios de hambre sean un problema.

Después de un año de preguntarnos qué hacemos ante Trump, nos damos cuenta que no hemos contestado una interrogante de fondo, aún más importante: qué proyecto político ofrecer a los mexicanos en 2018.

Más que ganar, el PRI buscará no perder, aplicando la fórmula Edomex de torrentes de dinero de origen ilícito para dividir a la oposición. El candidato priísta, así se disfrace de no-PRI, de llegar a Los Pinos tendrá por tarea evitar que quienes llevan hoy las riendas (es un decir) sean investigados, juzgados y encarcelados por múltiples y fundados cargos de corrupción.

Afuera, la pesquisa sobre delitos vinculados a la trama rusa podría llegar al mismo Trump, mientras que su agenda de supremacía blanca, privilegios fiscales para los ricos y aislacionismo, cada vez más les representa un pasivo a los candidatos republicanos.

Las convulsiones internas y externas no han sido suficientes para sensibilizar a nuestros gobernantes. Siguen apostándole a lo que ven como la excepcionalidad mexicana: al fin y al cabo, sostienen que aquí en México los trabajadores aguantan todo y no ocurrirá una revuelta de éstos contra un modelo económico que los condena a la pobreza y a la nula movilidad social ascendente, aun cuando tienen empleo.

Durante décadas hemos dependido de EU para que reciba a nuestros migrantes. En el último lustro se acentuó, además, nuestra dependencia energética respecto de nuestro vecino del norte para el suministro de gasolina y de gas natural. Y para colmo, aun cuando hay crecientes sectores anti-Trump dentro de Estados Unidos, cuya percepción sobre México ha mejorado, incluso entre ellos es significativo el número de quienes están convencidos de que los mexicanos no sabemos gobernarnos.

Nos esperan turbulencias políticas mayores adentro y afuera. Los candidatos del Frente Ciudadano por México no pueden quedarse en decir que van contra sus adversarios tricolores y morenos. Con notorias excepciones, nuestra clase política sólo está preocupada por su reproducción.

Necesitamos liderazgos políticos que se ocupen de la pobreza, el crimen y la corrupción, y de impulsar la igualdad ante la ley, el crecimiento económico y la restauración del tejido social hoy desgarrado.


Profesor asociado en el CIDE.
@ Carlos_Tampico

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