Hay en la historia numerosos ejemplos en que un país exige a otro que ofrezca disculpas por agravios del pasado. No es algo inusitado, ni extraordinario. Es más, se conocen ejemplos de grupos de población que exigen no sólo disculpas, sino reparaciones en dinero en proporción a los daños infligidos.
En Estados Unidos desde 1865 hay un debate en torno a la propuesta de pagar compensaciones a los descendientes de esclavos que llegaron de África, por haber sido sometidos a trabajo forzoso en la esclavitud. Un siglo y medio después, este punto está en la plataforma de varios de los precandidatos demócratas a las elecciones presidenciales de 2020.
En un discurso ante la Unión Europea en junio de 2013, Evo Morales, presidente de Bolivia, retomó un texto publicado en 1992 en la revista Renacer Indianista por el escritor venezolano Luis Britto García, en la “Exposición del Cacique Guaicaipuro Cuatemoc”, que acusa a Europa por la expoliación de América en el siglo XVI, pues se llevó 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata al viejo continente. Morales finalizó su arenga señalando: “Ese fue el préstamo de América a Europa en el siglo XVI... no debemos nada al FMI, nos salen debiendo”.
Alemania y Japón fueron presionados por sus vecinos para que ofrecieran disculpas tras la ocupación militar de que fueron objeto en la Segunda Guerra Mundial. Los germanos lo hicieron, contribuyeron generosamente a la reconstrucción de Europa y hoy son la columna vertebral del continente. Los japoneses, en cambio, se han mostrado reacios a ofrecer disculpas oficiales por escrito a China y a Corea; por el contrario, el primer acto de cada nuevo primer ministro japonés es visitar el santuario de Yasukuni, mausoleo que conmemora a los ‘héroes’ de guerra según Tokio, y a los ‘criminales de guerra’ de acuerdo con Beijing.
Hace 500 años no existían ni España ni México. Nos conquistaron castellanos, andaluces y extremeños. Los tlaxcaltecas y otros pueblos aledaños a Tenochtitlan se aliaron a los soldados de ultramar en la rebelión contra el dominio azteca. Sin embargo, aun si nos tomamos una licencia histórica para asignar responsabilidades mucho tiempo después, pues a los ibéricos les tocan tres siglos, de 1521 a 1821, y a los mexicanos nos corresponden los dos siglos de vida independiente.
En nuestro caso, más que exigir una disculpa al Rey de España por las atrocidades cometidas durante la conquista de México, la pregunta que debemos hacernos es por qué cinco siglos después de la caída de Tenochtitlan y a casi dos siglos de la consumación de nuestra independencia, nos parece ‘normal’ que más de la mitad de nuestros compatriotas viva en la pobreza.
El EZLN alertó en 1994 tras su levantamiento: ¿de qué tenemos que pedir perdón? ¿de qué nos van a perdonar? ¿de no morirnos de hambre? ¿de no callarnos en nuestra miseria? ¿de no haber aceptado humildemente la gigantesca carga histórica de desprecio y abandono? Un cuarto de siglo después, el grito zapatista sigue sin ser escuchado.
La película Roma de Alfonso Cuarón, es un clamor al cielo por la situación de esclavitud de más de 2 millones de trabajadoras del hogar que carecen de derechos laborales y están desprovistas de seguridad social.
Las disculpas pueden incluso usarse como una coartada para el gatopardismo: ya me disculpé, pero todo sigue igual. Muy poco sentido tienen si el statu quo permanece, si los sistemas de opresión continúan.
O quizá en el caso del mandatario mexicano cabe una lectura distinta: “Te lo digo Pedro para que lo escuches Juan” —o en este caso específico, “Te lo digo Rey Felipe VI, para que lo escuches élite mexicana”. Es insostenible la dicotomía país rico, pueblo pobre.
Profesor asociado en el CIDE.
@ Carlos_Tampico