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El gobierno mexicano podría reducir la cooperación con Washington en materia de seguridad y de migración si Trump rompe el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), advirtió el canciller mexicano Luis Videgaray desde Vietnam el 13 de noviembre.
¿Qué quiere decir esto exactamente? ¿Significa acaso que vamos a dar paso libre a los migrantes centroamericanos para que se agolpen a las puertas de San Diego, El Paso y Brownsville, o en Tijuana, Ciudad Juárez y Matamoros una vez rechazados y expulsados desde Estados Unidos?
Diez meses antes, en un posicionamiento de política exterior, EPN señaló cinco principios que guiarían la negociación con EU: soberanía nacional, respeto al Estado de Derecho, visión propositiva, integración de Norteamérica y negociación integral.
Este fue el texto del quinto principio: “México tratará de manera abierta y completa todos y cada uno de los temas de nuestra relación. Llevaremos a la mesa todos los temas: el comercio sí, pero también la migración y los temas de seguridad; incluyendo la seguridad de la frontera, las amenazas terroristas y el tráfico ilegal de drogas, armas y efectivo”.
No tengo información alguna de que en la mesa de renegociación del TLCAN se hayan defendido los derechos de los trabajadores migratorios mexicanos en Estados Unidos.
Me comentan que en el contexto de la relación bilateral hay un planteamiento mexicano respecto de movilidad laboral de flujos futuros de trabajadores migratorios.
Sin embargo, en el caso de los migrantes centroamericanos exhibimos un desdén imperdonable.
Las palabras importan. A partir de la creación en 2014 de la Coordinación para la Atención Integral de la Migración en la Frontera Sur, lejos de protegerse y tutelarse los derechos humanos de los trabajadores migratorios, arreció la persecución en su contra.
El periodista Sergio Ocampo Madrid escribió en El Tiempo de Bogotá (Dispongan de mi visa, 17 febrero 2017): “…mostrar la ironía de alguna autoridad mexicana que se atrevió a decir que en realidad el muro de Trump era para detener a los centroamericanos, no a los mexicanos”.
Hágame usted el favor: los niños y niñas que huyen de la terrible violencia en San Pedro Sula, los que tratan de escapar de las pandillas salvadoreñas, quienes buscan salvar la vida cruzando a México, son presentados como una amenaza a la seguridad nacional.
Es el colmo que, tras este martirio sin fin y después de que la propia Procuraduría General de la República (PGR) —en el marco de las investigaciones sobre las masacres de San Fernando— desveló que agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) estaban involucrados en el secuestro y entrega de migrantes al crimen organizado, ahora salgamos con que los migrantes centroamericanos son el problema.
#IAmNotABargainingChip (no soy una ficha de cambio) es el lema de los inmigrantes europeos en el Reino Unido o de este país en la Europa continental, que han hecho su vida fuera de la tierra que los vio nacer, y que rechazan la noción de ser utilizados como moneda de cambio entre Bruselas y Londres.
No sé cuál vaya a ser el desenlace de la renegociación del TLCAN. Quizá Trump se salga y denuncie el pacto comercial. Quizá lo hagamos nosotros. Lo que sería inaceptable es precisamente usar a estos seres humanos, mexicanos o centroamericanos, como ficha de negociación.
Los indígenas guatemaltecos, los campesinos hondureños, los habitantes de los barrios salvadoreños carecen de medios para hacerse escuchar, pero como lo señala el periodista colombiano Sergio Ocampo Madrid en El Tiempo, de Bogotá: “Algún día, por humanidad, por justicia, por verdad, los mexicanos deberán explicarle al mundo sobre esas fosas comunes donde terminaron quién sabe cuántos latinoamericanos pobres y desesperados”.
Profesor asociado en el CIDE.
@ Carlos_Tampico