El papel aguanta todo. La fórmula ‘obedézcase pero no se cumpla’ usada durante la Colonia española está vivita y coleando entre nosotros.
En las Indias españolas esa figura jurídica se usaba como medio válido para dejar de aplicar aquellas normas que, pese a haber sido promulgadas por autoridad legítima —el Rey— suponían una vulneración de los usos o costumbres del lugar. De esta manera la autoridad del Rey quedaba salvaguardada, y las normas del lugar, que allí se consideraban justas, seguían rigiendo con plena eficacia. El caso de la reforma laboral en 2019 lo ejemplifica de manera contundente.
En 1993 yo vivía en Washington DC. Un cuarto de siglo después recuperé lo que el gobierno de México prometió entonces para que aquel primer Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el TLCAN 1.0, fuese aprobado en el Congreso de Estados Unidos.
Prometimos acabar con el trabajo infantil. Juramos respetar la libertad de afiliación sindical. Ofrecimos instaurar el voto secreto en los recuentos de la membresía de los sindicatos. Salvaguardamos el derecho a la negociación colectiva. Perfilamos llegar a salario igual por trabajo igual entre hombres y mujeres.
La autoridad de aquel momento, el salinismo, prometió todo esto a sabiendas de que no lo iban a cumplir, por dos razones fundamentales:
a) Los acuerdos paralelos en materia laboral y ambiental no eran vinculantes;
b) Su incumplimiento no traía consigo una sanción en materia comercial.
En abril de 2019 ya nos entró la prisa de nuevo. La congresista Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, con mayoría demócrata, ha dejado claro que una de las condiciones sine qua non para siquiera discutir el TLCAN 2.0 o T-MEC es la aprobación de la reforma laboral en México, que incluye, claro está, las mismas promesas que hace 26 años.
¿Lo nuevo? Que ahora no bastará con que México afirme cumplir su propia legislación, porque los casos se ventilarán en el ámbito trinacional y serán vinculantes.
Y ya hubo quien puso el grito en el cielo. Pero ¿cómo es posible que nos impongan eso desde arriba y desde afuera, por decreto?: ¿qué quieren, el caos? ¿huelgas sin fin? ¿inestabilidad laboral para ahuyentar la inversión extranjera? ¿que los gringos inventen supuestas violaciones y abusos laborales como pretexto para ejercer su proteccionismo?
“Con líderes charros derrochadores, con nula libertad sindical, con castigo salarial somos el cuarto exportador de vehículos a nivel mundial: ¿para qué le mueven?” parecen exclamar los beneficiarios de nuestra miseria laboral.
¿Liberalización comercial, elecciones libres? En 1986 emprendimos la apertura comercial con el ingreso al GATT, hoy Organización Mundial del Comercio, OMC; nadie propone volver a una economía cerrada. En 1990 creamos el Instituto Federal Electoral (IFE) para dar certeza, transparencia y legalidad a las elecciones federales, y en 2018 AMLO llegó a la presidencia de la república. En ambos momentos se dijo que se caería el cielo, pero ello no ocurrió.
La productividad manufacturera aumentó en más de 50% en México entre 2004 y 2014, pero los salarios no lo hicieron de manera concomitante. Hoy ascienden a entre 5 y 6 dólares por hora en promedio, entre una quinta y una octava parte de las percepciones en EU. Alemania y Japón tienen sindicatos fuertes y salarios manufactureros incluso superiores a los de EU, y son el tercero y cuarto exportador mundial, respectivamente.
¿Economía abierta, pero sindicatos cerrados? México debe abandonar la puerta falsa de ser competitivo vía los bajos salarios, y debe respetar los derechos laborales consagrados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), o no habrá T-MEC. El futuro nos alcanzó.
Profesor asociado en el CIDE.
@Carlos_Tampico