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La política exterior empieza con los vecinos. En el caso de México, a veces parecería que el único vecino que tenemos está allende el río Bravo.
Hoy el destino nos alcanzó. Aquella frase de ‘El sur también existe’ que ha servido como título de título de poemas, canciones y documentos académicos, nos sirve para echar una nueva mirada sobre territorios que son una frontera común y perfilan un destino compartido.
Yo tengo a Guatemala en el corazón. En 1977 un querido condiscípulo de la licenciatura en economía -Carlos McCadden, hoy profesor del ITAM- y yo descubrimos el altiplano guatemalteco como un continuum del pueblo maya de Chiapas.
En la casa-museo de la etnógrafa Gertrude Duby, en San Cristóbal de las Casas, un viajero que venía de regreso nos regaló el libro ‘La ruta del mochilero’. El autor del capítulo sobre Guatemala nos advertía en el primer renglón: ‘Guatemala es como México, pero mejor’.
Yo había leído la obra imprescindible de Miguel Ángel Asturias, ‘Hombres de maíz’, en la cual un líder indígena, Gaspar Ilom, encabeza la resistencia de la comunidad contra los colonos, quienes lo matan con la expectativa de frustrar su rebelión. Años más tarde pude conversar con Rodrigo Asturias, hijo del gran novelista, quien adoptó el nombre de Gaspar Ilom como dirigente de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, la URNG.
Después de 36 años de conflicto armado, en diciembre de 1996 se firmaron los acuerdos de paz entre el Estado guatemalteco y la URNG. Sin embargo, más de dos décadas después, en Guatemala la democracia procedimental no ha ido acompañada de la vigencia de los derechos políticos, ni del abatimiento del racismo y de la polarización económica, social y cultural, ni del desarrollo humano integral.
En Guatemala mandan las élites económicas, los militares, y además Estados Unidos, que no es un factor externo de poder, sino interno. Washington ha jugado siempre en favor de sus propios intereses, a veces a favor de la democracia y contra las élites locales, y en otras ocasiones apoyando dictadores y cobijando a los poderosos.
Hoy se suma un poder de facto, el crimen organizado que se expresa a través del narcotráfico y de las pandillas, y que en múltiples ocasiones ha quedado entreverado con la política, tal como ocurre en amplias franjas del territorio mexicano.
México no está para dar lecciones a Guatemala, sino para construir respuestas conjuntas a problemas compartidos, y menciono tres para empezar:
1) Garantizar la seguridad ciudadana. Le pregunté a un amigo guatemalteco qué le pide Guatemala a México hoy. No mencionó la palabra dinero. Su respuesta fue más que contundente: ‘que pongan fin a los asesinatos y las vejaciones de migrantes guatemaltecos a su paso por territorio mexicano hacia Estados Unidos’.
2) Impulsar el desarrollo local. Los proyectos decididos e impuestos desde arriba y desde afuera de las comunidades están destinados al fracaso. Es importante promover el intercambio de saberes y la participación ciudadana en la formulación e instrumentación de las políticas públicas. Como ejemplo está el Centro para la acción legal en derechos humanos (CALDH), que trabaja para potenciar las capacidades técnicas y las capacidades metodológicas de las comunidades indígenas y campesinas.
3) Hacer accesible la educación pública gratuita y de calidad en áreas urbano-marginales y rurales, como lo hace la Fundación Educativa Fe y Alegría, cuya valiosa labor está hoy en riesgo por un decreto del Congreso de la República de Guatemala, que reduce drásticamente su presupuesto.
En suma, mexicanos y guatemaltecos necesitamos dignificar el mundo del trabajo y fortalecer esfuerzos organizativos emancipatorios. Y si podemos hacerlo juntos, cuánto mejor. La tarea está trazada.
Profesor asociado en el CIDE.
@ Carlos_Tampico