En 1971 los jesuitas cerraron el Instituto Patria en la colonia Polanco de la Ciudad de México. La razón aducida por sus directivos fue que la educación impartida en ese prestigiado colegio no satisfacía ‘nuestro deseo de conseguir una estructura social más justa, ni la necesidad vocacional de poner nuestros recursos y actividades al servicio de quienes más lo necesitan’. Con el dinero de la venta del predio se apoyó a proyectos jesuitas para la organización comunitaria e inserción social en comunidades campesinas y barrios obreros.
En 1975 la Compañía de Jesús redefine su misión como ‘el servicio de la fe y la promoción de la justicia’. Hoy está vivo el debate sobre las vías y los medios para cumplir a plenitud dicha misión, que apunta a la raíz de la extrema polarización de la sociedad mexicana, se profese o no alguna fe. Los Legionarios de Cristo y el Opus Dei llenaron el espacio que dejaron los jesuitas, apostándole a que en sus escuelas los hijos de las clases acomodadas recibieran una educación ‘eficaz y fiel a su linaje’, que parte de una visión de la sociedad mexicana con estamentos fijos, sin movilidad social ascendente, y cuyo sistema educativo perpetúa la desigualdad.
Ser una escuela privada de élite está lejos de garantizar la calidad educativa. El gran desafío es: ¿cómo hacer factible la educación pública, gratuita y de calidad en comunidades campesinas y colonias populares? En materia educativa, de cuidado de la salud, de deporte y entretenimiento vivimos una profunda segregación, una especie de apartheid no declarado. Precisamente por ello, yo saludo con entusiasmo todos los esfuerzos por dialogar entre los distintos segmentos de la sociedad mexicana.
El 6 de mayo, en la ceremonia de toma de posesión del nuevo rector de la Universidad Iberoamericana Puebla, el Mtro. Mario Patrón Sánchez, los oradores fueron certeros en el diagnóstico, el análisis y los desafíos a enfrentar:
1. Mantener una exigencia constante en el área académica: tener presente que la calidad no tiene sentido sin la pertenencia y la pertinencia social y ciudadana en nuestro entorno.
2. Combinar el aprendizaje en el aula con la formación integral: ‘No aspiramos a formar las mejores hombres y mujeres del mundo, sino para el mundo’ —jóvenes conscientes, compasivos y competentes.
3. Mantener finanzas sanas en la universidad, mediante una administración seria, profesional y esmeradamente cuidadosa, con base en la planeación estratégica y el control presupuestal.
4. Impulsar la innovación tecnológica en la educación, en la empresa privada, y en la internacionalización de la universidad, acorde con el aprendizaje en el mundo del siglo XXI.
5. Despertar la conciencia de la comunidad educativa. Servir a los sectores más vulnerados: niños, jóvenes, mujeres sometidas a violencia, acompañamiento a migrantes, entre otros.
El quehacer científico busca descubrir las raíces de la injusticia y proponer alternativas de transformación económica y social. Al nombrar a un rector laico, los jesuitas apuestan por la escucha, la consulta, el trabajo colegiado, el respaldo a talentos y experiencias existentes en el seno de la sociedad civil.
En el gobierno actual la narrativa sobre educación apunta más hacia la ampliación de la oferta educativa, de la matrícula, y de la inclusión. Falta nada más y nada menos que un proyecto educativo consistente. Veo una desconexión entre las preocupaciones de las élites y las expectativas de amplios grupos de población. En ese sentido, quienes hemos sido privilegiados con educación de calidad tenemos que hacernos cargo de construir puentes y de fomentar la empatía para mirar al otro y cuidar juntos nuestra casa común.
Profesor asociado en el CIDE.
@ Carlos_Tampico