Los músicos oaxaqueños y los pintores chiapanecos me han aliviado el alma en semanas recientes.

Hoy no voy a escribir acerca de las enésimas historias de narcos violentos, políticos corruptos y ambos impunes.

Me regalaré una tregua de Navidad y compartiré con los lectores dos encuentros que la fortuna me deparó con mexicanos cuya creación artística nutre el espíritu.

El primer encuentro tuvo lugar en una boda que celebramos en mi familia hace un par de semanas: escuchamos a la banda de música ‘Alma Yalalteca’, integrada por 36 jóvenes de 7 a 18 años de edad, originarios de la comunidad de Villa Hidalgo Yalálag, de la Sierra Norte de Oaxaca.

La temperatura exterior era gélida en el Desierto de los Leones, pero los jóvenes músicos se prodigaron con rituales y conjuros para darle calidez al espíritu.

Al igual que sus paisanos de la Banda Infantil del Centro de Capacitación Musical de la Región Mixe, y que los campeones basquetbolistas triquis, los jóvenes yalaltecas son ejemplo de aprendizaje esforzado y superación personal, que destacan y brillan cuando cuentan con los incentivos para desarrollar sus capacidades y habilidades.

El segundo encuentro fue con pintores y escultores de comunidades tsotsiles, tseltales, zoques de Chiapas, que visitaron la CDMX gracias a la galería MUY de San Cristóbal de las Casas. En tsotsil, lengua mayense de los Altos de Chiapas, Muy es la raíz de la palabra que significa placer.

Tras los sismos del 7 de septiembre pasado, que dañaron gravemente la vivienda de miles de familias indígenas, la galería promovió la exposición Jna’tik Jnatik (Extrañamos nuestras casas), que presenta obras de pintura, instalación y video sobre el tema de los terremotos y la reconstrucción posterior en los ámbitos material, sociocultural y espiritual.

Tratan los sentimientos alrededor del desastre natural y social; hacen una reflexión sobre las casas a reconstruir o reparar, abordan la elaboración de murales y otras formas de conmemoración de su historia, y se dan a sí mismos las fuerzas y el ánimo para retomar su vida familiar y comunitaria.

Los artistas visitaron hace meses la CDMX y expusieron en la Galería Cenzontle, que dirige Ofelia Heredia, en la colonia Roma. Este mes de diciembre estuvieron de nuevo en la capital de la República y presentaron su obra en el ex convento de Corpus Christi. Me impresionaron en particular la obra del maestro pintor, muralista y grabador Antún Kojtom y de Maruch Méndez , quien presentó una instalación con figuras de terracota en una configuración narrativa sobre la diosa de la tierra y el origen de los terremotos en su propio movimiento.

El arte producido por creadores de los pueblos originarios de Chiapas muestra una desinhibición multicultural, dice John N. Burstein Wiener, dueño y curador de la galería MUY (www.galeriamuy.org) .

Maruch es rezadora, curandera, transgresora y visionaria dentro de su comunidad y, al mismo tiempo, comunicadora con el mundo y el público en general. John, quien habla tsotsil, tiene una experiencia de cuatro décadas de trabajo al lado de migrantes, activistas por los derechos humanos y promotores del desarrollo sustentable. Cuando veo a John interactuar con Maruch Méndez, me parece asistir a un conjuro sagrado, donde el antropólogo neoyorquino-mexicano y la j’ilol  (curandera) chamán, generan un empoderamiento cultural recíproco maravilloso.

La música oaxaqueña y la pintura chiapaneca representan lenguajes de paz, que han contribuido en estas comunidades a mejorar su gestión de los recursos naturales y protección contra los desastres, y a desarrollar su capacidad para influir en las decisiones que les afectan. Esto es para mí un mensaje de gozo y esperanza.

¡Felices fiestas a todos!

Profesor asociado en el CIDE.
@ Carlos_Tampico

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