‘Inés Martínez tiene 50 años y mucho miedo. Está sentada en el porche de una tienda en el caserío San Felipe, en las faldas del Volcán de Fuego, en Escuintla, Guatemala’.

Así inicia la crónica de la revista digital guatemalteca www.plazapublica.com.gt. ‘Cuando el miedo a quedarse sin nada es más fuerte que la amenaza del volcán, la mayoría —como Doña Inés— opta por no abandonar sus viviendas, por miedo a ser víctimas de robos’.

La erupción del Volcán de Fuego el 6 de junio de 2018 es una metáfora de la devastadora destrucción ambiental, las violencias estructurales y el conflicto social que asolan a nuestros vecinos del sur. El istmo está en llamas, pero no a causa de la Naturaleza.

Los mexicanos tenemos mucho que perder por la inestabilidad y la violencia en Centroamérica, y mucho que ganar con el progreso social en el istmo.

Contamos con diplomáticos mexicanos comprometidos cuyo trabajo eficaz merece un amplio reconocimiento. Sin embargo, es necesario un cambio de paradigma en la cooperación con Centroamérica.

El Plan Puebla-Panamá, el Proyecto Mesoamérica y la Alianza para la Prosperidad en el Triángulo del Norte Centroamericano dejan intocado un modelo agotado: economía extractiva y depredadora de recursos naturales, monocultivos, dependencia de las remesas de trabajadores migratorios, y profundización de una desigualdad brutal entre un puñado de ultra-millonarios y masas depauperadas.

Cada una de esas iniciativas empieza haciendo una lista de las ventajas del istmo: su ubicación geográfica, su dotación de recursos naturales, su población joven. Incluso advierten que América Central debería formar parte de una América del Norte expandida que incluya a los países de la Concacaf: del Ártico canadiense al Canal de Panamá y de Hawaii al mar Caribe.

Este espacio geopolítico cuenta con enormes ventajas competitivas respecto a Europa e incluso comparado con Asia.

Estados Unidos ha prosperado porque México, Guatemala, El Salvador y Honduras le ‘regalamos’ nuestro bono demográfico; nosotros a lo largo de 100 años, los centroamericanos durante los últimos 50. Asia y Europa envejecen rápidamente y tendrán dificultades para pagar pensiones y jubilaciones de las personas de la tercera edad, mientras que América del Norte continúa renovando su fuerza de trabajo.

México también envejece rápidamente. Dentro de una década nosotros importaremos trabajadores de Guatemala y de Honduras no sólo para labores transfronterizas, o para construir hoteles en Cancún y la Riviera Maya, sino para todo nuestro país.

¿Cuáles son los ingredientes de un nuevo enfoque para la cooperación mexicana con Centroamérica? Mi respuesta —son los mismos que necesitamos poner en práctica nosotros:

1. Impulso al desarrollo local. No a megaproyectos que sólo extraen los bienes de la naturaleza, sin generar valor productivo a nivel local.

2. Protección y aprovechamiento de la biodiversidad, como lo hace el pueblo maya en la promoción de políticas sustentables y sostenibles.

3. Cooperación educativa e intercambios culturales. Multipliquemos el número de jóvenes centroamericanos estudiando acá: becarios, no sicarios. Se convertirán en espléndidos embajadores de México en su país.

4. Fiscalías que sirvan, autónomas e independientes del poder presidencial.

5. Seguridad sin guerra, para vivir sin miedo.

La militarización de fronteras y la criminalización de los migrantes empeoran la situación. Necesitamos construir el progreso social y la seguridad humana y ciudadana aquí y allá. Cuando invertimos en el desarrollo de Guatemala, de Honduras y de El Salvador, invertimos en nosotros mismos.

Por el bien de México, nuestro próximo presidente tendrá que comprometerse con el desarrollo y la paz en Centroamérica.

Profesor asociado en el CIDE.
@ Carlos_Tampico

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