El actor Diego Luna declaró: “Hoy no me siento representado por ningún candidato, con todos tengo diferencias fuertes… y todavía debemos ver qué pasa con el mundo de los independientes y cuando digo independientes es absurdo, porque la única voz distinta que representa una agenda que los políticos nunca han tomado en consideración, es Marichuy … hoy los escándalos de corrupción son grotescos y de dimensiones que yo no me imaginaba lo cual me parece un momento muy difícil para cualquier político, incluso por los que están ahí por las razones correctas…” (El Universal, 15-01-2018).
Esta es una postura cada vez más común frente a la política electoral en el mundo. El individuo pretende que sus intereses se identifiquen con los sociales y concibe como un dato incuestionable su diagnóstico y visión. Los personajes públicos -motivados generalmente por un genuino deseo de contribuir al mejoramiento social- emiten juicios concluyentes e irrebatibles sobre temas que desconocen o carecen de información.
Hay dos puntos de partida. 1) Todas las carencias se explican porque existe corrupción, y 2) Nadie es capaz de representarlo. Hay una autoflagelación social y una denuncia flamígera de la clase política. Cada persona se transforma en un Torquemada contemporáneo, un inquisidor implacable, que pretende poseer un comportamiento ético impoluto, y tener la autoridad moral para juzgar a todos los demás. El riesgo de esta actitud psicológica es el aislamiento y la confrontación.
Bajo la óptica del Torquemada autoerigido, todos tienen intenciones ocultas y todos actúan mal, salvo él. La medida de lo bueno y correcto lo asume este individuo, quien siempre estará inconforme con el resultado de la acción social porque sus intereses nunca van a coincidir en su totalidad con lo que sea o proponga un candidato u otro individuo. Esta actitud conduce a la frustración e incuba la violencia.
Evidentemente, todo individuo tiene sus preferencias políticas, pero él, que se autonombra el Torquemada se presenta como una persona totalmente objetiva y racional. Entonces, su inclinación o simpatía a una persona la deben compartir los demás y propone la única vía en política. Lo contrario no es correcto. Esto es la semilla de la intolerancia.
Hay rezagos manifiestos y ancestrales. Nuestro objetivo como sociedad y generación es que en nuestro país no haya pobreza extrema y que el umbral de medición de la pobreza se eleve. Para lograrlo, no podemos sólo recurrir al énfasis en los errores y lo malo, lo que procede es hacer diagnósticos precisos y propuestas de acción con metas concertadas socialmente, es decir, diseñar e implementar políticas públicas. La totalidad y el absoluto de lo bueno o lo malo en el gobierno y la administración pública es una ilusión o un enojo sin fundamento. Hay que trabajar y hacer acercamientos sucesivos a la solución de los problemas. El rasgado de vestiduras sólo obstaculiza los procesos y, generalmente, este tipo de dramatismo, lo promueven, financian o toleran los grupos a quienes un proceso de igualación social afecta sus intereses.
Por ejemplo, ¿a quien beneficia la paulatina incorporación de la economía informal a la formal? A la delincuencia organizada, a los líderes del comercio ambulante, a los patrones incumplidos que se benefician de la competencia desleal que deriva del no pago de cuotas obrero-patronales, a los que contratan “propineros”, personas que ganan el salario mínimo que completan con propinas, entre otros. ¿Quién maneja preferentemente efectivo para eludir el pago de los impuestos? Si identificamos con precisión a estos beneficiarios y los vinculamos con un partido político o candidato independiente, entonces, se puede encontrar respuesta a muchas interrogantes.
Las ofertas de borrón y cuenta nueva son viables a la mitad. Sólo logran la destrucción de lo existente, pero la reconstrucción no se perfila. Lo complejo de un gobierno es que éste no puede detenerse para hacer un cambio, sino que debe continuar la marcha mientras se corrige el rumbo. Detenerlo o descarrilarlo no es opción para la mayoría. Yo y sólo yo es un grito de un ególatra que invita a un frenado de emergencia, que no ayuda a corregir el rumbo, ni contribuye a la tranquilidad y armonía que se requiere para un desarrollo humana integral e incluyente.