A mí nadie me dijo que iba a envejecer. En el 2018 que me incorporé al mercado de trabajo lo hice en la informalidad y recibía mi pago en efectivo sin que se pagarán los impuestos correspondientes y luego ingresé a una empresa donde parte de mi sueldo no se declaraba. Hoy, en el 2050, tengo cincuenta años y no cumplo con las semanas de cotización suficientes para acceder a una pensión, ni cuento con servicios médicos de institución. Nunca ahorré en mi cuenta individual en forma voluntaria, no creía que fuera necesario.
A mí nadie me dijo que a mi generación, el llamado bono demográfico, le tocaba vivir una sociedad envejecida, es decir, muchos adultos mayores y pocos jóvenes. Nadie me dijo que el bono sólo sería benéfico si aumentábamos el ahorro y la productividad del trabajo. Muchos de mis amigos fueron “propineros” o ambulantes, sin empleo fijo toda la vida, y hoy la pensión que da el gobierno no alcanza e incluso dicen que ya no la pueden pagar porque el presupuesto no alcanza, que porque dizque hay que pagar los intereses de la deuda pública que aumentó para sostener muchos programas sociales hace veinte años, de los que ya no queda nada. Poco a poco han ido desapareciendo.
A mí nadie me dijo que la vejez trae consigo las enfermedades crónicas, como la diabetes que padezco, y que su tratamiento es costoso –cierto que la ciencia médica ha avanzado mucho-, pero algunos medicamentos y tratamientos son inalcanzables para la mayoría. Tengo que acudir a los servicios médicos a la población abierta, que si bien son buenos, son insuficientes por la cantidad de adultos mayores que requerimos atención. Dicen que no hay presupuesto que aguante y que no se hicieron las reservas financieras correspondientes para atender a la población que envejecía.
A mí nadie me dijo que la renta básica que nos pagaron durante 12 años iba a endeudar al país y que después sólo la recibiría un pequeño grupo de personas que los apoyaba e iban a los mítines de los líderes políticos que la propusieron, y que ahora las defienden como conquistas del pueblo, pero que el nuevo gobierno se las va a quitar porque dicen que no hay dinero. Ellos, hoy, como el resto que no recibimos las ayudas que los que dicen que saben llaman clientelares, tampoco tienen una pensión suficiente para vivir.
A mí nadie me dijo que el gasto improductivo del gobierno no financiado con impuestos provoca inflación, hoy el salario no alcanza para nada y a los cincuenta años el trabajo escasea y está mal pagado. Los pocos puestos de trabajos los ocupan los jóvenes y la única oportunidad de empleo es con mi compadre, de ambulantes, pero ya saben que hay que pagar la cuota y no alcanza para el chivo. A mí nadie me dijo que mi voto valía y podía servir para evitar que los demagogos fueran electos.
A mí nadie me dijo, que el único camino para una mejor vida es el trabajo constante y productivo y guardar un porcentaje, lo que se pueda, aunque sea poco, para el ahorro a futuro. Creí, como muchos de mi generación, que yo no era corresponsable de mi bienestar cuando envejeciera y dejé todo en manos del gobierno. Ahora comprendo que el gobierno no tiene dinero si no se pagan impuestos o cuotas del seguro social y que sólo se pueden cubrir las pensiones y los gastos médicos de los pensionados con reservas, es decir, ahorro.
Hoy, en el 2050, sólo me queda salir a la calle a gritar que me engañaron, ya que nadie me dijo que iba a envejecer, que me iba a enfermar más, que las rentas básicas universales o apoyos a las personas de la tercera edad hay que financiarlas con impuestos o deuda, que no hay presupuesto público cuando la economía no es productiva y no genera esquema de ahorros.
Esta es una carta hipotética de un millennial dentro de treinta años. Hay que pensar en el futuro y actuar con corresponsabilidad. El tema de pensiones y servicios médicos es insoslayable en las campañas. Seguramente a algún candidato se le ocurrirá un sistema universal de pensiones y de salud sin determinar su fuente financiera. Cuidado. Vale.