“Hay épocas de decadencia [en las que] pasamos de las obscuras alegrías a los oscuros dolores. Y la conciencia de una infinita pérdida hace que el pasado y el porvenir se nos aparezcan llenos de atractivos, y mientras el instante huye para no volver más, nos balanceamos en épocas remotas o en fantásticas utopías.” Ernst Jünger, Sobre los acantilados de mármol.

El publicista Antonio Solá, que según dice no ha sido contratado por algún pre-candidato o partido, hizo su propia campaña en los medios de comunicación, un poco despechado, dejando caer que, en contraste con lo sucedido hace 12 años cuando el factor del triunfo de Calderón fue el miedo a las ideas de otros, hoy la diferencia es que los mexicanos estamos enojados. Esta conclusión la obtiene, según él, de las encuestas sobre la percepción sobre la corrupción y la inseguridad en México (El Universal, 8-02-18).

“Estamos hartos” se ha convertido en una frase común, pero vale la pena que nos detengamos a reflexionar qué es lo que genera ese hartazgo para no caer en la tentación, como ocurre cuando la duda y la incertidumbre se apoderan de las personas, de entregarse a la fuerza, a la violencia que destruye y está dispuesta a la derrota o al triunfo, sin importar las pérdidas.

Entonces, como estamos enojados en abstracto, ¿vamos abrogar la reforma educativa? Una reforma que significa que la evaluación sea la forma de ingreso, promoción y separación de la carrera magisterial, la orientación a la educación de calidad a favor de los derechos de los niños y el desplazamiento del control sindical sobre las plazas y recursos como sucedía con la APPO en Oaxaca.

Estamos enojados y ¿vamos a dar marcha atrás a la reforma energética? De veras, ¿es deseable cancelar la perspectiva de una inversión de más de 150 mil millones de dólares en los próximos años para la exploración y extracción de hidrocarburos en las aguas profundas (no hay tecnología mexicana) o en aguas someras donde hay inversión pública insuficiente?. ¿Abandonaremos los proyectos de la generación de energía limpia y los sustituiremos por el esquema caduco de invertir en energía fósil o mineral?

Estamos enojados y ¿vamos a justificar, como se hizo en Argentina con Cristina Kirchner, que un nuevo gobierno con argumentos demagógicos se apropie del ahorro de 60 millones de los trabajadores de sus cuentas individuales de retiro (Afores) que asciende a casi 4.5 billones de pesos y utilice esos recursos para financiar el pago de las pensiones en los próximos años, dejando sin recursos a las generaciones jóvenes o generar empleo público sin ton, ni son?

Estamos enojados y ¿es legítimo acabar con la autonomía del Banco de México y el INEGI?, ¿Regresar al más puro estilo Echeverrista, decretar que la economía se debe manejar nuevamente desde Los Pinos por un nuevo caudillo, que sí sabe cómo hacer las cosas por encima de las instituciones que hemos construido en los últimos 20 años?

Estamos enojados y ¿vale tomar el pico y el marro de la descalificación para derrumbar al INE, ya que supuestamente es un estorbo a las ambiciones de los políticos, o ¿derruir desde sus cimientos a la IFT y la COFECE, porque son imposiciones de las fuerzas globalizadoras (FMI). ¿vamos a destituir a los miembros de un poder judicial renovado, con autonomía real respecto al poder ejecutivo, utilizando la difamación de un supuesto “maiceo” cuando una sentencia no conviene a ciertos intereses?

Estamos enojados y ¿conviene detener la construcción del nuevo aeropuerto, acabar con la confianza de los inversionistas en nuestro país y volver a la política de los macheteros que toman las calles para imponer su voluntad? Realmente, ¿es factible no seguir con una inversión que a la fecha asciende a 125 mil millones, equivalente al 65% del valor del proyecto.

Se podría poner un párrafo de cierre, para dar más fuerza al argumento. ¿Nuestro enojo es suficiente para autodestruirnos? ¿cegarnos ante lo que hemos hecho como sociedad en los últimos 30 años? ¿El publicista Solá tendrá razón y los mexicanos vamos a ir a las elecciones enfadados y movidos por el hígado? ¿Es tal nuestra decadencia y corrupción que ya no tenemos otra salida, como presagia Jünger, que sólo podamos volver al pasado o creer en un futuro fantástico? El elector tiene la palabra, pero la destrucción de las instituciones, deshacer acuerdos que costaron tanto trabajo lograr y dar marcha atrás a todo, estoy seguro que no es el camino.


Profesor de El Colegio de México
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