En una de las escenas iniciales de la película “Forrest Gump” (1994), Michael Conner Humphreys, actor que interpreta al niño, muestra como el personaje enfrenta las absurdas instrucciones de una mamá preocupada por la integridad de un niño en su primer día de clases. La frase “no hables con desconocidos” Forrest la supera fácilmente al hablar con el chofer del autobús escolar, primero se presenta con él e inmediatamente después entabla conversación, ya que a partir de ese primer contacto ya son conocidos y, por lo tanto, ya puede hablar con él.
En algunas áreas, el nuevo gobierno no puede superar el síndrome de Forrest Gump. Los servidores públicos entusiastas, pero novatos, son incapaces de lidiar con la orden: “ningún neoliberal en la administración pública” o “nadie que haya colaborado con el gobierno pasado puede hacerlo con nosotros”. Muchos están catatónicos esperando como enfrentar a ese “aparatote” burocrático, los sindicatos y al personal de confianza del servicio profesional de carrera.
En aduanas ya se removió a 45 de 47 titulares, en el IMSS los 36 delegados están en capilla y seguimos con una larga lista. El palomeo –la purificación o la absolución- se concede en áreas centrales de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y todo mundo –los que no han renunciado o a los que no les han pedido la renuncia- están a la expectativa. Las instrucciones bajan lentamente de la cúspide o simplemente no bajan. Eso es el efecto inicial de la centralización. Hay menos posibilidad de que haya desviaciones, pero también menos actos de gobierno y de administración.
Hay recortes y disminución de sueldos en todas las instancias federales. Algunos justificables, otros sólo siguen la lógica de la cuota o el porcentaje exigido. La conveniencia, oportunidad y resultados se conocerán con el tiempo, nadie puede anticipar su éxito o fracaso. Sin embargo, la probabilidad de que en el corto plazo surjan “inconveniencias” en la distribución de bienes, en la prestación de servicios públicos, en el control de la actividad administrativa o en la rendición de cuentas es alto. Eso se llama en el argot burocrático “curva de aprendizaje” que es normal en cualquier organización y que se prolonga o es más pronunciada cuando la rotación de personal (separación del cargo) es mayor.
La buena voluntad y el entusiasmo por servir son elementos positivos que ayudan a minimizar los riesgos de esta curva, pero no los elimina en su totalidad. De ahí que lo recomendable es la superación del síndrome de Forrest Gump lo más rápido posible para que las estructuras administrativas orienten su acción en el camino que marque la dirección política del nuevo gobierno.
El encierro en las oficinas centrales, el bomberazo permanente, la solicitud urgente, frenética y sin sentido de información “esencialísima” para la toma de trascedentes decisiones y el corte de los canales de comunicación entre las áreas directivas, normativas, operativas y desconcentradas debido a la desconfianza sólo se superan con la acción básica de presentarse, exponer sencillamente un plan de trabajo y pedir colaboración. Seguramente, nadie se va a negar a ayudar a pesar de que el futuro laboral sea incierto. Los servidores públicos están acostumbrados a los cambios de gobierno y a los reacomodos.
La inmensa mayoría de los niños enfrentan el primer día de escuela en su vida. El dilema de aislarse y no hablar con desconocidos o integrarse a la nueva comunidad e interactuar con una realidad que es desconocida y, en la imaginación infantil, pudiera ser hostil. Los mandos superiores y medios novatos en una organización afrontan una disyuntiva similar. Unos no se atreven a conocer a los que estaban para evitar hacer nexos o contaminarse o tienen un gran prejuicio que no pueden extirpar de sus mentes.
Todos los anteriores son malos o corruptos. Nadie es útil. Otros son capaces de romper esta barrera ficticia e invisible e imitando a Forrest Gump, desde el primer momento, se presentan y ponen manos a la obra con los que están, diagnostican y, en su momento, remueven o ratifican. La enseñanza es una escuela continúa, aunque todos los años haya niños que viven el traumático choque del primer día. Para el bien del nuevo gobierno y México, hagamos votos porque la curva de aprendizaje sea menor de la que se avizora con lo que estamos viendo y oyendo.