Terminado el conocido maratón “Guadalupe-Reyes”, los partidos políticos intensifican sus pre-campañas para elegir a sus candidatos a la Presidencia de la República. Sin embargo, el estado formal del proceso electoral no corresponde al que materialmente sucede, es decir, realmente vivimos un proceso disfrazado de campañas en el que los contendientes se miran de reojo, pero sin poder hacer propuestas de gobierno a la ciudadanía. Esta extraña situación, que es una simulación colectiva, proviene de una legislación restrictiva tejida con los hilos de la desconfianza.

Este es el momento de integración de los equipos y la conformación de alianzas con los grupos y actores políticos nacionales y regionales, cuyo resultado lo conoceremos con la presentación de las candidaturas para las elecciones de los gobiernos locales en disputa y la integración de las Cámaras de Senadores y Diputados Federal y estatales.

En la Ciudad de México ya se mostraron las cartas y sólo falta que se determine el abanderado del PRD, entre Barrales y Chertorivski. En el resto de las entidades federativas todavía no se conforman la totalidad de los escenarios y la mayoría atenderán lógicas similares a las que se llevaron a cabo en el ámbito nacional: el PRI, PVEM y PANAL buscarán candidatos de unidad mediante convenciones de delegados dirigidas o acuerdos cupulares; Morena, el PT y el PES utilizarán el método de las encuestas a modo de la voluntad de su líder incuestionable, y el PAN-PRD y MC se repartirán las posiciones locales conforme al acuerdo político previo entre las tres dirigencias que integran la coalición electoral.

Por supuesto, habrá algunas variantes de índole regional como en el caso de Jalisco, pero el comportamiento es relativamente previsible. Los damnificados o excluidos, como aconteció con Lozano en Puebla por la negociación de Moreno Valle con Anaya, se acomodarán en la trinchera contraria si las condiciones lo permiten, aunque los espacios para que esto suceda son muy limitados.

En este contexto partidista, las candidaturas independientes introducirán algunas variantes a favor o en contra de los tres grupos perfectamente identificables por el electorado y encabezados por Meade, Anaya y López Obrador, respectivamente. No hay debate directo de las ofertas políticas de los partidos en razón a que estamos en la etapa de pre-campañas y los temas de las mismas seguramente cambiarán, cuando se inicien formalmente las campañas.

No hay duda alguna que los ataques personales y las descalificaciones serán la constante hasta el 1 de julio, lo que poco aporta al debate público sobre el futuro y se puede correr el riesgo de que las ideas se desplacen a un segundo plano, ya que la sobre simplificación de los argumentos conviene a quienes carecen de propuestas viables o coherentes o prefieren la ambigüedad para no generar compromisos concretos.

En este escenario hay tres elementos que decidirán el resultado: el desempeño de los candidatos; las alianzas con actores políticos, sociales, económicos y académicos a través de la determinación de las candidaturas a gobernadores, senadores, diputados y presidentes municipales (aparatos políticos reforzados), y la capacidad de difusión de una plataforma electoral creíble -no necesariamente viable- que convenza al electorado.

La mayoría ya conoce a los candidatos o se formará una imagen más precisa durante la campaña y los debates. Las maquinarias partidistas y la solidez de sus alianzas mostrarán su eficiencia y sus defectos durante el proceso electoral. Las propuestas políticas se deberán fijar durante la contienda en los temas siguientes: combate a la corrupción, seguridad pública y estado de derecho, educación, equidad y género, seguridad social (salud, pensiones, vivienda y guarderías), derechos humanos, desarrollo económico incluyente, campo, migración, reforma energética, infraestructura y telecomunicaciones, relaciones con EUA, respeto a los derechos de las minorías, justicia, entre otros.

El año que inicia está marcado por las elecciones, que son la oportunidad para corregir el rumbo o incluso cambiarlo. Esa es la decisión de la ciudadanía. Lo deseable es que haya un debate racional de los retos nacionales y una ponderación objetiva de las fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas. La estridencia del todo está mal o la autocomplacencia del todo está bien, estorban. El pensamiento crítico constructivo debiera prevalecer. El voto consciente y razonado debiera ser la regla. Al tiempo.

Profesor de Posgrado de la Universidad Panamericana
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