2018 fue un año marcado por la historia en nuestro país. Nadie sabe ciertamente el futuro, pero lo único seguro es que será distinto. ¿Bueno o malo? Tenemos la esperanza que sea lo primero. Hay razones para proyectar cualquiera de los dos escenarios, pero prefiero el optimista. Si bien no todo cambio es para bien –la transformación por sí misma no mejora necesariamente el estado de las cosas y más tratándose de lo político y lo social- lo es cierto que abre oportunidades.

La pregunta es: ¿Quién se beneficia del cambio? Este sólo será correcto si es la mayoría con respeto a los derechos de las minorías. Esto último puede hacer más lento el movimiento, pero es esencial para mantener la vida armónica en el mediano y largo plazo. Un futuro en el que el pasado acumula rencores y ánimo de venganza sólo conduce a la ruptura del tejido social.

Hoy, en la primera semana de 2019, hay un gran potencial democrático que es indispensable aprovechar y no gastar en balandronadas. Acudiré el lugar común: es un tiempo de reflexión, no porque inicia un año o un sexenio, esa es una circunstancia más. Es tiempo de vernos hacia adentro con una mirada más universal.

La frenética globalización diluye la identidad, pero el nacionalismo extremo aísla y empobrece el espíritu. Ser capaces de vernos en nuestro espejo desenterrado entre la imperiosa necesidad de integrarnos a la región de Norteamérica y el mundo para elevar el bienestar de la población puede ser doloroso. A veces no nos gusta lo que vemos, pero puede ser más angustiante como nos ven.

¿Cuál es la imagen que proyectamos como nación? ¿qué imagen queremos proyectar? ¿qué pensamos de nosotros? ¿qué piensan de nosotros? Realmente, tenemos respuestas para esos cuestionamientos o la vida política se ha reducido a denostarnos mutuamente en una ambición de conservar o acceder al poder. ¿Seremos capaces de cambiar esa dinámica que ha frenado el desarrollo económico y dificulta el combate a la corrupción y al crimen organizado?

¿Qué somos? Un país asolado por la violencia y hundido en la corrupción. Sólo eso. Miro hacia dentro de nuestro ser social y percibo que hay mucho más que está siendo opacado por nuestro propio discurso político. Los únicos beneficiarios de estas circunstancias son quienes se aprovechan de la falta de dirección y orden social, el sociópata, el avaro y el delincuente.

Estamos sentados en el umbral de lo que pretende ser una nueva época. Es una oportunidad o una amenaza. Tiene estas dos caras. El personalismo y la división de la sociedad en redentores, redimidos y malditos no conduce a ninguna parte. La historia enseña que quien siembra discordia cosecha tempestades. El aprendiz de brujo en cuestiones sociales causa conflictos que lamentablemente se traducen en odio y, en el extremo, en muertes.

En cambio, un gobierno incluyente y abierto, respetuoso de derecho e instituciones, crea condiciones para el desarrollo de la vida justa y armónica, que es lo que la mayoría desea. Trabajo creativo, diversión accesible, tranquilidad y salud, entre otros bienes. Es lo que todos nos deseamos mutuamente de frente al 2019. Sólo queremos que lo que hacemos como país beneficie a más y que seamos capaces de haya más para todos.

Estos buenos deseos sólo serán posibles en la concordia y el esfuerzo constante. El radicalismo sacude, promueve cambios aparentes, para regresar a la receta básica, mejor organización social. La diferencia es que, después de la acción de los redentores sociales, el camino se suele retomar en una situación de mayor pobreza y desigualdad. Espero, que convirtamos al 2019 en un año de oportunidades.

Miembro Electo del Sistema Nacional de Investigadores Nivel I
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