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Una de las grandes conquistas de la lucha por los derechos humanos a través de la historia fue haber logrado el reconocimiento constitucional de la libertad de expresión como derecho fundamental, a la que preludiaron siglos, casi milenios de censura. La sociedad en pleno se benefició gracias a ello, porque si hay una libertad que tiene el poder de detonar la transformación social es, justamente, la libertad de expresión.
Sin embargo, el riesgo que corre la libertad de expresión es el mismo que enfrenta toda libertad en cuyo ejercicio nos extralimitemos, olvidando que aún la propia libertad in genere, por principio, tiene salvedades. Esto es, la esfera de toda libertad llega hasta donde inicia el punto en el que se encuentra con la esfera donde comienza otra libertad. Al respecto, se ha dicho tanto que parecería demasiado, pero es el caso que la sociedad lo olvida, ya que si el desbordamiento de esta conquista fundamental es por demás condenable en el ciudadano común, cuanto más lo es en todo aquel que, presuntamente amparado por estar ejerciendo el periodismo, usa y abusa del derecho a su libre expresión al grado no solo de extralimitarse en él, sino de convertir su actividad profesional como informador en el ariete de una permanente comisión delictuosa, desde el momento en que de forma continuada provoca públicamente a la sociedad a cometer un delito y a hacer apología de éste, configurando con su conducta propiamente el delito tipificado en el artículo 208 del Código Penal Federal y que pertenece al capítulo denominado “Provocación de un Delito y Apología de éste”.
La responsabilidad de un auténtico periodista al emitir su opinión debería ser tratar de ser lo más objetivo e imparcial en sus apreciaciones. Quien tiene voz en un medio de comunicación y ha dedicado su vida a esta apasionante profesión, sabe de la influencia que se puede llegar a alcanzar en la sociedad. Por eso es tan delicado su ejercicio, por eso es el periodismo una profesión a la que muchos se dedican, pero de la que pocos llegan a hacer de ella un verdadero apostolado. El reto más grande es aspirar a hablar con verdad y justicia. El precio puede llegar a ser la vida misma, y para prueba la atroz realidad que nos rodea y que tantas vidas de periodistas ha cobrado.
En cambio, prostituir y valerse del periodismo como lo han hecho tantos a través de la historia y en todos los confines para distorsionar los valores sociales, destruir la honra de alguien e incidir en la opinión pública de acuerdo a los intereses personales o partidistas es lo más fácil, pero también lo más deleznable, irresponsable y perverso. La gran mayoría de nuestra sociedad carece de una adecuada instrucción y son hoy en día las redes sociales su fuente principal de información. Quien induce, instiga e incoa un caldo de cultivo de odio y venganza en una sociedad en proceso profundo de descomposición social actúa con todo dolo, premeditación, alevosía y ventaja, y con ello demuestra que posee netamente un pensamiento criminal y esto es a todas luces execrable.
Desde todos los ámbitos debemos hacer un llamado a la cordura, a la prudencia, sobre todo en estos momentos de contienda electoral en los que el destino de nuestro país está en juego y la crispación social está cada vez más al filo del desbordamiento, como lo evidencian la violencia física y moral, la ira, el coraje, la frustración, que crecen día con día en todos los ámbitos de nuestra realidad.
México, nuestro México, requiere más que nunca de la responsabilidad en el actuar de quienes tienen un poder de influencia social. Es su deber, como es también nuestro derecho aspirar a un país de paz en el que prive el Estado de Derecho.
@BettyZanolli